DEL CONSUMO DE ESTUPEFACIENTES
Guillermo Sueldo
Abogado
Infobae, 13 de
Septiembre de 2021
Como se debe
comenzarse por el principio, empecemos entonces con poner en claro de qué
hablamos al mencionar el término “estupefaciente”.
En el latín existe
el verbo stupere, que nos indica a quien se queda inmóvil, mentalmente
detenido, paralizado. Del mismo verbo deriva la palabra estúpido, siendo aquel
que se queda envuelto en una trampa, permaneciendo inmóvil, sin respuesta
posible, sin reacción voluntaria. Es decir, permanece estupefacto, bajo el
influjo de aquello que lo somete a períodos inmóviles de estupor con un poder
estupefaciente.
Desde hace mucho
tiempo y aún más cuando suceden hechos de impacto público o en época electoral
como la que transitamos, se plantea el debate de la despenalización del consumo
de estupefacientes cuando estos están destinados al consumo personal.
Nuestro
ordenamiento jurídico al respecto sanciona la tenencia aún siendo para consumo
personal, a pesar de diferentes fallos que han eximido de pena cuando tal
acción no ponga en riesgo a terceros y sólo se desarrolle en la intimidad. El
fallo Arriola fue más amplio, pero también dejó algunas dudas. Se trata
actualmente de no incriminar cuando es poca cantidad y debido a ello no se
presume que exista comercialización. Creo que se trata de una mala redacción
mencionar el uso personal, porque siempre será para ese uso. En tal caso
debería tratarse del uso personal de quien la posee y en pequeña cantidad, que
así lo haga presumir. Aunque esa pequeña cantidad, no se determina y se deja a
criterio judicial.
Si consideramos
las gravísimas consecuencias físicas y mentales del consumo de estupefacientes,
resulta muy propio de un relativismo moral impedir que se prohíba el consumo de
esas sustancias en atención a salvaguardar la salud de la población, una de las
principales obligaciones del Estado. Por lo tanto, es obvio el riesgo de su
propagación masiva que además provoca la degeneración de los valores sociales,
con lo cual se trasciende el hecho de un simple vicio individual. Es decir, se
torna ineficaz la defensa del consumo individual frente a la realidad concreta
de los hechos de la masividad en el consumo de distintos tipos de
estupefacientes y sus drásticas consecuencias en el desarrollo no solo
individual sino de la propia comunidad, asociado además a la criminalidad y la
destrucción del sentido social de convivencia. Pero lamentablemente en estos
tiempos nos encontramos frente a una virulenta corriente de individualismo, por
cierto carente del valores como la convivencia social y lazos familiares.
Tengamos presente
que el amparo de la norma punitiva trasciende la esfera individual, poniendo el
acento en la protección pública, no sólo en cuanto a la salud sino también a
los valores morales y hasta la propia subsistencia del Estado. Por lo tanto, la
tenencia aún para consumo personal, no debe considerarse casi como un derecho
fundamental resguardado por la Constitución, siendo inconcebible una hipotética
acción de amparo que tuviera como objetivo lograr la tutela estatal para
permitir la propia drogadicción.
El
constitucionalismo actual, al hacer referencia a la libertad como valor humano
fundamental, reconoce como principio normativo la dignidad del ser humano y aquellos
derechos que le son inherentes, constituyendo el fundamento del orden político
y la paz social. Se trata de un principio de consecuencias jurídicas directas
que se relacionan con las cualidades de nacionalidad, autodeterminación,
sociabilidad y dominio de sí mismo; autonomía sobre coacciones externas y
capacidad de elección, que al proyectarse socialmente se traduce en
participación, como manifestación positiva de la libertad. Por lo tanto es
obligación del legislador crear las normas necesarias para lograr esos
objetivos.
Tampoco debemos
quedarnos en la superficialidad adoptando soluciones simples que suelen
provocar mayores perjuicios. Por ejemplo, considerar siempre como un enfermo a
quien consume, porque los hechos demuestran gran cantidad de personas que
consumen estupefacientes sin tener la condición de un enfermo que no puede
controlar sus acciones. Lo que no implica dejar de considerar la adecuada
atención de quienes padezcan una adicción.
Es indispensable
no separarse de los hechos que vinculan a toda una sociedad y su posibilidad de
desarrollo pleno, por lo tanto, con entes estúpidos en lugar de ciudadanos será
imposible hacer de una sociedad una nación viable.
Muchos hechos
sociales reiterados dan cuenta de personas que perdieron la vida y otras tantas
que se encuentran en grave estado, como consecuencia de un descontrol
generalizado por la pérdida de valores humanos de una sociedad, que ante ese
extravío deja de tener un sentido de pertenencia y en vez de sociedad ahora es
tan sólo un montón de individuos desparramados en un mismo territorio. Reina el
más absoluto individualismo que termina siendo una trampa porque convierte al
ser humano en un “hombre masa” que sigue la corriente del relativismo moral,
aniquilando el sentido social de la persona y la dignidad humana, como
elementos además básicos e indispensables para una nación.
Por otro lado y
tan sólo desde el punto de vista de nuestra realidad, lo cierto es que ante la
profunda degradación cultural que padece gran parte de nuestra comunidad,
sumado a la enorme pobreza estructural del país, legalizar el consumo de
estupefacientes en ese contexto será abrir la puerta para la muerte de una
generación entera de argentinos. Y no olvidar que los valores comienzan en los
hogares.
Además, las decisiones
políticas no ponen solamente en juego datos objetivos, sino también juicios de
valor sobre el hombre y la sociedad. Entonces la pregunta es qué clase de
sociedad queremos para nuestra nación. Y ello teniendo en cuenta, además, que
la libertad no es en ningún caso una libertad de indiferencia, sino algo que se
ejerce siempre a través de los condicionamientos vividos.
Un argumento para
promocionar la legalización del consumo de estupefacientes es señalar que otros
consumos no prohibidos (alcohol) han aumentado entre los jóvenes y generan
adicción. Pero en ese caso, debatamos sobre el consumo del alcohol en lugar de
agregar otro consumo degenerativo más a los jóvenes.
Debemos entonces
ponernos de acuerdo porque padecemos un doble discurso. Exigimos que el Estado
cuide a los hijos, pero a su vez pedimos piedra libre a la autodestrucción de
la sociedad. Es decir, mientras a nosotros no nos toque, no importan los demás.
Y considerando que ese cuidado hacia los hijos debe comenzar por sus propios
padres no pidamos que la calle suplante lo que no se da en el hogar. Los
valores no son meros conceptos vacíos de algún timorato, sino los fundamentos
que le dan sustento al desarrollo social en orden, paz y libertad.