no es caridad, es justicia
Guillermo
Altarriba Vilanova
El Debate,
02/12/2022
José María Larrú
es economista y teólogo, da clase en la Universidad CEU San Pablo y esta semana
visita la serie de entrevistas de la Asociación Católica de Propagandistas
(ACdP) para arrojar luz sobre la postura del magisterio católico en torno al
consumo y el consumismo
.
–Estos días se
celebraban el Black Friday y el Cyber Monday. ¿Plantean algún dilema ético?
–Bueno, hay una
parte del Black Friday que yo apoyaría mucho, que es el motivo por el que
surgió, ligado a la fiesta norteamericana de Acción de Gracias. Me parece
estupendo dedicar un día a agradecer todo lo recibido, y me da un poco de rabia
que nuestra tradición católica –las témporas de acción de gracias– pase más o
menos desapercibida. Todo lo que se genera a partir de ahí me da un poco de
tristeza, esa temporada de consumo quizá desenfrenado donde uno no piensa tanto
en si consumo en rebajas porque tengo una necesidad o si, como hay rebajas,
consumo.
–Es profesor de
Doctrina Social de la Iglesia, ¿qué dice el magisterio católico sobre el
consumo?
–Los principios
están claros: todo lo creado por Dios es una donación gratuita que nos ha
hecho, y por tanto el destino de los bienes es universal. Consumirlos es bueno,
y necesario: el primer mandamiento que Dios hace a Adán es «Creced y
multiplicaos», disfrutad de todo lo que he creado para vosotros. Ahora bien, la
Iglesia distingue entre bienes necesarios y bienes superfluos, con una franja
gris en medio que serían los bienes «socialmente necesarios», que dependen del
contexto y la cultura: un ejemplo hoy sería el teléfono móvil.
Hoy hay mucho
consumo para aparentar, para revelar un estatus… pero no es verdad que seamos
lo que consumimos
–¿En qué se
diferencia la forma de consumir unos y otros?
–La Iglesia nos
dice que tenemos derecho a la propiedad privada de los bienes necesarios, e
incluso de los socialmente necesarios, pero que no tenemos derecho de dominio
sobre lo superfluo. Cuando compartimos los bienes necesarios con los pobres,
estamos haciendo un acto de caridad, de amor… pero cuando compartimos lo que
nos sobra estamos haciendo un acto de justicia. Casi nos hacemos un bien a
nosotros mismos, porque nos despegamos de la acumulación de cosas que en verdad
no son necesarias.
–¿Puede poner un
ejemplo?
–Mira, no se trata
de hacer limpieza de todo lo que he acumulado y llevarlo a Cáritas. Eso no es
justicia, eso es hacer limpieza. Compartir lo superfluo es darme cuenta de que
vivo en un sistema que me crea necesidades superfluas, y decido parar. Se trata
de hacer un discernimiento constante, cada uno con su conciencia: de lo que
tengo y gano honestamente, ¿qué parte debo compartir con quien vive más
necesidad que yo, con quien no ha tenido las mismas oportunidades que yo? Y
darme cuenta de que al compartir lo que me sobra, o lo necesario de lo que
tengo de más, estoy haciendo un acto de hermandad, de fraternidad.
–No hay una
fórmula que se aplique a todos los casos.
–No, no heredamos
la tradición judía del diezmo –«Cumplo con el 10 % y me libero de esta norma»–,
no hay recetas ni porcentajes. Es más profundo. Toda la espiritualidad
samaritana depende de la compasión que nos genera ver al otro en necesidad, y
aquí el bienestar nos juega malas pasadas, porque tendemos a generalizar
nuestro estilo de vida. Se trata de entender que nada de lo que consigo es solo
fruto de mi trabajo: soy deudor de la naturaleza, de las generaciones
anteriores y de todo lo que hace la sociedad permanentemente por mí. El
cristianismo no es el individualismo de «esto me lo he currado yo solo», sino
que es muy comunitario. No es comunista ni comunitarista, pero sí es muy
comunitario.
–San Juan Pablo II
escribía en Centesimus Annus que las opciones de consumo manifiestan «una
concepción global de la vida», un consumismo que no es cristiano. ¿Existe una
forma ética de consumir?
–Sí, el consumo
responsable: consumir parándote a pensar, discerniendo. Hoy hay mucho consumo
para aparentar, para revelar un estatus… pero no es verdad que seamos lo que
consumimos. San Juan Pablo II identificaba dos estructuras de pecado: el afán
de ganancia y la sed de poder. Si esos son los dos mimbres sobre los que estoy
trazando mi vida, probablemente las estoy fomentando. Creo que es importante
incorporar a la comunidad, el bien común, dentro del consumo, y cuando no lo
hacemos es cuando caemos en el consumismo. En consumir por consumir, por
aparentar y acumular, y creer que los bienes materiales nos dan la felicidad y
la identidad. Ese sí es un error.
–En este
discernimiento, ¿entra una responsabilidad moral sobre a quién le compramos los
bienes o servicios que consumimos?
–Sí, hay que
informarse lo suficiente sobre qué hay detrás de cada bien que consumo, porque
puedo estar consumiendo males. Hay límites éticos, porque al mal hay que
ponerle coto, y el mal corporativo existe. ¿A quién dona esta cadena de
contenidos en streaming? ¿Cómo trata a sus trabajadores esta empresa? ¿Este
alimento que dicen que es orgánico ha sido respetuoso realmente con el medio
ambiente? Si trato de llevarlo al extremo me puedo volver loco, claro, pero
hemos de saber que todos tenemos un margen de maniobra, también como
consumidores.
–Habla de la
relación entre consumo y respeto al medio ambiente, ¿también ahí hay que
realizar un discernimiento?
–Sí. Según la
doctrina social de la Iglesia, los humanos somos los encargados de señorear el
conjunto de la Creación, que –como te decía al principio– se nos ha dado como
don. Dice el Génesis que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, y esto
hace que seamos mucho más responsables que el resto de animales o plantas. El
Papa Francisco aporta una idea muy bonita en Laudato Si: que debemos escuchar a
la vez el grito de la Tierra y el grito de los pobres, porque los pobres que
gritan están en la Tierra, y muchas veces son su mejor altavoz.