María Marta
Preziosa
ACDE, 16 octubre
2020
Iba a comenzar con
un ciber-anzuelo del tipo ¡Encontré la vacuna!, pero después mi almohada
sintetizó este título. Me refiero a la vacuna contra la meritocratitis. En
columnas anteriores, la había descripto como un sufrimiento que resulta de la
frustración generada por creer demasiado en que las
recompensas/reconocimientos/beneficios/frutos se deberían cosechar meritocráticamente.
Mi objetivo no es
desvalorizar la búsqueda de la excelencia, ni ser complaciente con la
mediocridad, ni desalentar las ambiciones y logros; tampoco es una discusión
política. Insisto en una reflexión que pueda disminuir algunos sufrimientos que
devienen de la imaginación, la idealización o el autoengaño e invite a abrevar
ánimo de otras fuentes.
¿Será Papá Noel
responsable de la mentalidad meritocrática?
La meritocratitis
como sufrimiento ubica en un lugar de víctima o de damnificado a quien hizo
todo lo que pudo para ser protagonista. ¿Cómo salir de este lugar?
Antes, Ud y yo
tenemos que clarificar algo -o indagar en ello- porque no tengo la respuesta y
espero su ayuda.
Meritocracia
termina en kratos, gobierno en griego. La cuestión que planteo es ¿quién es el
sujeto-agente o sujeto activo de la meritocracia? El sujeto receptivo, ya lo
tenemos identificado: los esforzados, los “lograntes”, los laburadores, los
estudiosos, los perseverantes, los que no perdieron el tiempo, los honestos,
los que aprovecharon las oportunidades, los que la pelearon contra viento y
marea, etc. Eso está claro.
Lo que no lo está
tanto es ¿quiénes suponemos que están moralmente obligados a
otorgar/administrar las recompensas o reconocimientos de acuerdo con el
criterio de los méritos y no según algún otro criterio de justicia? ¿el Estado?
¿la empresa? ¿los accionistas? ¿el directorio? ¿el dueño? ¿los clientes? ¿las
instituciones educativas? ¿la burocracia? ¿los medios? ¿“el sistema”? ¿los
historiadores? ¿la memoria colectiva? ¿el arte? ¿los votantes? ¿los clicks?
¿los likes? ¿tu familia? ¿vos? ¿yo?
Cuando la ética se
hace sinónimo de política o el planteo político sustituye la pregunta ética, se
pierde la dimensión individual y aparecen las apelaciones a diversos Deus ex
machina que deberían solucionar/reparar todo lo que está.
Volvamos a la
pregunta ¿qué pensás vos? ¿quiénes son los que deberían guiarse por criterios
de decisión meritocráticos? ¿los líderes? ¿los directivos? ¿los gerentes? ¿los
funcionarios públicos? ¿los padres? ¿los docentes? ¿vos? ¿yo?
Si uno apela al
argumento de la integridad, sin dudar y sin excluir a ningún otro agente, la
respuesta es que el primer sujeto activo de la meritocracia soy yo.
Es decir, soy yo
reconociendo los méritos de otros, permitiendo que expandan sus logros. Soy yo
reconociendo la envidia y mis faltas de agradecimiento a los que me
reconocieron, recompensaron, beneficiaron o me abrieron paso. Soy yo no
quedándome con los méritos de otros. Soy yo ofreciéndole -de lo que pasa por
mis manos-oportunidades a otros.
Éste es el
remedio. Es muy simple. Es individual, pero de efecto colectivo.
Inmuniza -en
parte- contra las faltas de reconocimiento, sobre todo, si se hace de forma
no-condescendiente (Do not patronize me!). Es decir, si lo hago sabiendo que yo
en cualquier momento podría estar en ese otro lugar.
Sobre el autor
María Marta
Preziosa
Dra. en Filosofía
por la Universidad de Navarra. MBA por IDEA. Programa de Investigación y Docencia
en Ética y Empresa. Facultad de Ciencias Económicas, Pontificia Universidad
Católica Argentina