de niños transgéneros
Autora: Magdalena
del Amo
(este artículo se publicó originalmente en
alertadigital.com)
Es de extrema gravedad tratar de
enmendarle la plana a la naturaleza, jugando a la creación de seres amorfos,
que no se sabe bien qué son, salvo por la etiqueta y, a veces, ni eso. Vivimos
unos tiempos de auténtico disparate en lo relativo al sexo y sus múltiples
géneros y variantes. Los ideólogos de estas nuevas tendencias deciden que se
puede ser hombre o mujer por decreto, o incluso ambas cosas a la vez. Son
mentes perversas, cuyas caras no conocemos, que padecen el delirio de ser
dioses. Los políticos y legisladores de turno son meras marionetas de este
sistema corrupto global, empeñado en cambiar el mundo. Eso no quiere decir que
no se encuentren en su salsa trabajando para el Mal. Por eso están ahí en estos
momentos de fin de ciclo.
El anteproyecto de
la “ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la
garantía de los derechos de las personas LGTBI” es uno de los mayores
esperpentos presentados ante una cámara de representantes tradicionalmente
respetable en el imaginario colectivo. Es una suerte de venganza contra la ley
natural. Una parodia de la genitalidad, que lleva a la perversión de las
conductas.
La ley,
pretendiendo favorecer a un colectivo, es surrealista cien por cien, además de
totalitaria. Querer presentar una situación anómala como paradigma raya en lo
patológico, por mucho que se nos quiera vender que la sociedad está poseída por
el espíritu de Foucault y que la gran mayoría es practicante del poliamor y
demás aberraciones “queer”. Nada que ver con la realidad. La gente es mucho más
normal de lo que exhiben las teles en sus shows.
Según el nuevo
texto de la ley trans, un transexual puede cambiar de sexo –le llaman
reasignación—sin necesidad de dictamen médico; simplemente con su deseo expreso
y un simple trámite administrativo. Y además, sin operación. Es decir, que un
hombre que se ha registrado como mujer, puede tener su pene de nacimiento y sus
pechos postizos, sin tener obligación de confesar esta particularidad a sus
posibles parejas; es más, si cuando se descubre que la persona no es lo que
parecía, y es rechazada, podrá denunciar a su pareja por discriminación,
homofobia y sabe Dios cuántos delitos más. ¡Una locura!
A los progres y
gente de mente aviesa les interesa que haya transexuales, por varias razones
que expondré en otro momento. De hecho, la ley a la que aludimos no permite a
los homosexuales y lesbianas una vuelta atrás, aunque lo soliciten. Así se
especifica: “… se prohíben las terapias de conversión, aversión o
contracondicionamiento destinadas a modificar la orientación, identidad sexual
o la expresión de género de las personas, con independencia de que esta haya
dado su consentimiento”. Es decir, les prohíben acudir a un psicólogo si
vislumbran la posibilidad de vivir en armonía con el sexo de nacimiento,
casarse, tener hijos y formar una familia. Todo un atentado a la libertad. ¿Por
qué este interés en atentar contra la naturaleza? ¿Por qué les molesta la
polaridad sexual?
Lo más preocupante
de este anteproyecto de ley es lo que respecta a la infancia. Los niños son
siempre el objetivo de los regímenes totalitarios y de organizaciones como la
nefasta International Parent Parenthood (IPPF) y la ONU, a través de UNICEF,
que no es tan inocente y blanca como pretende proyectar [1].
Amparados por
estas leyes irresponsables, los llamados “niños transgénero” son sometidos a
tratamientos hormonales muy agresivos para sus edades. Así opinan muchos
profesionales de la salud, quienes auguran oleadas de suicidios en un futuro no
muy lejano. El médico endocrino infantil, Quentin Van Meter, considera que las
operaciones de cambio de sexo se están haciendo muy a la ligera, sin prever las
consecuencias, y nos recuerda el experimento de género con los gemelos Reimer,
que acabó en un considerable drama que la ciencia oculta. Se trata de un caso
espeluznante al que no se le ha dado publicidad, por tratarse de un error
científico que desmonta la teoría del constructo social del género y su dogma
sobre el patriarcado. Hagamos un poco de historia:
A mediados del
siglo pasado, surge en Estados Unidos el concepto género, no como una cuestión
política, como es considerado en la actualidad, sino como un tema de estudio en
los ambientes médicos y psiquiátricos. El psiquiatra y psicoanalista, Robert
Stoller, utiliza la expresión “gender identity” al estudiar a los transexuales
que rechazan el sexo con el que han nacido. John Money, psicólogo y sexólogo
del Hospital Johns Hopkins de Baltimore, experto en tratar a hermafroditas,
plantea la teoría de los “gender roles”, es decir, establece que en algunas
personas el sexo cromosómico no corresponde al sexo anatómico. Es entonces
cuando brota entre los profesionales la idea de que en la clasificación sexuada
de los seres humanos había que tener en cuenta los elementos culturales y la
educación.
