el profeta olvidado de la cultura de la vida
Andrea Zambrano
Brújula cotidiana,
11-05-2022
Es significativo
el silencio bochornoso con el que se recibió en la Iglesia la noticia de la
muerte de Monseñor Michel Schooyans, ocurrida el pasado 3 de mayo a los 92
años. Belga, jesuita, filósofo y teólogo, profesor en la Universidad de Lovaina
y en otras universidades del mundo, autor de una veintena de libros, Schooyans
fue un punto de referencia fundamental para Juan Pablo II, porque sus estudios
científicos sobre bioética, demografía, organizaciones internacionales
coincidieron con las ideas e indicaciones del Papa polaco.
Supo describir con
gran precisión los orígenes, sustentadores y consecuencias de la “cultura de la
muerte”, que Juan Pablo II denunció muchas veces al oponerse a la “cultura de
la vida”, que Monseñor Schooyans supo igualmente señalar y hacer fascinante. En
muchos de sus ensayos describió la perversión del llamado Nuevo Orden Mundial,
destinado a “reducir el número de comensales en la mesa de la humanidad”, como
afirma el subtítulo de su libro “Nuevo Desorden Mundial”, prologado en 1997 por
el entonces Cardenal Joseph Ratzinger. Eran los años de las conferencias
internacionales de la ONU (con el tema de medio ambiente, población,
desarrollo) que sentaron las bases ideológicas del Nuevo Orden Mundial y en las
que la Santa Sede fue protagonista para frenar el avance de una ideología
antihumana.
No fue casualidad
que Monseñor Schooyans fuera llamado por la Academia Pontificia para la Vida,
por la Academia Pontificia de Ciencias Sociales y por el Consejo Pontificio
para la Familia. Precisamente con motivo de una de las reuniones de este
Consejo Pontificio, entonces dirigido por el cardenal colombiano Alfonso López
Trujillo, que conoció personalmente a monseñor Schooyans. Había escrito el
libro “La conspiración demográfica”, justo después de la Conferencia
Internacional del Cairo sobre población y desarrollo de 1994, y Monseñor
Schooyans era una autoridad indiscutible en demografía y políticas de la ONU.
Llamaba la atención su humildad y discreción que acompañaba una gran
competencia e inteligencia, así como la claridad de juicio.
Era consciente de
la gravedad del momento histórico que aún hoy vivimos, una verdadera revolución
antropológica que, nacida de las sociedades occidentales, se está imponiendo en
todo el mundo a través de las agencias de la ONU. Un profundo deseo de muerte
que odia y destruye la vida: el aborto y la eutanasia promovidos como derechos
humanos cuando son simples herramientas de ingeniería social activadas por los
poderosos. El aborto representó sobre todo un frente que lo vio luchar
ferozmente. Basta citar los títulos de algunos de sus libros, traducidos al
italiano: La profecía de Pablo VI. La encíclica Humanae Vitae; Aborto y
política; El complot de la ONU contra la vida; Evoluciones demográficas: entre
los falsos mitos y la verdad.
Sin olvidar el
breve ensayo en francés Sur affaire de Recife et quelque autres...: Fausse compasion
et vraie désinformation, sobre el lamentable suceso de 2009, cuando una niña
brasileña de 9 años, que fue violada por su padrastro y quedó embarazada de
mellizos, fue hecha abortar por los médicos. El caso provocó una feroz polémica
entre el obispo de Recife, que había excomulgado a los médicos, y monseñor Rino
Fisichella, entonces presidente de la Academia Pontificia para la Vida, que se
pronunció “a favor de la niña”, justificando la decisión de los médicos.
Monseñor Schooyans escribió una larga acusación demostrando que Monseñor
Fisichella se había basado en información y suposiciones falsas, e hizo un
llamamiento directo al Papa quejándose del escándalo de la posición asumida por
quien representaban a la Academia Pontificia para la Vida.
Schooyans definió
la ideología de la muerte que impregna la política internacional como
“terrorismo con rostro humano”, tal y como reza el título de otro de sus
libros, una pulsión de muerte propia de las ideologías contemporáneas. No solo
comunismo, fascismo y nazismo: “Es bien sabido -dijo en el libro de entrevistas
“Los ídolos de la modernidad”- cómo las ideologías totalitarias del siglo XX
sobrevivieron a los regímenes que las inspiraron. Estas ideologías tienen en
común el rechazo a cualquier punto de referencia moral. Es necesario estar
listos a la muerte, o dar la muerte, si así lo exige la disciplina del Partido,
la pureza de la Raza o el Estado. Estas ideologías, que florecieron bajo la
bandera del comunismo, el nazismo y el fascismo, son siempre muy fervientes, y
además, hoy en día, son apoyadas por la ola impactante de la ideología
neoliberal”.
