y la muerte de la ley moral natural
por Stefano
Fontana
Observatorio Van
Thuan, 4-4-2022
Las declaraciones
hechas por el cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Munich y principal consejero
de Francisco -sobre la homosexualidad- en la entrevista del 30 de marzo pasado, los actos de muchas personas de la jerarquía
eclesial que en los últimos tiempos y en en estos días en particular se está
presionando por un gran cambio en la doctrina sobre el tema, los silencios de
quienes pudieron aclarar, dejan tristemente atónitos. Consideremos brevemente
la enorme conmoción que la línea Hollerich-Bätzing-Becquart-Marx sobre las
relaciones homosexuales produciría -y ya produce- en la Iglesia,
transformándola en algo distinto de sí misma.
Lo primero a notar en las declaraciones de Marx es la ausencia de cualquier referencia a la ley natural (moral) y, por lo tanto, a los mandamientos. Una eliminación evidente -se dirá- si queremos legitimar la práctica homosexual, y nada nuevo dado que durante décadas la teología ha estado reñida con la ley natural, que sin embargo el magisterio petrino, hasta Benedicto XVI, siempre había confirmado claramente. doctrina. Negar la ley moral natural significa corromper irreparablemente la relación entre razón y fe. El primero tiene su propia autonomía de investigación que se refiere también a las leyes morales y que la fe no anula, sino que confirma y perfecciona. Si un cardenal no admite la ley moral natural, demuestra que es protestante y no católico, porque separa razón y fe.
Si esto sucede en el campo moral, sucede consecuentemente también en todos los demás campos, de modo que la razón tomará sus múltiples caminos mientras que la fe tomará otros. Pero en este punto se acaba la teología católica, comenzando por la "teología fundamental", aquella que se refiere precisamente a la relación entre fe y razón.
La negación de la
ley moral natural y de los mandamientos produce entonces la separación entre
Dios Creador y Dios Salvador, así como entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Los orígenes gnósticos, maniqueos, cátaros… de este enfoque son evidentes. Al
negar la ley natural, el cardenal Marx se hace seguidor de Marción y ve en la
naturaleza no un bien ya orientado hacia la salvación, sino un mal que hay que
borrar sin corregirlo. De esta forma, la inclusividad se convierte en el velo
que se coloca sobre la naturaleza para ocultarla sin redimirla. La Iglesia
siempre ha enseñado que la Ley Nueva del Evangelio no suprime la Ley Antigua.
No se puede pensar en agradar a Dios si se realizan prácticas antinaturales, si
se mata a los inocentes con el aborto, si se traiciona el sacramento conyugal
con el adulterio.
El mismo
arrepentimiento en este caso se vuelve inútil y ya no es necesario si la
inclusión obligatoria lo impide de raíz. La Ley Antigua del Pentateuco contenía
leyes de orden natural (como los mandamientos), normas cultuales y
disposiciones jurídicas. Después de la Resurrección de Cristo, las cultuales
quedan definitivamente superadas, incluso las jurídicas ya no son necesarias
porque son propias de Israel solamente, sólo quedan las naturales que han de
ser confirmadas en la Nueva Ley. Además, también son objeto de Apocalipsis,
dado lo que sucedió en el Sinaí. Toda la estructura de la relación entre el
Nuevo Derecho y el Antiguo Derecho es subvertida por la posición de
Hollerich-Bätzing-Becquart-Marx.
Por las razones
que acabamos de ver, la Iglesia siempre ha creído que ha recibido de Cristo el
mandato de enseñar en dos campos, el de la doctrina de la fe y el de la moral.
Véase, por ejemplo, la Humanae Vitae de Palo VI: “Ningún creyente querrá negar
que al Magisterio de la Iglesia le corresponde también interpretar la ley moral
natural. En efecto, es indiscutible... que Jesucristo, comunicando su autoridad
divina a Pedro y a los Apóstoles y enviándolos a enseñar a todos los pueblos
sus mandamientos, los constituyó en auténticos custodios e intérpretes de toda
la ley moral, es decir, no sólo de la ley evangélica, sino también la natural.
En efecto, aun la ley natural es expresión de la voluntad de Dios, el
cumplimiento fiel de la misma es igualmente necesario para la salvación eterna
de los hombres”.
La Iglesia está en
defensa de la ley natural y de la ley moral natural, de lo contrario negaría
que la creación tuviera un sentido finalista y que dependiera de una
Inteligencia Creadora. Este papel siempre se ha desempeñado también en
beneficio de la vida civil y en colaboración con la autoridad política
legítima. Ahora, aplicando el paradigma del Cardenal Marx, la Iglesia ya no
tendría esa tarea y sus enseñanzas tendrían que retirarse del campo natural y
referirse sólo al evangélico. Pero la revelación no puede ser comunicada a los
hombres sino usando su lenguaje natural, de modo que la comunicación de la fe
necesita la comunidad de la razón. Cuando se habla de cuestiones morales, los
pastores nunca deben limitarse a este nivel sino siempre basarlo también en el
nivel sobrenatural, no para hablar solo un lenguaje humanista, pero al mismo
tiempo no deben enseñar la dimensión sobrenatural como si no tuviera nada que
ver. ver con la naturaleza humana.
El cardenal Marx
quiere cambiar el catecismo en este punto. Aquí surge otra bomba eclesial. Para
hacer esto, de hecho, es necesario descuidar las exigencias de la letra de la
Escritura, dadas las muchas condenas que contiene de la práctica homosexual.
Pero sin respetar este primer nivel -el literal- del sentido de la Escritura,
todos los demás sentidos también se vuelven manipulables y la teología de la
Iglesia ya no sería conocimiento sino sólo interpretación. Con lo cual todo se
derrumba.