Por Mons. Juan C. Sanahuja
NOTICIAS
GLOBALES, 14 y 16 febrero 2015
“¡Promover la
diversidad de la ‘orientación sexual’ por África, Asia, Oceanía, América del
Sur significa llevar al mundo a una deriva total de decadencia antropológica y
moral. Vamos hacia la destrucción de la humanidad!”
El Cardenal Robert
Sarah* hizo el prólogo al libro de Marguerite A. Peeters, Il Gender, Una
questione politica e culturale, publicado recientemente en Italia.
Si el libro es
importante, también lo son las palabras del Cardenal Sarah, que con su claridad
perforan el velo de ambigüedad y de hipocresía que rodea a la “perspectiva de
género” incluso, por desgracia, en sectores del mundo católico. Por eso
reproducimos algunos de sus párrafos.
Imponer el género es
un crimen contra la humanidad
Dice el cardenal:
“(...) De acuerdo con la ideología de género, no hay diferencia ontológica
entre el hombre y la mujer. La identidad del hombre o mujer no es inherente a
la naturaleza, sólo se atribuiría a la cultura: sería el resultado de una
construcción social, un papel que los individuos interpretan a través de tareas
y funciones sociales. Según su teoría, el género es performativo, y las
diferencias entre los hombres y las mujeres son las regulaciones opresivas, los
estereotipos culturales y las construcciones sociales, que se deben
desconstruir para lograr la igualdad entre hombres y mujeres.
En nombre de la
libertad y la igualdad, las batallas ideológicas de género obedecen a
necesidades individualistas y subjetivistas que tienen como objetivo organizar
la sociedad sin tener en cuenta la diferencia sexual. Los técnicos de esta
teoría y el poderoso lobby que están luchando a favor de una falta de
diferenciación de los sexos -que ellos llaman "la neutralidad
sexual"-, forman un fluido magmático en el que se mezclan cosas
confusamente abstractas y se pone en movimiento, como si se tratara de una
nueva utopía "liberación del deseo", portadora falsamente de una
felicidad universal. Trabajan para desmantelar lo que ellos llaman el
"sistema binario" hombre-mujer.
Como se puede ver,
estamos ante una revolución que busca revocar el orden de la creación del
hombre y la mujer, como Dios manda desde el principio en su designio de amor
eterno. Llevada a cabo por parte de Occidente, esta revolución se desarrolla en
una ausencia sutil, casi total de debate público. Las consecuencias son muy
graves. No sólo se refieren a las ciencias médicas, las humanidades y sociales:
las consecuencias destructivas podrían llegar a ser cada vez más evidentes en
la vida concreta de la gente, de la persona y de la sociedad, dondequiera que
vivamos.
El género consolida
hoy sus cimientos y gana más terreno. Una forma diferente de considerar el
matrimonio, la familia, el amor, la dignidad humana, los derechos y la
sexualidad desde una perspectiva esencialmente subjetivista, están arraigados
gradual y sólidamente en el Oeste, y tienden a expandirse en el resto del mundo.
La teoría de género salta a un nivel superior, decisivo, convirtiéndose en la
teoría queer.
Es decir, salta a un
deseo generalizado de "desestabilización de la identidad y de lo
institucional" porque la teoría queer, explica Marguerite A. Peeters,
"no se detiene en la deconstrucción del sujeto: afecta principalmente a la
deconstrucción del orden social. [...] Se trata de sembrar la duda sobre las
tendencias de orden sexual, para introducir la sospecha sobre las
‘restricciones de la heterosexualidad’, para cambiar la cultura", para
demoler las normas convencionales. (…)
Si los cambios
subversivos promovidos por el género no dejan de expandirse, nuestra
civilización podría perder el sentido de lo que la humanidad es, “no en
beneficio de un mundo perfecto, sino en una caída hacia la barbarie" y el
totalitarismo.
Lo que hace que la
batalla aún sea más ardua y difícil es que la revolución cultural llega hoy, de
manera significativa, para destruir el vínculo vital que debe existir entre el
derecho y la verdad, lo correcto, lo bueno, lo justo, la centralidad de la
persona humana en la sociedad. Los derechos humanos están ahora sujetos al
procedimiento y las interpretaciones de los dictados del falso consenso. Una
vez proclamadas, estas interpretaciones podrán ser citadas para adoptar
convenciones internacionales, que se convierten en leyes, en los estados que
son parte de esos tratados.
Son las
reinterpretaciones decididas por presuntos consensos, por ejemplo, el acceso
universal a la anticoncepción debe ser la prioridad del desarrollo; la
maternidad es un estereotipo a desconstruir; cierta manipulación genética
justifica el sacrificio de embriones; el aborto y la eutanasia debe ser
liberalizados; las uniones homosexuales deben gozar de los mismos derechos de
matrimonio. Este mismo gobierno global ejerce una fuerte presión sobre los
estados para alinearlos con sus prioridades ideológicas, locuras flagrantes y
escandalosas, que hacen caso omiso del bienestar de los países pobres y las
culturas no occidentales.
