y la Doctrina Social de la Iglesia
Fabio Trevisan
Observatorio Van
Thuan, 14-10-22
Boletín N° 3/2022
La doctrina social
de la Iglesia siempre ha tenido la capacidad de responder, con sus principios y
valores fundamentales, a los diversos ámbitos de la vida humana y social,
incluida la literaria. La gran literatura se ha puesto en relación de
influencia recíproca con la doctrina social y el Magisterio de la Iglesia y
este número del Boletín destaca su aporte y aporte mutuo, a través del examen
de algunos autores, católicos y no católicos, provenientes de diferentes áreas
del mundo. La fecundidad de esta relación entre la literatura y la doctrina
social de la Iglesia no sólo nos permite descubrir algunos elementos quizás
poco conocidos de los autores tratados, sino que nos brinda la oportunidad de
captar más profundamente esa circularidad entre fe y razón que nutre la
literatura. camino, la investigación y el crecimiento humano y espiritual. La
intención de este folleto es, pues, que, más allá de la imposible pretensión
exhaustiva de considerar los innumerables aspectos de la comparación/relación
"literatura y doctrina social de la Iglesia", verifique cuánto
algunos temas de la gran literatura pueden hacernos comprender mejor los
principios y los valores propuestos por la doctrina social y, viceversa, en qué
medida estos mismos argumentos pueden haber sido tomados prestados de la
enseñanza social de la Iglesia.
Sub speciae
aeternitatis
La escritora
estadounidense Flannery O'Connor ha asumido, en su obra, la perspectiva de
mirar el mundo a través de la categoría sub speciae aeternitatis, poniendo en
juego su propia libertad y convirtiéndose en co-actriz de la gracia divina. En
su última visión, O'Connor quiso captar los signos de un plan providencial
incluso en una humanidad desfigurada por el pecado, en la que la marginación de
la fe había llevado a la pérdida progresiva de las raíces cristianas.
Interpretando la vida y su quehacer como una lucha por hacer un mundo mejor,
Flannery O'Connor se planteó como provocadora para sacudir conciencias y sobre
todo para recuperar a fondo esa libertad que, como hijos de Dios, tuvimos y que
en parte tenemos. perdió. Concibiendo la vida como un don, la poeta
estadounidense no solo no se quedó como espectadora inerte en la lucha entre el
bien y el mal, arrojándose con fuerza contra el principio de autodeterminación
que ha caracterizado cada vez más a nuestra sociedad, sino que ha radicalizado
el concepto mismo de la libertad como una elección entre el cielo y el
infierno. Para renovar seriamente el tejido social, recordó Luca Fumagalli, es
necesario recuperar con O'Connor "el discreto encanto de empolvar",
lo que equivale a decir que para animar cristianamente la tempestad, es
necesario recuperar la decisión de ensuciarse también las manos y la cara, es
decir, sudar, luchar, luchar por la mayor gloria de Cristo, también socialmente.
Ni me muero si me
matan
Giorgia Pinelli
recordó el compromiso de Giovannino Guareschi en defensa de los principios
innegociables (defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural,
de la familia como unión indisoluble entre un hombre y una mujer y la educación
de los hijos). El padre literario de los célebres Don Camilo y Pepón analizó de
manera original la delicada relación entre misericordia y justicia, tanto desde
el punto de vista del individuo como de la comunidad. En la paradójica expresión:
"No muero aunque me maten" , Guareschi expresó y reiteró su
permanecer vivo internamente en las condiciones de un prisionero en los campos
de concentración alemanes, ofreciendo así a toda la humanidad la posibilidad de
redención contra aquellos que habían aniquilación material planificada y
espiritual.
Aún en las
condiciones de estar abrumados por el hambre, el frío y la nostalgia, las tres
musas inspiradoras de la Fábula de Navidad (obra concebida y escrita en
cautiverio), Guareschi concibió y llevó a cabo la reconstrucción de una
civilización humana y cristiana, un mundo ordenado, un archipiélago de la
humanidad, permitiendo que la brutalidad del campo de concentración sacara a
relucir la visión sobrenatural del hombre. En esta dimensión trascendente,
acertadamente señaló Pinelli, Guareschi elaboró una doctrina social en el
campo de concentración, como atestiguan las páginas de su diario clandestino .
La ortodoxia y la
doctrina social de la Iglesia
El sentido de la
gratitud y el alto valor de la libertad acompañaron la existencia y obra
literaria de Gilbert Keith Chesterton. Todos los principios y valores
expresados por la Doctrina Social de la Iglesia están dispersos, como señaló
Marco Semarini, en las novelas, ensayos, poemas y hasta en los dibujos del gran
autor inglés. No fue un escritor aislado y polémico, hostil a la vida social;
Chesterton supo dialogar verdaderamente con todos, preservando la ortodoxia y
armonizando, de manera original y profunda, los principios de la doctrina social
cristiana.
