Respuestas a las dudas éticas
Tommaso
Scandroglio
Brújula cotidiana,
14-01-2022
Hay quien tiene
corazón de león y hay quien tiene corazón de cerdo, pero no por ello es menos
valiente. Es el caso de David Bennett, que vive en Maryland y que, aunque se
vio acorralado por la escasez de corazones, tuvo el valor de hacerse un
trasplante de corazón de un cerdo. La alternativa era la muerte. El doctor
Bartley Griffith, director del programa de trasplantes del Centro Médico de
Baltimore y autor de la operación, dijo que el corazón “funciona y tiene un
aspecto normal, pero no sabemos qué pasará mañana, nunca se ha hecho antes”. El
corazón ha sido modificado genéticamente principalmente para evitar el rechazo.
Hubo que utilizar un corazón animal debido a la escasez de órganos humanos
cadavéricos.
Esto plantea la
siguiente pregunta: ¿es lícito trasplantar un corazón animal a una persona? Sí,
bajo ciertas condiciones. Otra pregunta: ¿está permitido trasplantar cualquier
órgano animal a una persona? No. Intentemos ilustrar el significado de estas
respuestas. En primer lugar, recordemos que los trasplantes, ya sean de
persona a persona, de animal a persona (llamados xenotrasplantes) o
artificiales (por ejemplo, un corazón artificial), son en sí mismos lícitos
porque persiguen el objetivo éticamente bueno de curar. Sin embargo, a la
hora de evaluar una acción que es buena en sí misma, también hay que tener en
cuenta los efectos indeseables, es decir, hay que sopesar en la balanza los
efectos positivos y negativos, los beneficios y los perjuicios. Un caso
evidente: si un trasplante que no está destinado a evitar la muerte conlleva un
deterioro de la calidad de vida en general, no es razonable llevarlo a cabo, y
no es ético hacerlo.
Centrémonos ahora
en los xenotransplantes. Además de los efectos negativos habituales de
cualquier procedimiento quirúrgico que hay que tener en cuenta, una limitación
importante del xenotrasplante es la identidad del sujeto. La violación de la
identidad personal podría producirse tanto objetivamente –y aquí estaríamos
ante una acción intrínsecamente mala- como subjetivamente. Empecemos por el
primer aspecto: la identidad personal se vería vulnerada si se trasplantaran
órganos, tejidos o cromosomas vinculados al unicum del paciente (además de que,
en el caso de los trasplantes de gónadas, la persona podría generar un hijo que
no es biológicamente suyo: un extraño caso de reproducción heteróloga por vía
sexual). La naturaleza de la acción cambiaría de una acción terapéutica a una
violación de la identidad personal. Al igual que con los trasplantes entre
humanos, los trasplantes entre animales no pueden trasplantar órganos que
afecten a la identidad física de una persona: cerebro, cara, gónadas,
cromosomas sexuales. Algunos elementos físicos están necesariamente
relacionados con nuestra identidad, la conforman. Por eso no todos los órganos
pueden ser trasplantados.
Pero cabe
preguntarse quién, por ejemplo, querría un cerebro de mono. Respuesta: los que
ya tienen un cerebro de mono, es decir, los que piensan como los monos y
quisieran perfeccionar esta transición del hombre al mono a nivel físico.
Bromas aparte, el xenotransplante puede ser en el futuro la evolución (o
involución) natural del fenómeno del transexualismo. Si la transición entre
los sexos es permisible, ¿por qué habría de ser reprobable la transición entre
especies? Si ahora un hombre quiere ser una mujer mediante la cirugía, nada
excluye que en el futuro un hombre, también con la ayuda de la cirugía, quiera
ser un mono, un gato, un perro. Ya hay personas que han cambiado su aspecto
para parecerse a un felino, como la señora Jocelyn Wildenstein.
