Por: Jaime García Elías
Informador, mx, 29 de Enero 2018
¿Qué debe entenderse, en concreto, por “legalizar” la
mariguana? ¿Despenalizar su uso? ¿Facilitar su producción y comercialización,
en beneficio de los consumidores? ¿Acabar con el añejo estigma que perseguía,
discriminaba y descalificaba —y eventualmente aún persigue, discrimina y
descalifica— socialmente a los mariguanos?
-II-
Rehabilitado recientemente por el secretario de
Turismo, Enrique de la Madrid Cordero, el debate toma fuerza. Al margen de las
voces que ya se han pronunciado a favor o en contra, la propuesta se orienta,
precisamente, a ponderar seriamente esa posibilidad, cuyos principales
beneficios serían, por una parte, mantener la afluencia de turistas —consumidores
de mariguana muchos de ellos—, y la correspondiente inyección de divisas, a los
principales destinos turísticos de México; por la otra, reducir, supuestamente,
los graves delitos asociados al tráfico —precisamente por ser ilegal— de la
droga.
Con respecto al uso terapéutico, parece haber
consenso: manejada y comercializada criteriosamente, la mariguana, como muchas
otras sustancias —el arsénico, por referir uno de los ejemplos más obvios—
puede ser benéfica y curativa.
En el aspecto “recreativo”, se aduce, entre lo
“positivo”, que la mariguana “fomenta la creatividad”, porque ha habido
artistas que acostumbraban consumirla… aunque no todos quienes la consumen
—ni mucho menos— se vuelvan, ipso facto,
creadores de obras de arte; que no es adictiva… aunque, al resultar placentera,
se convierte en un hábito y puede inducir al consumo de otras sustancias
tóxicas; que —a diferencia del alcohol u otras drogas— no genera conductas
violentas, y que es menos dañina que el tabaco para las vías respiratorias… Por
contrapartida, entre sus efectos negativos se cuentan desorientación,
taquicardias, tendencia a padecer afecciones en los pulmones, trastornos de
atención, sicomotores o de memoria, o a favorecer la depresión o el avance de
desórdenes psicóticos.
-III-
Mediante la legalización del tabaco y el alcohol, cuyo
consumo representa hasta 10% del gasto familiar para millones de familias
pobres en los países de América Latina, según reportes de la Organización
Mundial de la Salud, la sociedad tolera —y, por ende, la ley permite— que los
individuos se dañen a sí mismos, y obliguen a destinar amplias partidas
presupuestales para atender las enfermedades que esas drogas les causan.
Por lo demás, aun en los países que ya han legalizado
el consumo y la comercialización de ciertas drogas, persiste una extensa serie
de delitos relacionados con las mismas. De donde se deduce que el tema dista
mucho de ser cuestión de “enchílame otra”…