La Prensa, 15.07.2020
Por Carlos Daniel Lasa *
El Estado argentino está
sufriendo una profunda metamorfosis. Esta modificación es producto de haber
operado un reemplazo: se ha sustituido
el estado de derecho por una concepción religiosa del estado.
¿Qué quiero decir con esto?
Sabemos que el Estado moderno nació con la pretensión de garantizar la paz
social. Por esta razón, la política moderna toma una posición neutral frente a
las pretensiones de las distintas religiones. Es más: también adopta la misma
postura imparcial frente a cualquier otra concepción ética de la vida humana.
El objetivo de la renuncia a
todo ideal de virtud, como lo expresé en el párrafo anterior, es asegurar la
convivencia pacífica de los ciudadanos. Y en este sentido, el Estado moderno
está vinculado a ciertos valores formales: la libertad de las personas, la
igualdad de los individuos y el gobierno de la mayoría.
Pero hay un detalle: en esta
concepción del Estado moderno, la libertad no es una libertad desvinculada.
Esta libertad está emparentada con valores que, como señala el destacado
jurista alemán Bockenförde, están presupuestos. Y estos valores, si bien no
pueden ser garantizados por el mismo Estado, son, sin embargo, su mismísimo
fundamento.
Traducido: el Estado moderno
no puede ser relativista en lo que respecta a determinados principios (por
ejemplo, la dignidad de la persona humana). Por esta razón, cuando el Estado
ataca, de un modo deliberado, esos valores fundantes, es como si estuviera
disparándose en los pies.
MINANDO LAS BASES
Es el caso de la Argentina.
Pareciera que el propio Estado estuviera minando sus bases, encaminándose hacia
la constitución de un estado confesional. En este sentido, ha decidido,
intencionadamente, salir de la neutralidad valorativa propiciada por el Estado
moderno desde su nacimiento.
Javier Benegas, en su
reciente escrito `La Ideología invisible. Claves del nuevo totalitarismo que
infecta a las sociedades occidentales', refiere: "... nos enfrentamos a un
nuevo y terrible totalitarismo, una ideología invisible, líquida y polimórfica
que desborda las tradicionales fronteras ideológicas. Un monstruo con vida
propia que apela a las emociones y no a la razón, a las ensoñaciones y no a la
realidad, que promete proporcionar aquello que cada uno desee, aunque sea una
identidad imposible. Incrustado dentro del propio poder, compra voluntades,
proporciona prebendas a quienes son sus cómplices. y castiga con la muerte
civil a quienes lo desafían".
ESTADO Y MORALIDAD
Volvamos al punto central:
el pensamiento político moderno tiene una posición muy clara. Cuando el aparato
burocrático se ordena a la imposición de una determinada concepción de la
realidad, se convierte en un Estado confesional y totalitario. Es un Estado que
propone un modelo de vida que considera buena, pero que excluye a todo otro
modelo posible.
En nuestro país se está
registrando este pasaje; sin embargo, la sociedad guarda el silencio más
rotundo. Me pregunto: ¿qué sucedería si, en lugar de propiciar esta ideología
individualista y vitalista, el Estado impusiera una visión aristotélica,
platónica, musulmana, judía o cristiana de la virtud?
La nueva ideología, impuesta
desde el Estado y los medios de comunicación social, es a todas luces
totalitaria. Nadie puede levantar su voz en contra de la misma: nadie puede
cuestionarla.
Repito: cuando un Estado
deviene ideológico se convierte en totalitario. Es un aparato que ya no
reconoce la existencia de la conciencia moral de sus ciudadanos. Cuando ataco
de ese modo la conciencia, se facilita la sujeción y el dominio tiránico de los
individuos. Por eso, allí donde existe la conciencia moral, se yergue un
poderoso muro que protege al hombre de la prepotencia y arbitrariedad de los
otros hombres.
ALGUNOS EJEMPLOS
En la Argentina podemos
señalar muchos ejemplos que dan cuenta del avance de este nuevo estado
confesional. Tomaré solo uno: la denominada Ley Micaela. Esta ley determina,
entre otras cosas, la capacitación obligatoria, en materia de género, para
todas las personas que integran los tres poderes del estado.
