y la doctrina católica sobre la guerra justa
Francisco Borba
Ribeiro Neto
Aleteia, 28/02/22
Hay “guerras
justas”, según la doctrina social de la Iglesia. Cumplen cuatro criterios. ¿Es
la guerra en Ucrania, en este sentido, una "guerra justa"?
Hay “guerras
justas”, según la doctrina social de la Iglesia. Cumplen cuatro criterios,
según el Catecismo de la Iglesia Católica (CCC 2309): (1) que el daño causado
por el agresor a la nación o comunidad de naciones sea duradero, grave y
cierto; (2) que todos los demás medios para rescindirlo han resultado
impracticables o ineficaces; (3) que se cumplan serias condiciones para el
éxito, (4) que el uso de las armas no traiga consigo males y desórdenes más
graves que el mal a eliminar.
Ahora bien, estas
condiciones ya dejan claro que una invasión militar difícilmente sería
justificable, incluso bajo el alegato de apoyo a las poblaciones perseguidas.
La negociación y el apoyo a los más vulnerables es responsabilidad de la
comunidad internacional, pero en muy pocos casos se llega a justificar la
acción armada.
Por lo tanto, no
hay forma de legitimar, desde una perspectiva cristiana, la invasión de Ucrania
por parte de Rusia.
Hay una parte de
la comunidad cristiana que apoya a Putin; consideran que conserva valores de la
tradición cristiana y defiende a la Iglesia ortodoxa en su país. Curiosamente,
algunos grupos de izquierda, con posiciones muy extremas, también han defendido
la acción de Rusia en nombre de una supuesta oposición al poder del capitalismo
occidental.
El peligro, para
el discernimiento cristiano, es querer legitimar un error porque lo cometió un
supuesto aliado. A lo largo de la historia, los católicos se han encontrado a
menudo en situaciones contradictorias e incluso escandalosas; porque no
condenaron el error cuando ocurrió.
No importa si
somos de esos católicos que admiran a líderes como Putin o si somos de los que
los condenan, a la luz de nuestra fe no podemos admitir una invasión militar de
un país a otro.
Pero entonces, ¿es
justa la defensa del territorio ucraniano? ¿Y una intervención militar de otros
países?
La autodefensa es
un derecho sagrado del pueblo ucraniano; y apoyarlo es una responsabilidad de
la comunidad internacional. Sin embargo, las mejores estrategias para hacer
esto deben sopesarse, frente a la existencia de alternativas y la posibilidad
de éxito. Emprender una guerra suicida, que llevaría al exterminio de la
población ucraniana por una fuerza militar desproporcionadamente mayor, no
sería un acierto.
La omisión del
gobierno ucraniano o de otros países también sería imprudente. Recordemos que
los países aliados se inhibieron cuando Hitler invadió Renania en 1936, sin que
ello impidiera la Segunda Guerra Mundial). Sin embargo, siempre se deben
intentar soluciones diplomáticas y sanciones económicas, buscando evitar en lo
posible el conflicto armado.
No justificar la
violencia
Incluso para
quienes están lejos del conflicto y sin responsabilidad en él, la invasión de
Ucrania es una importante llamada de atención. Nunca podemos legitimar la
violencia, siempre debe ser la última alternativa.
La legitimación de
la violencia induce a validar conductas agresivas en nombre de una supuesta
justicia, que fácilmente pueden desembocar en acciones tan inaceptables como la
guerra.
En el caso
brasileño, no tendremos problemas con las guerras, porque nuestras fronteras
son pacíficas. Sin embargo, vivimos con tasas de homicidio y violencia interna
que nos acercan a países en guerra.
El peligro radica
en creer que la violencia puede remediarse mediante el uso de una violencia aún
mayor; creando una espiral de agresión cada vez más inaceptable, que victimiza
a más y más personas inocentes.
La paz requiere
diálogo y justicia. Querer construirlo a partir de la violencia es una ilusión.
La legítima defensa, sea de los países o de los pueblos, es un derecho sagrado,
pero no siempre justifica el uso de la violencia contra los violentos.
Oremos por la paz
en Ucrania y en todo el mundo. Oremos por la paz en nuestros hogares y
ciudades. Sepamos que la construcción de la paz requiere siempre firmeza y
decisión, pero no es obra de la violencia, sino del diálogo y la justicia.