Estudiando el
Magisterio de la Iglesia, en particular el de León XIII, elaboró la idea
distributista de la difusión responsable de la pequeña propiedad, asumiendo
también un compromiso político para preservar el orden natural de las cosas, que
vio sacudido por la hegemonía capitalista. En la visión chestertoniana, pues,
como acertadamente observó Semarini, la idea de colaboración entre los hombres
y las familias y la de cooperación en el trabajo y la educación, han anticipado
las demandas de sana libertad que, en nombre de un correcto principio de
subsidiariedad y finalizados al verdadero bien común, se han realizado y se
realizan todavía en el cuerpo social. En este sentido, debe considerarse
fundamental el valor atribuido a la propiedad como instrumento de libertad y
ejercicio concreto de la misma.
Vivir sin mentiras
En la obra de
Aleksandr Isaevic Solzenycin encontramos, como observó Alessandro Gnocchi, los
conceptos fundantes de toda vida civil: fe, martirio, memoria. En la tierra del
Archipiélago Gulag, donde el escritor ruso fue condenado a veinte años de
exilio, pueblo y destino confluyen en una geografía diseñada por la fe, por el
retorno a la ortodoxia y al alma de la Santa Madre Rusia. En su célebre
exhortación: “Vivir sin mentiras” , Solzenycin testimonia cristianamente que se
niega a participar no sólo en la construcción de un totalitarismo mentiroso,
sino a vivir para la verdad siguiendo a Cristo, Camino, Verdad y Vida. Indicó,
como Guareschi, la posibilidad de resistir incluso dentro de los campos de
concentración, salvando así el alma.
No es casualidad
que, subrayó Alessandro Gnocchi, Solzenycin haya titulado “El alma y el
reticulado” la parte del Archipiélago Gulag dedicada al propio renacimiento
espiritual. Aquí, en esos lugares construidos para olvidar a Dios, podrían
resonar los principios y valores inscritos en la doctrina social cristiana y
fortalecerse los lazos más íntimos entre la Encarnación, la Cruz y la
Resurrección mediante la acción fecunda del Espíritu Santo. Solzenycin tradujo
el concepto de zemstvo por el de subsidiariedad, encontrando en el vínculo con
su propia tierra, su propio suelo sagrado, el fundamento de toda realidad
social no concebida como una yuxtaposición de individuos. La verdadera subsidiariedad
para Solzenycin no radica tanto en la división de competencias entre el Estado
y la sociedad civil, cuanto en la presencia del “Justo”, de aquel que, donde
está, une el Cielo y la Tierra con su propia vida.
La bondad
ilimitada de Dios
Joseph Roth hizo
explícito en el ensayo "El Anticristo" el furor del mal en el mundo,
subrayando la contribución "diabólica" de las herramientas de
comunicación masiva. El escritor austríaco de origen judío expresó en sus obras
una crítica radical al laicismo de la modernidad, lo que le llevó a declararse
públicamente convertido al catolicismo, también por la falta de sentido que le
produjo la inútil matanza de la Primera Guerra Mundial. Como observó Carlo
Primerano, Roth alabó la ilimitada benevolencia de Dios y Su Logos, dándonos
como criaturas la capacidad de usar la razón para investigar. En lo que Roth no
dudó en llamar “la gracia de la razón” estuvo la excelente contribución que
hizo para el redescubrimiento de los principios y valores inscritos en la Doctrina
Social de la Iglesia, que permitió por un lado encontrar el infinito
benevolencia divina y, de otro, percibir la pérdida de sentido, el desorden, el
mal. Desde esta perspectiva, la nostalgia de Joseph Roth por un mundo perdido
(el imperio austrohúngaro, pero no sólo) se expresa en la convicción de que
Austria era, incluso antes de ser una patria, una religión que había que
salvaguardar. En el apólogo de Andreas, el santo bebedor, como señaló
Primerano, captamos la invocación a la misericordia y la idea del perdón
cristiano en Joseph Roth y el papel de la Iglesia Católica y sus Divinos
Sacramentos.