El experimento de
género, llevado a cabo con los gemelos Bruce y Brian Reimer, da la razón a la
naturaleza frente a las teorías diseñadas sobre el género. Por eso los
partidarios de esta ideología totalitaria evitan su divulgación.
Bruce y Brian eran
dos hermanos gemelos, nacidos de un parto normal, el 22 de agosto de 1965, en
Winnipeg (Canadá). Cuando cumplieron siete meses se les practicó una
circuncisión, pero una negligencia médica al emplear un método experimental,
consistente en la utilización de una aguja cauterizadora eléctrica, hizo que el
pene de Bruce se quemara, dejándolo totalmente destruido. Sus padres, Janet y
Ron, quedaron destrozados. En aquellos años, la cirugía plástica aún no estaba
muy avanzada.
La respuesta llegó
un día viendo la televisión a través de la entrevista a un psicólogo/sexólogo
muy conocido por sus teorías sobre el género, que hablaba de cirugía para
cambiar de sexo. Era el neozelandés John Money, del hospital John Hopkins de
Baltimore. Unos días antes, había sido noticia que en dicho hospital iban a
realizar intervenciones de cambio de sexo. Aparte de ser muy carismático, el
doctor iba acompañado de una chica rubia, muy femenina, que había nacido
hombre, al que él había transformado en una bella y feliz mujer, según sus
palabras. Al ver esto, la madre de Bruce pensó que ya tenían la solución al
problema del niño. Buscando lo mejor para su felicidad, se pusieron en contacto
con el doctor Money. Para estos maestros de la ingeniería social, la condición
sexual no es innata, sino que es asignada mediante la educación en los primeros
años de vida. ¡Todo un despropósito!
El psicólogo
trataba casos de hermafroditismo y, en general, a personas con anomalías
sexuales congénitas. Nunca se le había presentado un caso para experimentar y
poner en práctica su teoría sobre el género.
A los desesperados
padres les dijo que si empezaban a tratar a Bruce, como a una niña, este se
convertiría en una mujer feliz, y lo librarían de sufrir el resto de su vida
como un hombre sin pene. Los padres estuvieron de acuerdo y, con la mejor
intención, dejaron que el frankenstein de su hijo actuara. Además, podría
utilizar como sujeto de control a su hermano Brian, con la misma carga
genética, que sería tratado como chico. Hay que ser muy fanático y atrevido
para emprender algo tan delicado, con tan pocas posibilidades de éxito.
El 3 de julio de
1967 –aún no había cumplido los dos años—, los médicos sometieron a Bruce a una
castración quirúrgica en la cual le retiraron los testículos y le construyeron
una vagina. Así, el niño Bruce se convirtió en una niña llamada Brenda y en la
cobaya del doctor Money.
A los padres les
fueron dadas órdenes precisas de no contarle nunca la verdad, porque si no el
experimento fracasaría. Pero las cosas no resultaron nada fáciles, y a medida
que los niños fueron creciendo, la situación se fue complicando.
Los gemelos
acudían cada año a la consulta para una revisión. En algunas ocasiones, estaban
presentes los padres; en otras, el doctor se quedaba a solas con los niños. En
el documental sobre la reconstrucción del caso, aparecen algunas sesiones
originales del psicólogo con la niña, en las que se muestra agresivo cuando
ella no responde como él espera. Quiere que su teoría cuadre, aun a costa de
acosarla. En la actualidad, hubiera ido a la cárcel, aunque tratándose de un tema
de género, quizá no, dado el grado de permisividad e inmunidad del que gozan
estos grupúsculos que trabajan contra natura.
Brenda no era
feliz. Sus compañeros se burlaban de ella y nunca quiso aceptar ni sus juguetes
ni sus vestidos. Las niñas la marginaban porque era demasiado masculina y
siempre quería jugar a juegos de niños, pero los chicos tampoco la admitían.
Sin embargo, el doctor hacía caso omiso de estos detalles que le compartían los
padres sobre el comportamiento de Brenda. Muy al contrario, cuando los hermanos
tenían nueve años, declaró que el experimento estaba siendo un éxito, motivo
por el cual empezó a ser considerado por sus colegas como un genio.
En los años
noventa, su madre le contó al periodista John Colapinto [2] muchos detalles del
niño-niña: la primera vez que le puso un vestido intentó quitárselo, a pesar de
ser muy pequeña. Recuerda que pensó: “Dios mío, sabe que es un chico y no
quiere que le ponga vestidos de chica”. Siempre quería orinar de pié, y cuando
su hermano Brian jugaba a afeitarse con su padre, Brenda también quería jugar.
Entonces le decían que se fuera con su madre y ella lloraba. No entendía que no
pudiera afeitarse también. Ante esto, no queda más remedio que preguntar a las
feministas de género y demás ideólogos: ¿¡qué pasó con el constructo social
mientras Brenda crecía y estaba siendo dirigida como niño!?
Aunque Brian veía
a Brenda como su hermana, ella nunca se sintió como una niña. Sus palabras no
dejan lugar a dudas: “Siempre jugaba con mis juguetes, mientras que los suyos,
como una lavadora o una cocinita, solo los usaba para sentarse. […] Si le
regalaban una comba, para lo único que la usaba era para atar a la gente o para
azotarla como si fuera un látigo. Nunca utilizó los juguetes como lo que eran”.
A pesar de que el
proceso iba mal y que la niña Brenda no era feliz, cinco años después, John
Money publicó un libro sobre el caso, bajo el título Man & Woman. Boy &
Girl. El libro es una total estafa científica. Aseguraba, por ejemplo, que tras
haber enfatizado en el uso de la ropa femenina, Brenda ya tenía una clara
preferencia por los vestidos; que se sentía muy orgullosa de su pelo largo y
que por Navidad había pedido una casa de muñecas y un cochecito para pasearlas.
Nada de esto era cierto, pero Money cantaba victoria, porque tenía que
demostrar que la orientación de género se había impuesto. A su idea macabra se
le llamó “Teoría de la neutralidad del género” y demostraba que la crianza es
más importante que la naturaleza. Una total falacia. Nada que ver con las
experiencias vividas por la propia Brenda, sus padres y hermano.
Cuando Brenda
llegó a la adolescencia, el psicólogo Money le propuso someterse a otra
intervención, pero ella se opuso. La niña tomaba estrógenos, sufría depresión y
había intentado suicidarse. Al verla tan desgraciada, sus padres decidieron
contarle su historia. Entonces Brenda quiso recuperar su auténtica naturaleza y
volver a ser chico. Eligió como nombre David, en honor al personaje bíblico que
luchó contra el gigante Goliat. Se sometió a una faloplastia y se quitó los
pechos que le habían crecido gracias a los chutes de hormonas.
Ya como David y
con sus genitales reconstruidos vivió una etapa algo más feliz que la anterior,
pero las heridas eran demasiado traumáticas y nunca lograría superarlas. Aun
así, cuando tenía 23 años contrajo matrimonio con una mujer, madre tres niños.
Pero ni él ni su familia consiguieron la estabilidad. Su madre vivía en una
depresión constante, que requería hospitalizaciones continuas, y su padre se hizo
alcohólico. Su hermano gemelo, Brian, abandonó sus estudios y cuando tenía 36
años se suicidó, tras haberlo intentado en varias ocasiones.
Después de varios
años de matrimonio, David y su mujer se divorciaron, y unos años después, en el
2004, acabó suicidándose, cuando contaba 38 años.
El caso, tan
vergonzoso para la ciencia, se había mantenido oculto hasta que en 1997, el
doctor Milton Diamond, de la Universidad de Hawái, convenció a David de que
contara su caso, pues podría ayudar a que ningún otro niño se viera jamás en la
situación que él había vivido. Esta es la conclusión del médico: “Si todos
estos esfuerzos médicos, quirúrgicos y sociales combinados no tuvieron éxito en
hacer que este niño aceptara una identidad de género femenina, tal vez tengamos
que pensar que hay algo importante en la constitución biológica del individuo”.