Analicemos rápidamente.
Primero: no hay una vinculación lógica y forzosa entre doctrina de género y
cese de la violencia. Segundo: no necesariamente toda otra doctrina anterior ha
venido avalando esa violencia (afirmación formulada de modo táctico). Tercero:
las conductas violentas no van a cesar solo porque se conozca esta ley (el
conocimiento no es suficiente para hacer el bien). Cuarto: un estado de derecho
debiera preguntarse si, mediante la formación y capacitación en la perspectiva
de género, no está renunciando a la neutralidad valorativa que le exige su
misma constitución. A nadie escapa que la perspectiva de género está sustentada
en un materialismo histórico del cual se siguen una antropología y ética
determinadas.
Me pregunto en este momento,
¿qué papel juegan los políticos en este escenario? Ellos se convierten en
instrumentos eficaces para aplicar esta re-ingeniería social. Se limitan a
ejecutar lo que pequeños grupos, ruidosos e intensos, les reclaman. De allí que
terminen identificándose con estas minorías activistas. Pero, a la par, se van
alejando paulatinamente de la mayoría de los ciudadanos.
LA RELIGION CIVIL
ROUSSEAUNIANA
El nuevo Estado confesional
argentino parece encaminarse hacia la profesión de una religión civil. Aquella
religión de la que Juan Jacobo Rousseau nos hablara en el penúltimo capítulo de
su escrito `El Contrato Social'. Sin la existencia de esta religión civil,
sentenciaba el filósofo francés, no pueden existir ni el buen ciudadano ni el
súbdito fiel. Por eso, la adhesión a la misma no podrá tolerar desviaciones.
La fidelidad a sus
principios por parte de los ciudadanos debe ser absoluta. Quien no haga propios
los fundamentos de la religión civil, sufrirá el destierro del estado.
Quiero que quede claro este
punto: quienes pensaron en el Estado moderno fueron plenamente conscientes que
este reloj contaba con un mecanismo muy sensible que exigía un atento cuidado.
Y el cuidado comienza por el conocimiento, por parte de los integrantes de los
poderes del Estado, de su naturaleza.
Considero que sería bueno
que los miembros de los poderes del estado, en lugar de ser adoctrinados en la
perspectiva de género, se ocupen de estudiar la naturaleza del Estado moderno y
sus fines. Solo de este modo serán capaces de conservar la maquinaria en buen
estado, para que funcione de un modo adecuado.
EL RIESGO DE LA DESMESURA
Claro está que el
conocimiento no será suficiente si no va a estar acompañado de una virtud que
debiera ocupar un lugar central en nuestra sociedad política: la moderación.
Esta virtud surge de nuestro auto-conocimiento, del hecho de sabernos finitos,
limitados, incapacitados para realizar lo perfecto por nuestras propias
fuerzas.
Una de las serias amenazas
que enfrenta la actual democracia es la incapacidad de aceptar la imperfección
de las cosas humanas. El deseo de perfección, de absolutizar la historia, es
una nueva cara de la imprudencia.
El hombre intemperante se
caracteriza por una conciencia de auto-suficiencia: cree tener la solución
definitiva a todos los problemas humanos. De allí que sea dominado por el vicio
temible de la hybris (desmesura): su incurable exceso lo conduce a pretender
violentar a los otros indicándoles qué deben pensar y cómo deben obrar.
La mesura es una virtud
capital. Exige que cada ciudadano renuncie a imponer a los demás, a través del
uso de la fuerza, una determinada visión de las cosas.
Por eso, cuando la
moderación huelga, sentenciaban los griegos, las catástrofes se avecinan. El
desenfreno nunca condujo a buen puerto. Es preciso volver a cultivar en la
sociedad la virtud de la mesura: solo de este modo la Argentina empezará a
andar un poco mejor. ¡Y vaya si lo necesitamos!.
Probablemente, entonces,
alejada de la pretensión totalitaria de imponer una religión civil fundada en
una visión individualista-vitalista de la existencia humana, empiece a
despuntar.
* Doctor en Filosofía de la
Universidad Católica de Córdoba.