El feminismo está de
moda y genera una competencia por revisarlo todo a la luz de la perspectiva de
género; o, más bien, de su lente deformante. Cada época interroga al pasado
desde sus inquietudes pero si no se toman ciertos recaudos el resultado es un
ridículo anacronismo
Por Claudia Peiró
Infobae, 8-3-19
En el Jardín de Luxemburgo, emblemático parque de París, en torno a la
inmensa fuente central donde nadan los patos y los niños hacen navegar sus
veleros de juguete, hay 20 hermosas estatuas de mujeres destacadas en
la historia de Francia. Dos cosas llaman la atención de este conjunto
escultórico: muchas de las damas allí homenajeadas fueron reinas, con mando y
poder efectivos, y en un pasado tan remoto como el período que va del siglo VII
en adelante. Por otra parte, este homenaje a mujeres protagonistas -"reinas,
santas y celebridades", dice la placa- se hizo entre los años 1843
y 1846, durante la llamada Monarquía de Julio y por decisión del rey
Luis Felipe de Orléans.
En España, a fines del siglo XV, en las postrimerías de la Edad Media, la
futura Isabel la Católica se autoproclamó reina de Castilla a los
23 años (en ausencia de su esposo) y nadie, ninguno de los poderosos
barones guerreros defensores de sus fueros particulares, la cuestionó por ser
mujer.
"¿No es sorprendente pensar que en los tiempos feudales la reina era
coronada como el rey (…)? Dicho de otro modo, se le atribuía a la
coronación de la reina tanto valor como a la del rey", escribió la
historiadora y medievalista francesa Régine Pernoud (1909-1998),
autora del imperdible ensayo Pour en finir avec le Moyen Age (Para
Acabar con la Edad Media; Seuil, 1977).
Sin embargo, el nuevo credo feminista afirma la total
"invisibilización" de la mujer a lo largo de toda la historia y hasta
el día de ayer. Anagrama acaba de publicar un librito de la dibujante
feminista Jacky Flemming, El problema de las mujeres, que
pretende ser un recorrido histórico por la condición femenina:
"Antiguamente no existían las mujeres (sic), de ahí que
no nos las encontremos en las clases de historia del colegio. Sí que había
hombres, y, entre ellos, no pocos eran genios". Evidentemente distraída en
clase, la autora basa su cuento en la generalización a todo el pasado
de posicionamientos y declaraciones machistas de algunas personalidades, como Charles
Darwin, por ejemplo. Lo que fue cierto en la Inglaterra victoriana
atraviesa según ella toda la historia de nuestra civilización.
En 1975, proclamado "Año de la Mujer" -el feminismo no
nació ayer-, las francesas redescubrieron a Leonor de Aquitania (1122
ó 1124 – 1204), duquesa, condesa y reina consorte de Francia y de Inglaterra.
Mujer independiente que osó divorciarse ni más ni menos que de un rey, para
luego casarse con otro, al que también desafió. Tuvo diez hijos, entre ellos
los célebres Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra, lo que no
le impidió actuar en política casi hasta el fin de sus días.
Curiosamente será la llamada Edad Moderna la que traerá una
progresiva exclusión de la mujer de la esfera pública. Pernoud explica que
"mientras Leonor de Aquitania o Blanca de Castilla [N. de la R: nieta
de la anterior] dominan realmente su siglo", esta "igualdad"
de las reinas durará hasta el siglo XVII; la última reina coronada en Francia
fue María de Médici (en cuyo honor justamente se construyó el Jardín y Palacio
de Luxemburgo, hoy sede del Senado).
La consolidación y centralización de las monarquías europeas llevará, a
partir de los siglos XV y XVI, a imponer la ley sálica en la sucesión al trono.
La inspiración para esta masculinización del poder no vendrá de la doctrina
cristiana -perdón- sino del derecho romano, del pater familias, en
el cual buscarán argumentos los reyes, para fortalecerse. Es un derecho nada
favorable a la mujer ni al niño, explica Pernoud, y que representará una
regresión con respecto al derecho consuetudinario medieval.
"Evidentemente, si razonamos a partir del concepto de 'paridad', es
cierto que la mujer en la Edad Media no goza de la misma autonomía que
el hombre -escribe por su parte el historiador Jean Sévillia en Historiquement
correct (Perrin, 2003)-. Sin embargo, hay que considerar los
derechos esenciales de los que goza. En las asambleas urbanas o en las
comunidades rurales, las mujeres, cuando son jefas de familia, poseen
derecho de voto. Entre los campesinos, los artesanos o los
comerciantes, no es raro que la mujer dirija la explotación, el taller o la
tienda. A fines del siglo XII, en París, se encuentran mujeres médicos,
maestras de escuela, apoticarias, teñidoras o encuadernadoras".
