Autor: Santiago MARTÍN,
sacerdote
Católicos-on-line, noviembre
2019
El año 2010 fue un “annus
horribilis” para el Papa Benedicto XVI. Los medios de comunicación liberales,
que son la inmensa mayoría, se pusieron de acuerdo para pedir su dimisión,
alegando que no había actuado don diligencia contra algunos sacerdotes
pederastas. La inmensa mayoría de los católicos calló y fuimos muy pocos los
que alzamos la voz en defensa del Papa. Entre otras cosas, puse en marcha una
vigilia mensual de oración por el Papa, en la que además de rezar meditábamos
sobre textos del Pontífice.
Cuando en 2013 presentó la
dimisión, antes de saber quién iba a ser el sucesor, pedí a todos que no se
volviera a repetir lo sucedido y que nunca más dejáramos sólo al Pontífice ante
los ataques que previsiblemente iban a tener lugar. Por eso, los franciscanos
de María hemos seguido haciendo las vigilias de oración por el Papa. Además, ha
sido y es una característica del actual vicario de Cristo pedir que se rece por
él.
Ante la grave situación que
vivimos, con una confusión como no se producía desde hace siglos, he pensado
que hay que intensificar la oración por el Vicario de Cristo. Me ha gustado
mucho una que ha compuesto un religioso dominico, Fray Nelson Medina, al que no
conozco personalmente, pero al que leo con gusto. Espero que no le moleste que
difunda una parte de su oración. Dice así:
“Señor Jesucristo, apelando
a tu Sagrado Corazón y a la eficaz intercesión de tu Santísima Madre, que ha
sido saludada como Madre de la Iglesia, esto te pedimos para el Papa Francisco:
- Que tus Llagas Santas,
Jesús, no se aparten de sus ojos; que simplemente no pueda olvidar el precio de
amor que has pagado para que el demonio sea derrotado, los ídolos derribados,
la muerte vencida, el pecado perdonado, y se abran las puertas de la gloria
eterna a quienes creen y confiesan la fe.
- Que sus oídos sientan una
alarma fuerte cada vez que las trampas del enemigo quieran persuadirlo de
mezclar las aprobaciones del mundo o las presiones de la sociedad con la
grandeza y pureza del Mensaje de Salvación que tú le has encomendado como
Sucesor de Pedro.
- Que su boca reciba una
gracia renovada, de modo que su palabra, apartándose de toda ambigüedad,
defienda con claridad la sana doctrina, mientras sigue llamando a todos a la
unidad en Cristo, para la gloria de Dios Padre.
- Que sus pies se orienten
sin cesar hacia tu gloria, Jesús: buscándote en el silencio del Sagrario;
reconociéndote en el testimonio de las Escrituras; predicando tu Evangelio con
palabra diáfana y ardiente; y siempre sirviéndote, especialmente en los más
pobres, es decir, los que menos saben de ti, Señor, puesto que no hay mayor
miseria que ignorar cuál Dios nos ha amado tanto.
- Que su mente reciba una
gracia singular del Espíritu Santo para reconocer y discernir, según el carisma
propio de San Ignacio de Loyola, cuáles inspiraciones son de Dios, cuáles
vienen de los intereses puramente humanos y mundanos, y cuáles tienen su raíz
en el espíritu de las tinieblas, que ronda buscando a quién devorar.
- Que sus manos realicen
cada vez mejor la labor de cuidar el rebaño tuyo, Jesucristo, de modo que sea
físicamente incapaz de firmar o apoyar lo que ensucia, confunde, degrada o
niega la fe, la que defendieron los mártires, y en cambio tenga pulso firme
para guiar el timón y conducir de nuevo la nave de la Iglesia a su ruta propia,
más allá de los escollos e intereses de este mundo que pasa.
- Y finalmente, te pedimos,
Señor Jesús, que el corazón del Papa sea sumergido en el fuego de tu propio
Corazón, de modo que pueda corregirse de sus faltas, ya que todos las tenemos,
y pueda predicarnos con fuerza y mucha luz sobre las raíces de nuestros
pecados, y de los males que hoy se ciernen sobre la Tierra”.
Recemos por el Papa. Y esto
lo pido a todos. También a los que no les gusta lo que está haciendo. No le
dejemos solo, como muchos hicieron con Benedicto XVI. Si defendemos la fe
católica contra sus enemigos es porque creemos en ella y, si creemos en ella,
debemos creer en el poder de la oración. Los otros, los que quieren cambiarla,
ya no creen. Ese es su problema y su desgracia. No caigamos nosotros en la
misma trampa. Recemos, hablemos con amor cuando hay que hablar, aunque nos
cueste el honor y la vida y, sobre todo, confiemos en Dios y en su divina
misericordia.