Sociedad multicultural y bien común.
Observatorio Cardenal Van Thuan, 23 marzo 2018
Stefano Fontana
Observamos desde hace tiempo una clara adhesión de la
jerarquía eclesiástica y de gran parte del mundo católico a la idea de
favorecer una acogida de los inmigrantes prácticamente sin filtros; más bien al
contrario, amplia y generalizada.
Hay que destacar, sin embargo, que esta nueva actitud
es distinta a la propuesta tradicionalmente por la Doctrina social de la
Iglesia, a saber, un control de las migraciones guiado por el criterio del bien
común. En efecto, una consecuencia de esta nueva actitud parece ser la
sustitución del bien común por la sociedad multirreligiosa, considerada como
fin de la sociedad. Una acogida sin los filtros y sin la gobernanza del bien
común considera como buena en sí misma la sociedad multirreligiosa que es su
consecuencia, hasta el punto de que también los católicos deberían trabajar por
ella más que por el bien común, o bien por ella en cuanto coincidente con el
bien común.
El interés de la cuestión reside en que un nuevo
planteamiento de esta naturaleza implicaría una consistente revisión de la
Doctrina social de la Iglesia, de su estructura y de sus fundamentos. No juzgo
las intenciones y, por tanto, no puedo decir si la finalidad de esta “apertura”
al fenómeno inmigratorio es precisamente cambiar la Doctrina social de la
Iglesia en algunos puntos fundamentales. Pero no puedo eludir un examen objetivo
de tan importante asunto.
Si el fin de la política, en lo que se refiere a la
inmigración, es la sociedad multicultural y no el bien común, entonces se
desmoronan dos principios cardinales de la Doctrina social de la Iglesia.
El primero es el derecho natural, el cual, mientras no
se demuestre lo contrario, es una de las fuentes insustituibles de la Doctrina
social de la Iglesia. Es evidente que no todas las religiones respetan el
derecho natural. Las que admiten la poligamia o la superioridad antropológica
de un grupo sobre otro, o bien del hombre sobre la mujer, lo hacen despreciando
el derecho natural. Lo mismo pasa con las religiones que establecen una
relación inmediata entre la Revelación divina y el derecho civil, atribuyendo a
la Revelación una dimensión jurídica inmediata. Para muchas religiones Dios no
es la Verdad y, por lo tanto, no está obligado a respetar la razón, así que
esas religiones no pasan el tamiz de lo natural, del que prescinden. Para
otras, Dios no es persona y, por consiguiente, son incapaces de fundamentar
adecuadamente la dignidad de la persona humana, también exigida por el derecho
natural. Por no hablar de las mutilaciones físicas rituales, de la prostitución
sagrada o de otras conductas aún más sórdidas.
El respeto al derecho natural forma parte integrante
del principio del bien común, mientras que el concepto de sociedad
multicultural, no. Sustituir el primero por la segunda implica renunciar al
principio del derecho natural, algo imposible sin que cambien los presupuestos
de la Doctrina social de la Iglesia. El bien común es un principio absoluto,
mientras que la sociedad multicultural es un principio relativo al bien común y
depende de él.
El segundo elemento fundamental que desaparecería es
la centralidad de Dios en la construcción de la sociedad terrenal. Las
encíclicas sociales repiten al unísono que no existe solución a la cuestión
social fuera del Evangelio, que el primer factor de desarrollo humano es el
Evangelio, que la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo útil, sino
indispensable para la construcción del bien común. En otras palabras, afirman
que, sin el Creador, la criatura se derrumba, y que no hay ningún ámbito de lo
creado que sea independiente del Creador.
Pero en la sociedad multicultural desaparece este
carácter indispensable de la religión católica, en la medida en que, si la
sociedad multicultural es el objetivo, también las demás religiones son
indispensables. Es más, la presunción de que el catolicismo es indispensable
entraría en conflicto con la sociedad multicultural y por tanto esa presunción
sería perjudicial y habría que evitarla. Así pues, la idea de la sociedad
multicultural implica equiparar la fe católica con todas las demás, e implica
al mismo tiempo que todas las religiones son indispensables: esto es, su
igualdad, indiferente ante la verdad. La apertura indiscriminada a la
inmigración implica una idea relativista de la religión y, por tanto, dar la
vuelta como a un calcetín a la Doctrina social de la Iglesia.
Imaginemos una sociedad multirreligiosa sin el
catolicismo. No habría bien común ni podría haberlo. Imaginemos una sociedad
donde sólo esté presente la religión católica y, por lo tanto, no sea
multirreligiosa. Aquí sí podría existir el bien común. Mientras que todas las demás
religiones juntas son incapaces de producir el bien común, la sola presencia de
la religión católica sí sería capaz de hacerlo. Esto es precisamente lo que
niega el principio de la sociedad multicultural como finalidad de la acción
social y política… pero es precisamente lo que siempre ha afirmado la Doctrina
social de la Iglesia.
Stefano Fontana