No hay nada que discutir
Stefano Fontana
Brújula cotidiana,
02-12-2022
Francisco,
respondiendo a una pregunta sobre el aborto en una entrevista publicada por la
revista jesuita estadounidense America, hizo la diferencia entre “ser humano” y
“persona”: “No digo una persona, porque esto está en disputa, sino un ser
humano”. Volvió a proponer la imagen, que ha usado en otras ocasiones, del
sicario condenando el aborto, pero quiso aclarar que con el aborto no se puede
decir que se interviene sobre una persona sino sólo sobre un ser humano. Esta
distinción no sólo es inoportuna, dado que brinda apoyo e ideas a quienes
defienden el aborto, sino que es indefendible en su contenido. De hecho, no se
entiende qué otra manera existe de tener las características de un ser humano
sin ser también una persona. No hay seres humanos que no sean personas, ni
personas que no sean seres humanos (aparte de los ángeles y Dios, por
supuesto).
La distinción de
Francisco requiere algunas condiciones imposibles: que un ser humano pueda
existir sin tener la personalidad que caracteriza la esencia del ser humano;
que la personalidad sea algo que se añade después y, por tanto, que una cosa
puede cambiar su esencia para que lo que no es persona luego se convierta en
una; esa personalidad viene por evolución como si existiera potencialmente en
una fase anterior de ausencia de personalidad. Pero procedamos analíticamente.
¿Qué significa la
expresión “ser humano”? Significa un ser vivo que pertenece a la especie humana.
¿Qué significa “especie”? Significa un nivel de la realidad, un modo de ser
propio de individuos que comparten las mismas características esenciales.
¿Cuáles son las características esenciales? Son las condiciones que le
corresponden a un ser determinado como pertenecientes a su esencia o
naturaleza, condiciones de las que no puede ser privado porque es “esa cosa
ahí” precisamente por esas características esenciales. ¿Qué es la esencia? Es
el principio que constituye ese ser como “esa cosa de ahí”, que lo hace ser lo
que es y, como tal, pertenecer a una especie determinada. Todo lo que es, es
algo, si es algo tiene esencia, si tiene esencia se pone en una especie según
las características de su esencia. En fin: ¿cuál es el elemento de la esencia
de ese ser que llamamos hombre que lo sitúa en su propia especie, es decir, en
la especie humana? Este elemento es la inteligencia, de la que derivan otras de
sus propiedades, como la libertad, la voluntad, la responsabilidad, la
conciencia, la sociabilidad, etc. Ahora bien, si la expresión “ser humano”
significa esto, coincide con el concepto de “persona”, que también significa
precisamente lo mismo.
Para la “filosofía
cristiana” la presencia de la inteligencia en el hombre denota la existencia de
un alma (intelectual), es decir, una sustancia que ciertamente necesita del
cuerpo para conocer, pero sólo hasta cierto punto, porque a partir de ahí
conoce por sí mismo, de una manera inmaterial. Por tanto, cuando decimos que el
hombre se caracteriza esencialmente por la inteligencia, decimos que está
constituido por el alma. ¿Y cómo hace el alma para constituir al hombre? Da
vida al cuerpo, asumiéndolo en su propio acto, comparte su propio ser en el
cuerpo, de modo que no se debe decir que el alma está en el cuerpo, sino que el
cuerpo está en el alma. En todas las cosas que no son de masa, es decir, que no
son materiales y que no ocupan un espacio, “más grande” significa superior. El
alma es superior al cuerpo y, al compartir su propio ser en el cuerpo al
asumirlo en sí mismo, da al hombre su existencia unitaria. Por tanto, ningún
ser humano puede ser definido como tal si no tiene estas características, pero
éstas son al mismo tiempo las características de la persona.
El alma asume el
cuerpo en su propio acto de ser, por lo mismo no puede añadirse a un cierto
grado de desarrollo del cuerpo. Por eso la teología dice que procede de Dios
inmediatamente, como aclara por ejemplo Pío XII en Humani generis (1950) contra
las soluciones evolucionistas. Por tanto, es impensable que haya un desarrollo
del hombre desde una fase puramente material en la que no hay alma, a una fase
inmaterial en la que sí hay alma. Dios no crea el alma indirectamente, por
evolución de causas secundarias, es decir, mediante la evolución del cuerpo.
Teilhard de Chardin y Karl Rahner lo decían, pero el magisterio de la Iglesia y
la sana teología nunca han confirmado esta visión. La razón es muy simple,
incluso en su profundidad: más no puede venir de menos. El espíritu no puede
provenir de la evolución de la materia, porque la materia es menos que el
espíritu. Si esta posibilidad fuera cierta, incluso el ser podría surgir de la
nada. Muchas corrientes de la filosofía moderna aplican el historicismo a la
naturaleza a través del evolucionismo (filosófico), que sin embargo toma
posiciones injustificadas, como la de suponer que lo inmaterial surge por
evolución de lo material.
Cuando decimos que
un ser humano es persona, afirmamos que tiene todas las características de la
persona por derecho, pero no decimos que las ejerce efectivamente. De hecho, la
existencia puede presentar impedimentos para la realización de las condiciones
de la esencia. Por ejemplo, la inteligencia puede verse afectada por una lesión
cerebral, pero la persona afectada sigue siendo inteligente. El recién nacido
es libre, aunque no sepa ejercer esta libertad. En casos de este tipo no se
puede decir que existe un ser humano y no una persona.