José María Simón
Castellví
Presidente emérito
de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas (FIAMC)
Infocatólica,
19-10-22
Se acerca la
Fiesta de San Juan Pablo II, en muchos sentidos llamado también el Papa de la
Vida y de la Familia. Él creó la Pontificia Academia para la Vida con el fin de
estudiar en profundidad maneras de defender la vida humana y su transmisión
desde la concepción hasta la muerte natural.
La FIAMC colaboró
muchas veces con la Academia y organizamos congresos en común de un altísimo
nivel científico. También publicamos en revistas científicas de impacto. Eran
tiempos en los que, dejando aparte legítimas discusiones académicas u
organizativas, tanto sus presidentes como todos sus miembros defendían la vida
humana como Dios les daba a entender.
Hubo presidentes
que sabían lo que era el ADN, la buena obstetricia y la comunicación de los
aspectos seguros de la Doctrina y de las leyes de la naturaleza.
El Prof. Jérôme
Lejeune, descubridor de la causa de la trisomía 21 y defensor de la vida de los
no nacidos y de la dignidad de los nacidos con el síndrome, fue el primer
presidente. Mantuve durante muchos años una buena amistad con su viuda Birthe,
que siempre lo tenía en sus labios a él y a sus «trisomiques».
Mons. Elio
Sgreccia era un sabio de corazón puro cuyos tratados se utilizan ampliamente
para la formación en Bioética. Mons. Ignacio Carrasco es médico de carrera
civil y nunca paró de estudiar. Es cierto que en había unos cuantos académicos
que creaban problemas, eran hipercríticos y acusaban al Santo Padre de esto o
lo aquello. Se les podía haber aplicado el reglamento y asunto arreglado.
Sin embargo -hecho
insólito bajo el sol- bajo la actual presidencia se expulsó a todos los
académicos y posteriormente se nombró a los nuevos, incluidos algunos de los
antiguos. Era como un nuevo comienzo, con los riesgos que supone para un
investigador la inseguridad de su expulsión cuando quiera el presidente.
Alguien convenció al Santo Padre de ello. Así, se nombraron y se siguen
nombrando académicos abortistas, defensores de la eutanasia en algún grado o
detractores de la Humanae vitae, justo lo contrario de lo que deseaba Juan
Pablo II y de lo que es razonable para el bien de la Iglesia peregrinante en
esta tierra. Y se dejaron de lado a valiosos científicos defensores de la Vida.
La presidencia de
una academia pontificia es un cargo muy apto para un laico o para una mujer. ¿O
es que no tenemos en la Iglesia a una mujer de trato agradable, casada, con 7
hijos, de sólida formación en Medicina, que hable idiomas y que pueda ir a Roma
frecuentemente? ¿Tan mal estamos? No creo que sea bueno para nadie que las
mujeres tengan cargos intermedios o se las nombre «diaconisas». Sí, es cierto
que el hecho de que un clérigo competente sea nombrado presidente no es ningún
pecado ni se le acerca. Pero es una oportunidad desaprovechada para que un
laico o laica desarrolle una labor muy necesaria y de cierta visibilidad.
El aborto
provocado es una ofensa a Dios, a las madres, a los hijos y a la Medicina. Es
la anti-Medicina. Nunca puede ser aceptado ni promovido. En este sentido la
revocación de la sentencia Roe versus Wade es una puerta abierta a la
protección de la Vida en un país occidental muy importante desde diversos
puntos de vista y creo que nos ayudará con el tiempo a revertir la lacra del
aborto, le pese al lobby que le pese. Comprendo que hay que intentar
dialogar con aquellos que son favorables a destruir la vida intrauterina y
atraerlos a la causa de la Cultura de la Vida. Pero no se les puede ofrecer
púlpitos para que difundan sus planteamientos. Ya tienen demasiados en el mundo
civil y con una mayoría abrumadora.
Pablo VI pedía a
los médicos y personal sanitario que nos hiciéramos con toda la ciencia
necesaria para, respecto a la transmisión de la vida, dar a los esposos de nos
consultan sabios consejos y directrices sanas que de nosotros esperan con todo
derecho. Así, en lugar de perder el tiempo y la salud con los anticonceptivos o
con discusiones que no sirven, deberíamos ayudar a las madres con problemas y a
los esposos que necesitan espaciar un nacimiento por razones graves.
No quiero olvidar
aquí poner por escrito una antigua oración en favor del Santo Padre y de sus
colaboradores. Los cristianos tenemos que hablar pero también hay que orar: «el
Señor lo proteja, lo bendiga y lo guarde, lo haga feliz en la Tierra y no lo
entregue a la saña de sus enemigos».