Y todavía: “A
diferencia del clásico, el nuevo terrorismo es tanto más efectivo cuanto más
discreto. Utiliza un conjunto de disciplinas que incluye las ciencias biomédicas
y demográficas, el derecho y las técnicas de comunicación. Este terrorismo
cuenta con apoyo logístico y financiero de algunas de las más relevantes
organizaciones internacionales. Este nuevo terrorismo afecta principalmente la
integridad intelectual y moral de las personas. Parece tener un rostro humano;
parece honrar la verdad; da la impresión de valorar la libertad, cuando en
realidad sólo busca atrapar a los hombres en la red de la cultura de la
muerte”. Repasemos la historia de estos últimos dos años y medio y nos daremos
cuenta de lo proféticas que son sus palabras.
¿Cómo responder a
todo esto? Sólo el Evangelio es una respuesta al “desorden mundial”, la única
posibilidad de volver a poner el mundo en orden dijo Schooyans, quien también
dedicó un libro a este tema: L'Évangile face au désordre mondial. “El mensaje
de la Iglesia - escribió - presenta la sencillez y la radicalidad del
Evangelio: es una invitación a la Felicidad. La felicidad consiste en amar. (…)
Es necesario devolver a los hombres la alegría de vivir y de amar”.
Pero en los
últimos años había advertido que también en la Iglesia se estaba imponiendo la
ideología mundana, y una clara señal de ello fueron los dos Sínodos sobre la
familia (2014-2015), como
escribió en un ensayo de 2016 que publicó la Brújula Cotidiana exclusivamente
en italiano en tres episodios. Vale la pena citar un breve pasaje de extrema
actualidad, dedicado al retorno de los “casuistas, es decir, los moralistas que
trabajan para resolver los casos de conciencia sin ceder al rigorismo”. La
casuística nació en el siglo XVII y dio lugar a una polémica, en la que también
Pascal criticó duramente a los casuistas.
Esto es lo que
escribió Schooyans:
“Algunos
moralistas se empeñan a proporcionar soluciones que agraden a las personas que
recurren a su ilustración. En estas casuísticas de ayer y de hoy, los
principios fundamentales de la moral quedan eclipsados por los juicios a
menudo divergentes de estos graves consejeros espirituales. El desinterés del
que se aflige la moral fundamental deja el campo abierto al establecimiento de
un derecho positivo que prohíba lo que los códigos de conducta insisten en
referirse a las reglas fundamentales de la moral. El casuista, o neo casuista,
se ha convertido en legislador y juez. Cultiva el arte de confundir a los
fieles. La preocupación por la verdad revelada y accesible a la razón pierde
interés. Como mínimo, solo nos interesarán las posiciones “probables”. Gracias
al probabilismo, una tesis puede dar lugar a interpretaciones contradictorias.
El probabilismo
nos permitirá sugerir ahora el calor, ahora el frío, los pros y los contras. Se
olvida la enseñanza de Jesús: “Cuando habléis, decid ‘sí’ o ‘no’, todo lo demás
viene del maligno” (Mt 5, 37; St 5, 12; cf. 2 Cor 1, 20). No obstante, cada neo
casuista se moverá según su propia interpretación. La tendencia es a la
confusión de las tesis, a la duplicidad, a la doble o triple verdad, a la
avalancha de interpretaciones. El casuista tiene el corazón dividido, pero
pretende seguir siendo amigo del mundo (cf. St 4, 4-8).
Poco a poco se
marchitarán las reglas de conducta establecidas por la voluntad del Señor y
transmitidas por el Magisterio de la Iglesia. La calificación moral de los
actos puede, por tanto, ser modificada. Los casuistas no se contentan con
suavizar esta calificación; quieren transformar la ley moral misma. Será la
tarea de los casuistas, confesores, directores espirituales, y a veces de
algunos obispos. Todo el mundo debe tener la preocupación del placer. En
consecuencia, deberán recurrir al compromiso, a adaptar su discurso a la
satisfacción de las pasiones humanas: nadie debe ser rechazado."