La sociedad,
culpable por la situación de las madres solteras
Brújula cotidiana,
28-01-2021
El informe sobre
las instituciones católicas del siglo XX desmiente en gran medida la leyenda
negra sobre el maltrato y la explotación de mujeres y niños, pero debe hacernos
reflexionar sobre la incapacidad de la Iglesia para ir a contracorriente y
crear una cultura más respetuosa con la persona.
Un nuevo informe
sobre las instituciones gestionadas por la Iglesia católica irlandesa ha
suscitado un debate sobre el trato a las madres solteras en Irlanda durante el
siglo XX. El martes 5 de enero se publicó el “Informe final de la Comisión de
Investigación de los Hogares Materno-Infantiles”: tiene 2.800 páginas y abarca
76 años (1922-1998), examinando 18 Hogares de Madres y Niños. Los Hogares
eran una institución para madres solteras que podían dar a luz sin que la
sociedad “respetable” lo supiera, para posteriormente dar los niños en adopción
a nuevas familias.
Los Hogares han
sido una fuente de controversia durante gran parte de los últimos quince años,
desde que una historiadora local, Catherine Corless, descubrió que 800 bebés
habían muerto en el Hogar Bon Secours para Madres Adolescentes de Tuam, en el
condado de Galway. La tasa de mortalidad infantil en muchos de estos Hogares
era decididamente alta y los servicios eran deficientes: bajo nuestro punto de
vista actual tales condiciones parecen bárbaras, al servicio de una sociedad
que estigmatiza a los más vulnerables, a saber, las madres solteras pobres y
sus hijos.
Si escuchamos a la
prensa laica, se podría pensar que la Iglesia y el catolicismo son los únicos
responsables de esta situación. Se acusa a la Iglesia de subyugar al pueblo
irlandés; su énfasis en los pecados de la carne y la misoginia latente aparecen
manifiestos en estos Hogares, donde los hijos de relaciones ilícitas y sus
madres fueron realmente abandonados por la sociedad y maltratados por la
Iglesia.
Sin embargo, el
informe en cuestión ofrece una imagen más compleja que no encaja fácilmente en
esta narrativa. El documento no duda en culpar a la Iglesia, que debe
reflexionar sobre cómo ha fracasado en su misión cristiana. Pero también señala
la complicidad del Estado y atribuye gran parte de la culpa a “los padres de
sus hijos y a sus propias familias”, que dispensaron un duro trato a las madres
solteras.
El informe señala
que “Irlanda representó un ambiente frío y rígido para muchos
–probablemente la mayoría- de sus
residentes durante la primera mitad del periodo analizado”. La comisión
constató que Irlanda era “especialmente fría y dura con las mujeres”. Si bien
el informe destacaba que el maltrato a las madres solteras “fue apoyado y
sostenido por las instituciones del Estado y las iglesias”, al mismo tiempo la
comisión constató que “las instituciones investigadas proporcionaron un refugio
–incluso duro en algunos casos- cuando las familias no proporcionaron ningún
refugio”.
Uno de los
principales compromisos del informe era situar los Hogares en un contexto
histórico global y local. Gracias a ello el informe ha desmentido la idea de
que la iglesia fuera la única responsable de crear una cultura tan dura hacia
las mujeres. Por ejemplo, el informe señala que Irlanda estableció hogares
mucho más tarde que Gran Bretaña, y que había instituciones comparables en
Europa y Estados Unidos: “Hacia el año 1900 se podían encontrar hogares para
madres y niños en todos los países de habla inglesa, y existían instituciones
similares en Alemania, los Países Bajos y otros lugares”.
El informe también
situaba las condiciones de los Hogares en el contexto de la Irlanda del siglo
XX, un país que rozaba el “tercer mundo” en términos de pobreza y mortalidad
infantil. El informe concluye que “aunque las condiciones de vida en los
Hogares para madres solteras se redujeron a lo esencial, no hay indicios de que
fueran inadecuadas para los estándares de la época, excepto en Kilrush y Tuam”.
El informe compara los Hogares Materno-Infantiles con los Hogares del condado,
gestionados por el Gobierno irlandés: aquí “las condiciones eran mucho peores
que en cualquier Hogar para madres y bebés, con la excepción de Kilrush y Tuam.
A mediados de la década de 1920, la mayoría de ellas no disponían de aseos, ni
quizá de agua corriente; la calefacción, cuando existía, era proporcionada por
una chimenea; la comida se cocinaba de mala manera, a menudo en un edificio
diferente, por lo que estaba fría y era aún menos apetecible cuando llegaba a
las mujeres”.
Por último, el
informe pone fin a algunos tópicos sobre el comportamiento de las monjas que
dirigían las instituciones. Las monjas no se lucraban con los Hogares; no
explotaban a las mujeres hasta la saciedad; no abusaban sistemáticamente de las
mujeres y de los niños. También muestra cómo las tasas de mortalidad infantil,
que eran altas incluso para los estándares de la época, no eran el resultado de
una negligencia deliberada, sino de una combinación de pobreza, hacinamiento y
falta de higiene.
La reacción de
quienes esperaban que el informe pusiera en la picota a la Iglesia y, en menor
medida, al Estado, ha sido de sorpresa debido al hecho de que la culpa se le
haya atribuido por completo a la sociedad. La respuesta de muchos comentaristas
y políticos ha sido que el informe buscaba intencionadamente alejar la culpa de
la Iglesia y el Estado. Sin embargo, no pueden escapar a las implicaciones del
informe que evidencian que abuelos y bisabuelos fueron tan culpables de la
formación de la cultura como las instituciones que la apoyaron.
Sin embargo, es
importante reflexionar y reconocer el papel de la Iglesia en la tolerancia y
perpetuación de una cultura que estigmatizaba a las mujeres de esta manera. El
arzobispo más antiguo de Irlanda, el arzobispo de Armagh, monseñor Eamon
Martin, ha emitido una declaración en la que “pedía disculpas sin reservas” por
el maltrato de la Iglesia a las mujeres solteras y a sus hijos. Hablando de su
profunda tristeza al leer el informe, ha reconocido que “nos avergüenza
sinceramente darnos cuenta y pensar en el número de mujeres vulnerables y sus hijos
no nacidos, y luego sus hijos, que han sido estigmatizados y humillados y
excluidos de sus hogares y familias”.
Lo que el
arzobispo Eamon Martin pone de manifiesto es que la Iglesia no ha estado a la
altura de su tarea. Ha explicado que la Iglesia debe seguir reconociendo ante
Dios y ante los demás su parte “en el mantenimiento de lo que el Informe
describe como una ‘atmósfera dura, fría e indiferente’”. Los Hogares
Materno-Infantiles son una mancha en la sociedad irlandesa, a la que han
contribuido todos sus diversos miembros e instituciones. La Iglesia irlandesa,
como institución social preeminente de la época, debe asumir la parte de culpa
que le corresponde: si hubiera ido más a contracorriente, si hubiera predicado
y practicado plenamente el Evangelio, entonces podríamos mirar atrás con la
conciencia de haber hecho todo lo que podíamos. Pero no lo hicimos, y tenemos
que reflexionar sobre cómo podemos reparar el daño y avanzar a la luz de
Cristo.