Rochi,
tiene casi tres años, tiene síndrome de Down, y una insuficiencia renal crónica
terminal.
8 de marzo de 2018
Me
propusieron abortar. Venía todo tan mal, que la única solución al
"problema" era eliminarlo. Con mi marido, Luis María Caballero,
estábamos esperando nuestra tercera hija. Estaba en la semana catorce y los
estudios indicaban que mi bebé era inviable, sin posibilidades de vida fuera
del útero materno; y que muy probablemente moriría durante la gestación. Los
médicos del hospital de Barcelona (estábamos viviendo en España por una beca
estudiantil de mi marido), nos dijeron que en el hipotético caso de que
sobreviviera, sería una persona que jamás podría caminar.
¿Para qué
prolongar este sufrimiento? ¿Para qué seguir, si al final el resultado sería el
mismo? Eso nos decían en un lugar donde el aborto es legal, gratuito y al
alcance de todos. En un país donde tienen todo "aceitado" y
protocolizado. El procedimiento era muy simple: dar el consentimiento, y en
unas horas estaría todo resuelto. Los médicos nos aconsejaban con la mente y el
corazón fríos. Sin tener en cuenta que aquello de lo que hablaban era nuestra
hijita.
Con esas
palabras que martillaban mi cabeza, con el corazón desolado, solos con mi
marido, en un consultorio gélido desde lo humano, no pudimos hacer otra cosa
que llorar desconsoladamente, aceptando que el futuro de nuestra hija era
incierto y, seguramente, muy difícil. Pero así, abrazados, seguimos adelante.
Y no nos
arrepentimos. Es más, somos felices. Nuestra bebé sobrevivió, nació y empezó a
crecer. Es la misma a la que veíamos chuparse el dedo en las ecografías,
moviéndose cuando acariciábamos mi panza. Y todos los miedos y angustias que
teníamos, empezaron a desvanecerse en el aire. Nuestra Rochi nos ha mostrado,
una y mil veces, que los obstáculos se superan con mucho amor, paciencia,
confianza, ayuda, optimismo, Fe y miles de cosas más que nos hacen más humanos
y más personas. Y eso es lo que, a fin de cuentas, todos queremos ser en esta
vida.
Hoy Rochi
tiene casi tres años. Tiene síndrome de Down, y una insuficiencia renal
crónica. Actualmente está en diálisis y a la espera de un trasplante de riñón.
Nosotros compartimos nuestra experiencia de padres a través de la cuenta de
Instagram rochimodel.
Siempre
me pregunto, en momentos de desesperación, qué hubiera pasado si bajo esa
presión y esa tristeza hubiéramos elegido el otro camino.
Me
hubiera perdido de esa mirada especial, esa mirada transparente, esos ojitos
que dicen tanto, y sobre todo hablan de amor. Me hubiera perdido sus risas
contagiosas, su risa cómplice con sus hermanos, su risa que inunda toda la casa
y vuelve de colores un día gris.
Me
hubiera perdido escuchar su voz diciéndome ¡Mamá! y escuchar llamarnos a todos,
a cada uno de los miembros de nuestra gran familia, por su nombre. Siempre de a
poquito, despacito, dando todo por superarse.
Me
hubiera perdido sus llantos a mitad de la noche, pidiendo abrazos y mimos
porque tuvo pesadillas, o porque le duele la panza.
Me
hubiera perdido miles de idas al médico, en las que, durante la espera, ella aprovecha
para saludar, tirar besos, pasar de brazo en brazo de personas que acaba de
conocer.
Me
hubiera perdido sus abrazos espontáneos y sus besos tirados con la mano, que
pueden cambiar un día duro, en un segundo.
¿Qué
hubiera pasado? Me hubiera arrepentido para siempre. Yo no sería la misma, la
familia entera no sería la misma, la sociedad no sería la misma. Sólo ella le
da una cualidad especial a nuestra familia. Sólo ella brilla con esa luz tan
propia. Ella nos ha demostrado, con su vida, que no sobra. Que nadie sobra. Que
todos venimos al mundo con una misión.
Su misión
es clarísima: lograr una sociedad más justa y con más amor, donde las
discapacidades sean tenidas en cuenta y abrazadas con respeto.
Por: Candelaria Lucca