“¿Los pobres no
tienen derechos? ¡Son ellos y su desarrollo humano lo que debería ser el foco
de la cooperación internacional! En contraste, la frase los "derechos de
los homosexuales son derechos humanos y los derechos humanos son derechos de
los homosexuales", [Hillary Clinton], parece haberse convertido en el
leitmotiv del discurso actual de la gobernabilidad global y, como consecuencia,
se quiere cambiar la cultura de los pueblos a favor de la libre elección de la
"orientación sexual". Peor aún, en el mismo momento en que se
utilizan los derechos humanos para imponer este tipo de proyecto ideológico, el
secretario de la ONU ,
de una manera sorprendente, declara que "ninguna costumbre o tradición,
ninguna creencia cultural o religiosa puede justificar el hecho de que un ser
humano se le prive de sus derechos humanos", [Ban Ki-moon].
¿Con qué derecho se
sacrifican las culturas y la fe de los pobres en nombre de la homosexualidad,
en nombre de los ídolos de la decadencia moral de Occidente? Se hace necesario,
hoy, luchar con urgencia para conciliar el derecho con el matrimonio y la
familia, que es un bien común de la humanidad. El matrimonio y la familia son
anteriores al poder político, que éste tiene la obligación de respetarlos en su
estructura humana universal.
En nombre de la
ideología de género, reemplazan el matrimonio con las uniones civiles;
redefinen las parejas, el matrimonio, la familia y la descendencia, para
favorecer la homosexualidad y la transexualidad. Están perdiendo la humanidad,
el sentido de la realidad y la razón de las cosas, y contribuyen a la creación
de una cultura suicida. Es semánticamente incorrecto asignar a las parejas
homosexuales la palabra "matrimonio" y "familia", que
implican siempre el respeto de la diferencia sexual y la apertura a la
procreación. La homosexualidad altera la vida conyugal y familiar. No puede ser
una referencia educativa para los niños; les arruina profunda e
irreversiblemente. Privar a un niño de un padre y una madre es una violencia
inaceptable. (…) La homosexualidad, confrontándola con la vida conyugal y
familiar, no tiene sentido. Recomendarla en nombre de los derechos del hombre
es, cuando menos, nocivo. Imponerla es un crimen contra la humanidad.
Es inaceptable que
los países occidentales y los organismos de las Naciones Unidas impongan a los
países no occidentales la homosexualidad y toda su desviación moral, utilizando
argumentos económicos para que revisen su legislación y que condicionen su
asistencia al desarrollo a la aplicación de normas absurdas, subversivas,
inhumanas y contrarias a la razón, al sentido de la realidad. ¡Promover la
diversidad de la "orientación sexual" por África, Asia, Oceanía,
América del Sur significa llevar al mundo a una deriva total de decadencia
antropológica y moral. Vamos hacia la destrucción de la humanidad!
Los países
occidentales se han acostumbrado a la inestabilidad de sus ideas y a la
construcción de ideologías alienantes y fugaces como el marxismo y el nazismo.
La exportación de sus ideologías a largo de la historia siempre ha causado un
gran daño a la humanidad. El pensamiento africano no puede dejarse colonizar de
nuevo. Después de la esclavitud y la colonización están tratando una vez más de
humillar y destruir a África mediante la imposición de género. Es fundamental
que los africanos no se priven de su sabiduría y de su perspectiva
antropológica: el matrimonio y la familia, basados exclusivamente en la
relación entre un hombre y una mujer. La filosofía africana proclama: el hombre
no es nada sin la mujer, la mujer no es nada sin el hombre, y ambos son nada
sin un tercer elemento que es un niño. Un niño es el regalo más grande y lo más
precioso de Dios. Es la expresión más sublime del amor y la generosa fecundidad
del don recíproco de los cónyuges.
Una gran batalla ha
comenzado con poderosos medios subversivos (…). El efecto corrosivo del género,
dice Marguerite A. Peeters, es tan eficaz en la consecución de sus objetivos
que podría dar origen a un sentimiento de impotencia; incluso se sucumbe a la
tentación de adoptar una actitud derrotista y a decir: en cualquier caso, la
catástrofe está asegurada, dejemos que las cosas vayan como van. Pero Peeters
nos dice: nosotros queremos participar en favor de la eterna vocación al amor
del hombre y la mujer, a la comunión y a su complementariedad, no nos debemos
dar por vencidos. (…)
El discernimiento es
decisivo. Comienza con el realismo. Veamos las cosas a la distancia, pongamos
la realidad actual en una perspectiva lo más amplia posible. Por un lado, hay
que ser capaz de abrir los ojos a las realidades difíciles de nuestro tiempo y,
por otro, mantengamos nuestros ojos fijos en el misterio de Dios. En lugar de
encerrarnos en actitudes superficiales de la aceptación o el rechazo,
despertemos y abrámonos a la luz trascendente de la gracia. Hay que
"volver a la fuente, volver a la casa del Padre" y mantener la
confianza en la presencia efectiva de Dios en la historia, una presencia que
pasa por nuestra cooperación activa y el despertar de las conciencias (...)”.
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*El Cardenal Robert
Sarah, es de Guinea, arzobispo emérito de Conakri, fue nombrado, el pasado 24
de noviembre, prefecto de la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos