Ñtv, España, 17/07/2023
El distributismo,
también conocido como distribucionismo, es un sistema económico basado en la
Doctrina Social de la Iglesia Católica, primero anticipada por el papa León
XIII en su encíclica Rerum Novarum del año 1891 y más extensamente explicada
por el Papa Pio XI en su encíclica Quadragesimo Anno de 1931. Los pensadores G.
K. Chesterton y Hilaire Belloc aplicaron estos principios de «justicia social»
en sus obras sobre la tercera vía económica, frente al socialismo y al capitalismo.
La palabra
distributismo proviene de la idea de que un orden social justo puede lograrse a
través de una distribución mucho más amplia de la propiedad. Distributismo
significa una sociedad de propietarios. Significa que la propiedad debería pertenecer
a muchos en lugar de a unos pocos.
De acuerdo con el
distribucionismo, la propiedad privada de los medios de producción debería
estar distribuida lo más ampliamente posible entre la población. Un resumen
sobre el distributismo se encuentra en una declaración de G. K. Chesterton:
«Demasiado capitalismo no significa muchos capitalistas, sino muy pocos
capitalistas».
Pío XI (Achille
Damiano Ambrogio Ratti), Papa entre 1922 y 1939, ha pasado a la historia de la
Iglesia Católica como posiblemente el de mayor, más extensa e intensa
actividad, merecedor de títulos tales como «el papa de las encíclicas», por
haber escrito una treintena; «el papa de los concordatos», al buscar mejorar
las condiciones de la Iglesia en diversos países mediante la firma de 23
convenios; «el papa de la Acción Católica», pues uno de los principales
objetivos de su pontificado fue organizar a los laicos a través de la Acción
Católica, con el fin de cristianizar todos los sectores de la sociedad; «el
papa de las misiones», por su impulso a la actividad misionera; y «el papa de
las canonizaciones», por haber elevado a los altares a 33 santos y haber dado
cauce en su pontificado a 500 beatificaciones…
El liberalismo
como fenómeno histórico fue el proceso mediante el cual se sustituyeron las
estructuras de justicia por estructuras de explotación, de cambio de la
solidaridad por el egoísmo. Esta dinámica está, por supuesto, implícita,
presente en las mismas teorías del liberalismo, que suponían que la sociedad
estaba compuesta por actores egoístas que se unían solo para promover su propio
interés, y que así reemplazaba la autoridad con la desinteresada «mano
invisible» de las leyes económicas y la aplicación política de manera
indiscriminada de los derechos de propiedad.
Pío XI explica las
conexiones entre el liberalismo y el socialismo en parte a través de una
explicación histórica: antes del liberalismo, el mundo social estaba conformado
por lo que podríamos llamar estructuras de solidaridad. Tales estructuras
solidarias eran la familia, la comunidad, la iglesia, el gremio, las
asociaciones profesionales y también las estructuras políticas como el pueblo o
la aldea. Esas estructuras tienen sus raíces en la vecindad y la amistad.
Históricamente, estas estructuras eran jerarquías ordenadas de autoridad y
cuidado, regidas por la ley moral, que ascendían hasta el nivel de lo que
llamamos Estado. En principio, cada nivel en esta jerarquía de solidaridad
cuidaba o ayudaba al nivel inferior, incluso siendo obediente y recibiendo el
cuidado de los niveles superiores. Toda la jerarquía estaba ordenada a la
felicidad, a procurar una buena vida y, en última instancia, a la salvación de
cada persona individual: la más alta, podríamos decir, era para los más bajos;
el poder era para la debilidad.
Pío XI definió y
desarrolló el principio de subsidiariedad para describir este tipo de jerarquía
social.
Pío no era ingenuo
y sabía que el mundo premoderno no era una especie de utopía cristiana, pero,
sí hizo especial hincapié en el periodo premoderno había sido mejor que el
mundo contemporáneo porque estaba enraizado en el imperativo cristiano del amor
a Dios y al prójimo, produciendo así una autoridad social que era siempre una
participación en la autoridad misma de Dios. Un orden de subsidiariedad es un orden
de autoridad, que surge de la autoridad de un simple padre y asciende a la
autoridad del rey, y más allá de él, a Dios mismo. La autoridad viene de arriba
para levantar lo de abajo. En esta concepción, el poder político no era del
pueblo; era de Dios. Los papas del siglo XIX y principios del XX nunca se
cansaron de insistir en este punto. Todo el poder social era de Dios: este era
el corazón de una sociedad basada en la caridad, en la solidaridad: el amor
fluía hacia abajo. A esto se refirió Pío XI como el reinado de Cristo Rey, al
que dedicó su pontificado a intentar restaurar.
