Germán
Masserdotti
La Prensa,
08.10.2020
¿Resulta razonable
afirmar que el Cristianismo es revolucionario, especialmente en el orden
social? El problema planteado no resulta una novedad. Si necesidad de
remontarnos a los primeros siglos de la era cristiana, basta recordar las
lecturas secularizantes "en clave marxista" o "socialista"
de la Doctrina Social de la Iglesia sobre todo a partir de los años 60' del
siglo XX. Entonces fue que surgió una "teología de la liberación" que
proponía, palabras más, palabras menos, la metodología revolucionaria para
lograr la "justicia social". Luego de la caída del Muro de Berlín
(1989), la jerga marxista ha perdido vigencia y resulta anacrónica pero, en su
momento, generó una especie de alucinación por un mundo más justo que, por
cierto, no mejoró sino, antes bien, empeoró la vida social.
Con todo, no
resulta superfluo recordar algunas afirmaciones del Magisterio de la Iglesia
para prevenir la reincidencia en las mismas experiencias traumáticas que
asolaron la vida social de varias comunidades políticas incluida la República
Argentina.
Como dijimos en
otra oportunidad, la clave para entender al comunismo -y sus equivalentes-
"está en la dialéctica de contradicción. Allí se encuentra la `esencia' de
la praxis comunista. Sin muchas vueltas, se trata de una acción revolucionaria
para la toma del poder político. Aunque a efectos de la propaganda diga lo
contrario, al comunismo no le interesa la justicia. No le interesa, sencilla y
a la vez maquiavélicamente, porque su alimento es el conflicto".
En la encíclica
Populorum progressio (1968), Pablo VI enseña que la insurrección revolucionaria
"engendra nuevas injusticias, introduce nuevos desequilibrios y provoca
nuevas ruinas". En Octogesima adveniens (1971), además, agrega que no
corresponde "favorecer a la ideología marxista, a su materialismo ateo, a
su dialéctica de violencia y a la manera como ella entiende la libertad
individual dentro de la colectividad, negando al mismo tiempo toda
trascendencia al ser humano y a su historia personal y colectiva. Para los cristianos
sería «contradecirse a sí mismos»". No obstante las diversas versiones del
marxismo y sus sucedáneos, resulta "sin duda ilusorio y peligroso olvidar
el lazo íntimo que los une radicalmente, el aceptar los elementos del análisis
marxista sin reconocer sus relaciones con la ideología, el entrar en la
práctica de la lucha de clases y de su interpretación marxista, omitiendo el
percibir el tipo de sociedad totalitaria y violenta a la que conduce este
proceso".
Como observa la
Congregación para la Doctrina de la Fe en la Instrucción Libertatis nuntius
sobre algunos aspectos de la "teología de la liberación"
(06/08/1984), el recurso a la violencia revolucionaria es una de esas
tentaciones que llevan a la ruina. En la lógica del pensamiento marxista, por
otra parte, "el análisis no es separable de la praxis y de la concepción
de la historia a la cual está unida esta praxis. El análisis es así un
instrumento de crítica, y la crítica no es más que un momento de combate
revolucionario. Este combate es el de la clase del Proletariado investido de su
misión histórica".
Esta teoría y
práctica revolucionaria atenta contra el núcleo específico del cristianismo. La
Instrucción Libertatis nuntius agrega que, en lo que se refiere a las virtudes
teologales de la fe, la esperanza y la caridad, por ejemplo, "reciben un
nuevo contenido: ellas son `fidelidad a la historia', `confianza en el futuro',
`opción por los pobres': que es como negarlas en su realidad teologal". De
este modo, el programa marxista al interior de la Iglesia, además de introducir
la dialéctica de contradicción en la vida eclesial, se plasma en la
desnaturalización del carácter sobrenatural de la misión redentora de
Jesucristo en clave puramente temporal. Quienes se dejan fascinar por el mito
de la lucha de clases "deberían reflexionar sobre las amargas experiencias
históricas a las cuales ha conducido. Comprenderán entonces que no se trata de
ninguna manera de abandonar un camino eficaz de lucha en favor de los pobres en
beneficio de un ideal sin efectos. Se trata, al contrario, de liberarse de un
espejismo para apoyarse sobre el Evangelio y su fuerza de realización".
Dicho esto, concluimos diciendo que el Cristianismo es recapitulador (cf. Ef 1,
10), no revolucionario.