catolicos-on-line, 30-1-16
En una entrevista concedida a Famille Chrétienne y
recogida por Religión en Libertad, Mons. André-Joseph Léonard, arzobispo emérito
de Malinas-Bruselas, analiza la situación de su archidiócesis, que durante su
pontificado pasó de 4 seminaristas a 55 en cinco años, así como la actualidad
de la Iglesia tras los dos últimos sínodos y el actual Año de la Misericordia.
Al llegar al límite de edad (cumplió 75 años el 6 de
mayo de 2015), en junio André-Joseph Léonard presentó al Papa Francisco su
dimisión como arzobispo de Malinas-Bruselas. Nombrado administrador apostólico
de la archidiócesis, cedió oficialmente la sede el 12 de diciembre a monseñor
Jozef de Kesel, hasta entonces obispo de Brujas.
Después de unas misas de despedida y un tiempo de
reposo en la comunidad de Marche-les-Dames, monseñor Léonard se trasladará a
Francia la primavera que viene como capellán auxiliar del santuario de
Notre-Dame de Laus.
Durante sus cinco años al frente de la archidiócesis
de Malinas-Brusleas, monseñor Léonard dio un nuevo impulso a la Iglesia
católica en Bélgica: restableció las procesiones eucarísticas; creó la
Fraternidad de los Santos Apóstoles formada por sacerdotes y seminaristas;
salvaguardó la iglesia de Santa Catalina, en el centro de Bruselas, condenada a
ser desmantelada; se opuso con la oración y el ayuno a la ampliación de la
eutanasia; creó un seminario Redemptoris Mater [seminarios vinculados al Camino
Neocatecumenal]…
Desde su nombramiento en enero de 2010 por Benedicto
XVI, el antiguo obispo de Namur fue contestado por sus ideas, juzgadas
demasiado «reaccionarias», y criticado por su fidelidad a la enseñanza de la
Iglesia católica. En lo que respecta a la clase política, ésta le ha reprochado
abiertamente su posición contra el matrimonio homosexual, el aborto y la
eutanasia.
Arzobispo emérito desde el 12 de diciembre, monseñor
Léonard expresa su opinión sobre los acontecimientos que han marcado el año
2015 y sobre sus cincos años como guía de la diócesis belga de
Malinas-Bruselas.
-Durante los cinco años que usted ha sido cabeza de la
archidiócesis de Malinas-Bruselas, el número de seminaristas ha aumentado de
manera espectacular, pasado de los cuatro que había en 2010 a cincuenta y
cinco. ¿Cómo explica usted este aumento?
Fui profesor en la universidad de Lovaina durante
veinte años y, más tarde, durante trece, superior del seminario universitario.
He estado siempre cerca de los seminaristas, algo que he seguido haciendo
naturalmente siendo obispo de Namur y, posteriormente, de Malinas-Bruselas.
Nunca me he negado a recibir a un joven que me lo
pidiera, nunca le he dicho que se pusiera en contacto con el servicio de
vocaciones, siempre los he acogido. Un obispo debe recibir a un hombre que
quiere entregar su vida a Cristo. Que un joven sienta que él es importante para
el obispo de su diócesis le ayuda a decidir.
No tengo recetas milagrosas. Simplemente, siempre he
estado abierto a las realidades que el Espíritu Santo hace nacer en la Iglesia.
Cuando conocí a los jóvenes que, movidos por el ministerio del Padre
Michel-Marie Zanotti-Sorkine, fundaron la Fraternidad de los Santos Apóstoles,
mi primera reacción no fue la desconfianza, sino la acogida y el apoyo. No
todos los jóvenes que se presentan acaban siendo sacerdotes; se necesita un
discernimiento, pero la primera actitud que hay que tener es la acogida. ¡Qué
alegría es para un obispo conocer a un hombre que desea consagrarse a la
Iglesia! ¡Qué maravilloso regalo!
-Durante su ministerio, tanto fuera como dentro de la
Iglesia belga, usted ha tenido mucha oposición y resistencia, sobre todo por su
fidelidad al Magisterio. ¿Cómo se consigue nadar contracorriente?
Hay una parte de convicción y otra de temperamento.
Durante mis años como sacerdote llegué a tener unas convicciones sobre los
distintos aspectos de la existencia humana que son las de la Iglesia católica.
Y estoy convencido de la validez del magisterio de la Iglesia, incluidos los
temas más delicados y controvertidos.
Siempre he pensado que era mi misión ser eco de la
enseñanza de Cristo y de la Iglesia sobre el destino humano. Por lo tanto,
nunca me ha molestado tener que remar a veces contracorriente. ¿No es esto, de
todas formas, algo normal? Una parte notable del Evangelio va contracorriente.
San Pablo escribió a los romanos: «No os conforméis a este mundo».
Mis convicciones han suscitado reacciones distintas:
ha habido quienes estaban contentos de oír un lenguaje claro que les animaba a
vivir verdaderamente su identidad cristiana y ha habido quienes han protestado,
a veces incluso entre los mismos cristianos, porque no les gustaba que en un
mundo donde la libertad es considerada el valor supremo, un obispo pueda pensar
de una manera distinta al pensamiento dominante.