Lo que el Papa Pío
XI describe en sus muchos escritos es cómo, a lo largo de la historia moderna,
estas estructuras de solidaridad fueron constantemente desplazadas y reemplazadas
por estructuras de intereses particulares. Una forma política justa fue
sustituida por una forma política injusta.
Santo Tomás de
Aquino nos ayuda a comprender tal sustitución cuando afirma que el hombre es
social por naturaleza; y como consecuencia esto significa que los humanos están
necesariamente e inevitablemente organizados de manera jerárquica. El dominio
de algunas personas sobre otras personas es natural e inevitable.
Tomás de Aquino
describió dos formas de organización jerárquica:
La primera forma
es la forma justa: el amo, que posee el poder, lo usa para el bien de aquel
sobre quien lo ejerce. El ejemplo clásico es el poder de un padre sobre su
hijo. Este es el poder como solidaridad, que toma la forma de subsidiariedad.
El poder de uno se usa para perfeccionar a otro.
La segunda forma
es la de la injusticia: cuando el poderoso usa su poder sobre otro para su
propio interés. Al hacerlo, reduce a la persona más débil a un mero
instrumento. El ejemplo clásico es un amo y su esclavo. Este tipo de poder
tiende a la centralización y a la explotación. Es importante que veamos que la
distinción moral entre poder justo e injusto tiene implicaciones sistémicas y
estructurales inmediatas. Las personas construyen estructuras sociales en la
búsqueda de sus fines. La forma de una sociedad está ligada directamente al fin
que persigue. Cuando el poder desea justicia, crea estructuras justas. Cuando
el poder desea la injusticia construye formas de organización injustas.
Bien, volvamos al
distribucionismo, o distributismo:
Para el
capitalismo la propiedad privada de los medios de producción es «sagrada», en
cambio el socialismo otorga la propiedad de los medios al estado. En el
comunismo, la propiedad privada desaparece y pasa a ser monopolio del Estado.
En consecuencia, la libertad de mercado no se puede concebir en un sistema
comunista, al contrario del capitalista.
De ahí la
necesidad de encontrar una tercera vía que supere estos dos sistemas. Y, según
proclama Chesterton desde la tribuna, la solución solo puede pasar por volver a
poner a la familia en el centro de la sociedad, favorecer que una gran mayoría
tenga acceso a la propiedad privada y fomentar el localismo, la máxima
participación de la gente y la mínima intervención del Estado
En el
distributismo, no se niega la propiedad privada, sino que partiendo de ella se
pretende una distribución tal que garantice no sólo la libertad de acción en
los mercados, sino también el libre acceso. Evidentemente, más allá de criterios
de conseguir lo que se pretende y con el menor coste, el distributismo requiere
de una Ética para establecer una justicia distributiva y que a su vez garantice
la libertad individual.
Los mercados
funcionan mejor, son más eficientes, cuando se garantiza la libre concurrencia,
su libre acceso. Los poderes asimétricos en las fuerzas del mercado dan lugar a
pérdidas de eficiencia. El distributismo defiende, además, que este libre
acceso desde la propiedad distribuida sería condición relevante para el desarrollo
del trabajo dignificante y creativo. La experiencia de la producción en serie
mediante cadena de montajes, como por ejemplo la diseñada por Henry Ford,
ponían de manifiesto el trabajo alienante frente al dignificante. A esto habría
que añadirle que, en la decisión individual, cada persona dispone de incentivos
suficientes para el progreso de su bienestar no sólo material sino también
espiritual.