La sociedad
orgánica de la Tierra Media
Paolo Gulisano
encontró en la gigantesca obra de Tolkien, en particular en el célebre El Señor
de los Anillos, una enérgica defensa de la ley natural e, implícitamente, de
los principios de la doctrina social de la Iglesia: "El bien y el mal no
han cambiado en el espacio de un año y no son una cosa entre elfos y enanos y
otra entre hombres. Depende de cada uno de nosotros discernirlas”. Lejos de
cualquier ideología, el legendarium de Tolkien expresa así una concepción del
ser, una visión de la vida que refleja una teología providencial de la
historia.
Gulisano también
apuntó que en Tolkien la crítica a la modernidad, al globalismo, a la
homologación masiva va de la mano con el renacimiento de la sociedad orgánica
de la Tierra Media, de los pequeños hobbits que defienden su Comarca, su
pequeño mundo. Por tanto, en la concepción católica de Tolkien, queda en un
segundo plano la lucha entre el bien y el mal, la condición de la naturaleza
marcada por el pecado original y la obra redentora de las pequeñas criaturas,
los hobbits, asistidos por fuerzas y poderes sobrenaturales. La sensibilidad
artística de Tolkien, proveniente de fuentes humanas y cristianas vivas,
invitaba a todos sus innumerables lectores a privilegiar lo bello, lo bueno ya
no sucumbir a la tentación del desánimo, la fealdad y el mal.
Las extrañas
pietas del leopardo
Roberto Pecchioli
ha examinado, en la obra de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, algunas frases y
adjetivos que han provocado la incomprensión del escritor siciliano. Una de las
frases más usadas es: “Si queremos que todo siga como está, todo debe cambiar”.
Así como el adjetivo “leopardo” se ha convertido en sinónimo de traidores,
“todo cambia” ha perjudicado una estrategia política que ha frenado el
crecimiento del llamado “Mezzogiorno”. En la realidad de la novela Il
Gattopardo, como observa Pecchioli, además de la recurrencia de la ineficacia
de la apelación al pasado, surge una extraña pietas en el protagonista, el
príncipe de Salina, que no se nutre de la trascendencia y por tanto queda
atrapado en el patetismo de la belleza y de la nostalgia.
En el palacio de
Salina aún se reza el Rosario, aún se conservan las reliquias pertenecientes al
pasado, pero falta la fecundidad de la vida cristiana, los principios y valores
expresados por la doctrina social de la Iglesia. El refugio de don Fabrizio
en la astronomía testimonia que su actividad de escrutinio no es una
observación de las estrellas en busca de un fin sobrenatural sino un repliegue,
un repliegue sobre sí mismo en previsión de un fin inminente.
Principio de
solidaridad y bien común
Clive Staples
Lewis abordó los temas del afecto, el eros, la amistad y la caridad en el
ensayo: “Los cuatro amores” . Lewis habló de la amistad extendiéndola al
principio de la solidaridad y del bien común, según la Doctrina Social de la
Iglesia. El carácter de sana amistad constituía así una relación entre las
personas, en el sentido de mutua elevación desde el punto de vista espiritual y
cultural, orientada hacia el verdadero bien común. En las treinta y una cartas
escritas por el diablo Berlicche al joven e inexperto Malacoda, Lewis subraya
con humor y sabiduría teológica los obstáculos que la inteligencia diabólica
pone al bien común, a la salud y salvación del alma. El trabajo de Berlicche
para alejar de la cabeza del hombre la realidad concreta, así como la constante
tentación de proyectarlo en un futuro hipotético, tiene el sentido de hacerle
abandonar el control de la realidad, los deberes del presente, la formación de
una conciencia.
George Mackay
Brown pasó la mayor parte de su vida en la pequeña comunidad del archipiélago
escocés de Orkney, en exilio voluntario. En su obra, como señaló Luca
Fumagalli, trató de describir la esencia de la realidad y el misterio que la
impregna, hasta el punto de que podemos hablar de Lectio Divina. Para el
escritor escocés, en quien la lectura del cardenal Henry Newman fue decisiva
para su conversión, el catolicismo era un matrimonio perfecto entre belleza y
verdad. Las Islas Orkney se convirtieron así en el emblema de un detalle que es
reflejo de lo universal, es decir, de un pedazo de tierra que remite a Dios
Todopoderoso.
Para Mackay Brown,
la literatura no es solo un reflejo de la belleza sino que tiene un impacto
social, en armonía con los principios expresados por la doctrina social
cristiana. Cuando él, como buen isleño, repetía que “ningún hombre es isla”,
pretendía oponerse al individualismo y a las fuerzas centrífugas de la
modernidad que llevaban a la destrucción de la sociedad tal como la entendía el
cristiano y de ese modelo comunitario que amaba, de unidad en la diversidad,
que se reflejó en la Iglesia universal.