Otro cirujano plástico, el doctor Lapper, dice al respecto: “No hay nada
reversible en la cirugía genital: es una mutilación permanente e irreversible
de la persona humana. Y no hay otra palabra para ello”.
MENTIRA
“CIENTÍFICA” NUNCA RECTIFICADA
El doctor Money
nunca se retractó ni rectificó públicamente, lo cual es muy grave y nada ético.
Su experimento no solo fue un fracaso, que echa por tierra los postulados del
constructo social sobre el sexo, sino que es responsable de las desgraciadas
vidas de la familia Reimer, y de los suicidios de Bruce y Brian. ¿No piensa la
comunidad científica pedir responsabilidades a quien corresponda? Por el
momento no lo han hecho, y lo que es peor, su estudio sigue siendo citado por
la comunidad médica en general, como una “transición de género” exitosa.
El doctor Lapper
dice que “estamos hablando de la persona humana como una unidad de espíritu y
forma, que hay una integridad en la masculinidad y feminidad con la que estamos
hechos”. Y añade que “los nervios conectados a una vagina siempre se
registrarán en el cerebro como una vagina, incluso si ahora son parte de un
pene construido quirúrgicamente, y viceversa […] porque el cerebro siempre
registra los nervios genitales como procedentes de su órgano de origen”. Aunque
el doctor Money nunca se retractó, los interesados en la ideología de género
sabían que el experimento había sido un fracaso.
En los años
setenta, el concepto género, completamente distorsionado y caricaturizado, será
utilizado por las feministas radicales como una estrategia de lucha política de
clases, globalizada e implantada a través de la ONU. Es el comienzo de la
ingeniería social. El periodista y escritor, Jean-Claude Guillebaud, afirma que
los estudios de género “son solo una nebulosa de investigaciones, que se llevan
a cabo desde hace unas décadas y en la cual coexisten corrientes muy
diferentes, desde las más moderadas hasta el extremismo insensato de algunos
grupúsculos de lesbianas”.
Marguerite Peeters
da en el clavo respondiendo a estas preguntas: ¿De qué modo, cuando se es
minoría, se puede imponer una teoría falsa, científicamente errada, infundada,
a una mayoría en un país? Respuesta: pasando por las instituciones
internacionales. “El ‘gender’, fruto de elucubraciones improbables de
pensadores franceses y norteamericanos se ha transformado en norma política y
cultural mundial”, asegura.
Como hemos dicho
en repetidas ocasiones, el bombardeo es global; no importa que hablemos de
España, de Argentina, de Suecia o incluso de países en vías de desarrollo. El
género, es decir, la desaparición de la polaridad sexual es una cuestión
prioritaria de las élites. Por eso, cada día aparece una nueva propuesta o
normativa descabellada. Así, en los colegios –y en la sociedad en general— está
expresamente prohibido hacer cualquier referencia a lo masculino y a lo
femenino, como elementos diferenciadores. Todo lo relacionado con el género
está por encima de la ley misma. Es uno de los nuevos sacramentos del laicismo
radical.
NOTAS:
1. Un informe
publicado por el Catholic Family and Human Rights Institute (C-FAM) denuncia
que la UNICEF antepone el derecho al aborto a la protección de los niños. El
Instituto alude a las Líneas guía internacionales de la ONU sobre sida y
derechos humanos en cuya redacción participa la UNICEF, en las que piden a los
estados la aprobación de leyes que garanticen los derechos sexuales y
reproductivos de las mujeres, incluidos los anticonceptivos y el aborto. La
implicación de la UNICEF en estos programas motivó que la Santa Sede le
retirara la contribución simbólica que le venía haciendo cada año. La UNICEF
colabora en estos programas desde 1987, pero el giro importante en su política
tuvo lugar en 1995 cuando Bill Clinton nombró directora del organismo a la
activista proaborto Carol Bellamy que cambió la atención a los niños por
abortarlos.
2. John Colapinto
es autor del libro sobre el caso, titulado Tal como la naturaleza lo hizo.