Además, el
distributismo aboga por el principio de que aquello que pueda hacer una empresa
más pequeña no lo haga una empresa más grande. Esto es problemático cuando el
crecimiento económico es impulsado por economías de escala, es decir que la
suma de dos empresas produce más que por separado. En este sentido, el
distributismo es difícil de reconciliar con el crecimiento económico moderno y
que se estima en el orden de lo material en lo cuantitativo. No obstante, a
inicios del siglo XXI, son muchas las teorías que apuntan hacia un crecimiento
en calidad de los países avanzados frente al crecimiento en cantidad. La idea
es que, llegado a un punto, la decisión de consumo no sería tanto en ir a
muchos restaurantes en un día sino ir a un restaurante de mayor calidad por el
que se está dispuesto a pagar más por el cubierto. Aplíquese este razonamiento
a muchos de los servicios y productos de nuestra cesta de consumo.
Este esquema de
organización descentralizada es el que dio origen a la Corporación Mondragón
desde 1956, cuando fue fundada por el padre José María Arizmendiarrieta. Este
sacerdote buscó una forma práctica de poner en acción la doctrina social de la
Iglesia y generar prosperidad en una región empobrecida por la guerra civil.
Actualmente, la Corporación Mondragón está integrada por 100 cooperativas
autónomas e independientes y constituye el primer grupo empresarial vasco y el
décimo de España. En la actualidad da empleo a más de 70.000 personas y está
presente en más de 150 países, abarcando actividades industriales, de
distribución, finanzas, e incluso cuenta con una universidad propia.
Por otro lado,
otro ámbito que pretende cubrir el distributismo es lo relacionado con aquellos
bienes y servicios que no pueden ser provistos por la iniciativa privada. En
este sentido, para los bienes públicos como la Defensa Nacional, la seguridad
social, etc. aboga por el Estado, pero siempre de forma subsidiaria y guiado
por el principio de solidaridad.
En suma, el
distributismo de Chesterton indica que una distribución ética de la propiedad
privada que garantice la libertad individual de actuación y acceso en los
mercados, de una dimensión pequeña en la producción preferente a una producción
en masa y de unos criterios de solidaridad para la provisión de los servicios
públicos y la defensa del bien común son claves para un Economía local y humana
en un mundo que avanza globalmente.
Mientras el mundo
del siglo XX, se desangraba en la pugna ideológica entre dos sistemas
antagónicos como el capitalismo y el comunismo, el distributismo surgió como
respuesta necesaria para trascender a la trampa materialista. A principios del
siglo XXI, la globalización ha avanzado a la par que se consolidaba el
capitalismo como sistema vencedor de la pugna del siglo anterior.
Esencialmente, el
distributismo se caracteriza por su promoción de la distribución de los bienes.
Sostiene que, mientras que el socialismo no permite a las personas la propiedad
de bienes de producción (todos están bajo el control del Estado, la comunidad,
o de los trabajadores), y mientras que el capitalismo permite sólo a unos pocos
la propiedad de estos, al contrario el distributismo trata de asegurar que la
mayoría de las personas se conviertan en los propietarios de los bienes
productivos, es decir, que los bienes que producen riqueza, es decir, las cosas
que necesita el hombre para sobrevivir. Incluyendo, por supuesto, la tierra,
herramientas, etcétera.
A menudo se ha
descrito como una tercera vía de orden económico, además de socialismo y
capitalismo. Sin embargo, algunos lo han visto más como una aspiración, que ha
sido realizada con algún éxito en el corto plazo por el compromiso con los
principios de subsidiariedad y la solidaridad del cooperativismo (que se
construye en estas cooperativas locales financieramente independientes, uniendo
propiedad privada y mercado con trabajo colaborativo e igualdad de decisión).
El distributismo
no está presente en el ideario o en el proyecto de gobierno de ningún partido
político con representación parlamentaria en el España, aunque sí lo está en
algunas propuestas de la Comunión Tradicionalista Carlista; y puestos a buscar,
también, si uno presta atención acaba encontrando relación entre distributismo
y las propuestas del nacionalsindicalismo de Falange Española de las JONS…
El distributismo
ha conseguido cierta notoriedad en España gracias a las propuestas y
publicaciones realizadas por el Think Tank Chesterton, dirigido por Álvaro
Guzmán Galindo y que editó el libro «Las exigencias de la Doctrina Social de la
Iglesia: El ejemplo de Chesterton» escrito por Francisco Jesús Carballo