Estas oposiciones o desacuerdos son, en cierto
sentido, inevitables. Lo contrario me causaría inquietud. Jesús no predica el
éxito, sino más bien la contradicción. ¡Pero estas miserias son solo una
pequeña parte de mi ministerio y no son nada comparadas con el sufrimiento de
los obispos de los primeros siglos y el de los obispos de hoy en Oriente Medio
o Asia!
-El segundo sínodo para la familia tuvo lugar en
octubre. El texto final ha sido objeto de interpretaciones. Usted participó en
los trabajos de la primera edición. ¿Qué lectura hace usted del mismo?
No creo que haya habido un progreso real de un sínodo
al otro, sino más bien una repetición de lo que ya se había dicho. Yo me he
quedado algo decepcionado. Es verdad que hay cosas buenas en el texto final,
pero me ha decepcionado el hecho de que hay ambigüedad en los puntos más
delicados. Algunos obispos me han dicho que han sido redactados ambiguamente a
propósito, con el fin de que puedan ser interpretados de distintas maneras.
Dicha ambigüedad sobre cuestiones esenciales es muy arriesgada, pues puede dar
lugar a prácticas que, una vez establecidas y desarrolladas, serán difíciles de
rectificar.
Espero por lo tanto que tengamos al final un texto
matizado y benévolo pero claro sobre los temas de la doctrina y de la
disciplina de la Iglesia católica concernientes al matrimonio y la familia. La
pelota está ahora en el lado del Papa y, por consiguiente, debe ejercer su
papel petrino de unidad y continuidad de la Tradición, como declaró en su
discurso de clausura del primer sínodo para la familia. La cuestión más
fundamental del Sínodo es unir, dentro de todas las alegrías y sufrimientos de
la familia y de los matrimonios, el amor y la verdad. Como dice el Salmo 84:
«Amor y verdad se encuentran, justicia y paz se besan». La Iglesia debe ser a
la vez misericordiosa, adoptando una actitud de corazón benévolo hacia todas
las personas, y fiel a su enseñanza sobre el matrimonio y la familia.
-A partir del último sínodo, algunos obispos han
propuesto dar más poder a las conferencias episcopales en materia de
disciplina. ¿Qué piensa usted sobre esta propuesta?
No es una buena idea. Pienso que es malo que la
disciplina pueda ajustarse de un país a otro o de un continente a otro. Creo
que sería extremadamente arriesgado que los países occidentales puedan disponer
de una disciplina más flexible. ¿Qué imagen daría esto de la Iglesia? Los
cristianos de los países más ricos, que gozan de una mayor comodidad, ¿podrán
entonces tener también una disciplina más cómoda? ¡Sería un gran escándalo! En
cambio, donde se debe jugar la diversidad de los lugares es en la puesta en
marcha de la pastoral para afrontar los problemas diferentes según cada
continente, proponiendo, así, las soluciones adecuadas.
-El Papa abrió el 8 de diciembre las puertas del Año
Santo de la Misericordia. ¿Están nuestros contemporáneos preparados para
atravesar el umbral?
Constato que el método del Papa Francisco empieza a
tocar a numerosas personas. Pero para muchos, esto exigirá un enfoque que
aclare las conciencias. Pues la misericordia supone que se tenga conciencia de
la propia miseria para que el corazón de Dios acoja dicha miseria, la asuma, la
tome en Él para transfigurarla y donárnosla de nuevo. La misericordia tiene
sentido si somos conscientes de que la necesitamos. Personalmente, intento
siempre hacer evidente esta doble dimensión de la misericordia a partir de una
escena que, extrañamente, no evocó la bula de convocatoria y que sin embargo me
parece un texto fundamental: la escena del costado traspasado de Jesús. La
palabra «misericordia» no está explícita en esta escena, pero la realidad está
allí.
Lo que es asombroso, y que claramente asombró al
evangelista, es que la propia herida, la herida del costado, testimonia a la
vez que somos pecadores (si todo iba bien entre el hombre y Dios, ¿por qué el
corazón humano de Dios debía ser traspasado?) y que ése es el lugar de donde
procede el origen de nuestra regeneración. La propia mirada puesta sobre el
costado traspasado de Jesús («Volverán los ojos hacia Aquel al que
traspasaron») me revela que soy pecador y que se me han abierto una vida nueva,
el perdón, la misericordia, la reconciliación, la regeneración. Es muy
esclarecedor. Cuando se habla de esto, se toca el corazón de las personas.
Esta es la maravilla que tendremos que hacer descubrir
durante este Año. Y esto requiere un esfuerzo catequístico porque los hombres,
incluso algunos cristianos, muy a menudo han perdido el sentido de esos dos
abismos que son llamados a encontrarse: el abismo del pecado, del misterio de
iniquidad, como dice Pablo a los Tesalonicenses, y el abismo más grande que es
el amor de Dios que viene a buscarnos. Una de las grandes tentaciones de
nuestra época es esta tendencia a querer aplanar estos dos abismos. Pero si no
reconocemos nuestros pecados, corremos el riesgo de no entender la locura que
hay en el amor de Dios que se ha hecho hombre hasta el punto de morir en la
cruz.