"Régine Pernoud -sigue diciendo Sévillia- subraya que, contrariamente
a lo que pasa en el Extremo Oriente o en los países musulmanes, los
progresos de la libre elección del cónyuge acompañan la difusión del
cristianismo. Entre el siglo V y X, la Iglesia lucha por limitar
los casos de anulación del matrimonio y prohibir el repudio -costumbre
romana y germánica-, lo que mejora considerablemente la condición
femenina".
Esto pone de relieve el otro anacronismo en el cual cae cierto feminismo,
furibundamente anticatólico: la indisolubilidad del matrimonio, que en el siglo
XX pudo empezar a ser visto como oprimente, no fue inspirada en su
origen por la misoginia ni representó un retroceso para la mujer, sino todo lo
contrario.
"Todavía hoy, decía Régine Pernoud, es en los países
cristianos donde esa libertad [de elegir al cónyuge], tan justamente
reivindicada, es reconocida por las leyes mientras que en países
musulmanes o países de Extremo Oriente esta libertad, que nos parece esencial,
no existe o ha sido muy recientemente concedida".
Pernoud califica de "tonterías evidentes" algunas de las grandes
falsedades sobre la misoginia de la Iglesia. En particular, la que
sostiene que, recién en el siglo XV, la Iglesia admitió que la mujer tenía un
alma, fake news que algunos siguen repitiendo sin la menor
reflexión.
"Así, durante siglos, se habría bautizado, confesado y admitido en la
Eucaristía a seres sin alma", ironiza la medievalista, que recuerda que
entre los primeros mártires y santos de la Iglesia, las mujeres eran tan
numerosas como los varones.
Durante la Edad Media, las órdenes femeninas, y las abadesas que las
presidían, llegaron a tener gran poder y los conventos eran lugares de
estudio e irradiación cultural al igual que los monasterios.
Pero como el estatus de la mujer en la Iglesia evolucionaba a la par del de
la sociedad civil, también en las instituciones eclesiásticas el siglo XVI
marcó el inicio de una progresiva marginalización.
Este relegamiento, que empezó por la función pública, fue alcanzando luego
la esfera privada, y la mujer se vio privada de la potestad sobre los hijos y
del libre usufructo de sus bienes.
Sin embargo, todo el siglo XX marcó la re-emancipación de la mujer;
un proceso obviado por la corriente feminista actual, en lucha contra un
patriarcado que ya no existe.
Desde el reduccionismo o en clave de guerra de sexos es imposible
reconstruir la evolución del lugar y el rol de la mujer en la sociedad a lo
largo de la historia en toda su complejidad y riqueza. Los esquemas
simplistas o maniqueos llevan a no poder ver más que lo que encaja en las
categorías que se afirman. Actualmente, en los países occidentales y
judeocristianos -perdón, otra vez- ya no existen prácticamente leyes
patriarcales -en Argentina, ninguna-: a igual remuneración, igual
salario; las mujeres disponen libremente de sus bienes; la patria potestad es
compartida y los hijos pueden ser inscriptos indistintamente con el apellido de
la madre o del padre, etcétera.
Pero, paradójicamente, el feminismo es más intenso y radical
justamente allí donde los derechos de la mujer ya han sido conquistados; y
no necesariamente como resultado directo de sus luchas, sino de la
evolución natural de la sociedad y de la toma de conciencia tanto de mujeres
como de varones. Argentina es un caso paradigmático: las dos
principales herramientas de participación política femenina fueron obra de
varones: Juan Domingo Perón (el voto y la elegibilidad de las mujeres)
y Carlos Menem (el cupo femenino).
Hace poco fue reeditado aquí el ensayo fundacional del feminismo: El
segundo sexo, de Simone de Beauvoir. Si la leyeran, sus
seguidoras actuales constatarían que la filósofa francesa no padecía de
la misma falta de conciencia histórica que afecta al feminismo actual.
"Al feminismo revolucionario -escribió por ejemplo Beauvoir en El
segundo sexo-, al llamado feminismo independiente de madame Brunschwig, se
adjunta un feminismo cristiano: (el papa) Benedicto XV se pronuncia
en favor del voto femenino, en 1919; monseñor Baudrillart y el padre
Sertillanges desarrollan una ardiente propaganda en este sentido".