Pero volvamos a
los xenotransplantes con fines terapéuticos. La esfera subjetiva, es decir,
psicológica, de la identidad también puede ser violada. Un trasplante de
corazón, por ejemplo, no afecta objetivamente, es decir, por su propia
naturaleza, a la identidad de una persona (no sería una acción intrínsecamente
ilícita), pero puede hacerlo desde una perspectiva subjetiva. Así, algunos
receptores de trasplantes de corazón –y otros no- pueden tener serios problemas
para aceptar el órgano de otra persona o animal, porque tendrían la percepción
de estar “desnaturalizados”, de dejar de ser ellos mismos, de vivir con un
intruso en su cuerpo. Sin embargo, este rechazo tendría que ser superado si la
vida estuviera en juego.
El razonamiento
que subyace a los argumentos expuestos hasta ahora también está respaldado por
el Magisterio. En primer lugar, citamos un fragmento del Discurso de Su
Santidad Pío XII de 1956 a los miembros de la Asociación Italiana de
Donantes de Córnea y de la Unión Italiana de Ciegos: “No se puede decir que
todo trasplante de tejidos (biológicamente posible) entre individuos de
especies diferentes sea moralmente reprobable; pero es aún menos cierto que
ningún trasplante heterogéneo biológicamente posible esté prohibido o pueda
plantear objeciones. Es necesario distinguir los casos concretos y examinar qué
tejidos u órganos deben trasplantarse. El trasplante de glándulas sexuales de
animales a humanos debe rechazarse por inmoral; en cambio, el trasplante de
córneas de un organismo no humano a un organismo humano no plantearía ninguna
dificultad moral si fuera biológicamente posible e indicado. Si la
prohibición moral absoluta de los trasplantes se basara en la diversidad de las
especies, la terapia celular, que actualmente se practica cada día con mayor
frecuencia, tendría que ser declarada lógicamente inmoral. Las células vivas se
toman a menudo de un organismo no humano y se trasplantan a un organismo
humano, donde ejercen su acción”.
Juan Pablo II
también se interesó por el tema y se remitió a lo que ya había dicho Pío XII:
“Como línea de principio, [Pío XII] decía que la licitud de un xenotrasplante
requiere, por una parte, que el órgano trasplantado no afecte a la integridad
de la identidad psicológica o genética de la persona que lo recibe; por otra
parte, que exista la posibilidad biológica probada de realizar con éxito dicho
trasplante, sin exponer al receptor a riesgos excesivos” (Discurso del Santo
Padre Juan Pablo II al 18º Congreso Internacional de la Sociedad de Trasplantes
en 2000).
Por último,
citamos el Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II a los participantes en la
conferencia de estudio organizada por la Academia Pontificia para la Vida sobre
la licitud de los xenotransplantes en 2001, que subraya tanto las motivaciones
de los xenotransplantes como el hecho de que los animales están al servicio del
hombre, aunque respetando la creación: “El objetivo de su trabajo es, ante
todo, de interés humano, porque está motivado por la necesidad de resolver el
problema de la grave escasez de órganos humanos válidos para el trasplante: se
sabe que esta escasez provoca la muerte de un alto porcentaje de enfermos en
lista de espera, que podrían ser salvados por el trasplante, prolongando así
una vida todavía válida y siempre preciosa. No cabe duda de que la
transferencia de órganos y tejidos de animales a humanos mediante trasplantes
plantea nuevos problemas científicos y éticos. Ustedes han abordado estas
cuestiones de forma responsable y competente, teniendo en cuenta el bien y la
dignidad de la persona humana, los posibles riesgos para la salud que no
siempre son cuantificables o previsibles, y la cuidadosa consideración hacia
los animales que siempre es necesaria incluso cuando se trabaja con ellos por
el bien del hombre, un ser espiritual creado a imagen de Dios. […] La reflexión
racional, confirmada por la fe, descubre que Dios creador ha colocado al hombre
en la cúspide del mundo visible”.