-Usted decidió consagrar Bélgica y sus provincias el 8
de diciembre al Corazón Inmaculado de María. ¿Por qué razón?
La parroquia Santa Catalina de Bruselas me había
pedido que la consagrara al Corazón Inmaculado de María. Había dicho que sí.
Algunas personas me propusieron, como se suele hacer en Líbano, consagrar al
mismo tiempo y oficialmente toda Bélgica. Pero yo no tenía autoridad para ello
-es necesario el acuerdo de todos los obispos belgas-, por lo quela he
consagrado sólo paternalmente a través de los fieles presentes, procedentes de
distintas provincias belgas.
Bélgica es una menudencia en Europa, pero ha recibido
dos visitas oficiales de María: en Beauraing y en Banneux. Si María se ha
molestado en venir dos veces a visitar este país, probablemente es porque tiene
una gran necesidad.
Y creo que es así porque Bélgica fue un país de gran
fervor, un país extraordinariamente misionero que, como Francia, ha enviado a
cientos de misioneros a los distintos continentes. La Iglesia en Bélgica ha
hecho una inversión masiva en los movimientos de jóvenes, en la enseñanza
católica y en un sistema de salud de inspiración cristiana. Ahora bien, este
edificio por una parte se ha evaporado y, por otra, en algunas instituciones
que mantienen la etiqueta de cristianas el contenido se ha diluido de manera
importante.
Creo que este país necesita renovarse, que se apoye no
en ideas, sino en realidades personales. Me gusta mucho la frase de Benedicto
XVI: «Ser cristiano no es ante todo tomar una decisión ética u organizativa, sino
ser seducido por una persona». Bien, el corazón de la fe cristiana son unos
rostros: el de Jesús y el de María.
En Bélgica necesitamos, más que nunca, una conversión
del corazón a otros corazones. Una conversión del corazón del hombre de hoy, de
la mujer de hoy, al corazón de María, al corazón de Cristo, al corazón de Dios.
Desde ese momento, consagrar un país al corazón de Jesús o de María ya no es
sólo una devoción, sino es ir al corazón de la fe misma.
-Este año Francia ha sufrido mucho por una serie de
atentados. Frente a esta gran prueba, ¿cuál debe ser la actitud de los
católicos?
Por desgracia, pienso que es sólo el inicio y que lo
que hemos vivido en París hace presagiar otras pruebas similares. Tenemos que
estar preparados para vivirlas, sin olvidar que lo que hemos vivido estos
últimos tiempos los habitantes de otros países del mundo lo viven a diario.
¿Cómo reaccionar ante esta prueba? Con medidas de
seguridad, claro, pero sobre todo obligándonos a reflexionar en profundidad
sobre cómo la Iglesia y nuestras sociedades deben dialogar con los musulmanes.
En interés de ambas partes.
Debemos vivir un diálogo serio sobre el modo como los
musulmanes interpretan los versículos del Corán más violentos, sobre el lugar
que dan a la libertad de conciencia y sobre la posibilidad de casarse con
personas de otras confesiones. Si no vivimos este diálogo, corremos el riesgo
de desembocar en un choque de civilizaciones y esto sería dramático.
-Varios países han decidido intervenir en Irak y en
Siria contra Daesh. Es el caso de Francia y de Bélgica. El Papa ha hablado de
una tercera guerra mundial a trozos. ¿Debe apoyar la Iglesia esta intervención
militar?
Una intervención militar es siempre algo muy complejo,
ambiguo y provoca muy a menudo más mal que bien. En el caso de Irak en 2003, el
Papa Juan Pablo II nunca aprobó los ataques americanos, ni el embargo
económico. Su posición era muy clara.
No se bendecirá una empresa militar a no ser que se
trate de una guerra justa, a saber: proteger a la población víctima de una
agresión injusta.
-Miles de cristianos de Oriente huyen de Irak y de
Siria. Se plantea un caso de conciencia: ¿debemos ayudarles a abandonar sus
países o, por el contrario, debemos ayudarles a quedarse para que Oriente Medio
no se vacíe de su presencia?
Todos estamos convencidos de que lo ideal sería que se
pudieran quedar y florecer en sus países, donde están presentes desde el
principio del cristianismo. En sus países están en su casa. Es por lo tanto
dramático que tengan que huir y que Oriente Medio se quede sin su población
cristiana. Hay que hacer todo lo posible para que se queden.
Pero, ¿cómo no entender que quieran irse porque les
amenazan y persiguen a diario? No podemos reprocharles que quieran vivir lejos
de las bombas.
Es un dilema corneliano [de Pierre Corneille
(1606-1684), dramaturgo francés]. Estamos frente a un dilema que no tiene una
buena solución. La única sería poder llevar la paz a esos países, pero es poco
probable que se lleve la paz haciendo la guerra.