José Francisco
Serrano Oceja
Religión
confidencial, 16/02/23
He tenido la
oportunidad de leer el libro, editado por Ideas y Libros Ediciones, empresa
cultural de mi admirado Germán Rueda, “AEDOS. Una aventura intelectual en
marcha”.
Y lo he hecho en
paralelo a la lectura del libro de David Jiménez Torres, “La palabra ambigua:
los intelectuales en España (1889-2019)”, del que no lo duden, tarde o
temprano, les terminaré hablando.
El día en que se
publique un libro sobre intelectuales católicos en la España contemporánea,
sobre la relación entre cultura y fe, sobre las instituciones, iniciativas,
organizaciones que mantuvieron la llama encendida de la formulación pública,
social, del pensamiento cristiano, tendrán que dedicar un capítulo a AEDOS
(Asociación para el Estudio de la Doctrina Social de la Iglesia).
Para quienes no
conozcan esta iniciativa, les diré que, desde 1989, un grupo plural de
pensadores, profesores universitarios, políticos, periodistas y afines se
reunían periódicamente por capítulos temáticos para debatir sobre cuestiones de
actualidad. De las diversas metodologías que se han utilizado la más común era
y es la de los Seminarios.
De la producción
de AEDOS ha salido una colección de volúmenes nada desdeñable. De entre los que
yo conozco, pondría el ejemplo del dedicado al nacionalismo, coordinado por el
historiador José Andrés Gallego. No creo que se pueda escribir sobre esta
cuestión en España sin tener como referencia ese volumen.
En este sentido
recuerdo los debates, cuando nos preocupaba el juicio moral del terrorismo y
del nacionalismo, entre Pérez Soba y Costa en el marco de esos encuentros.
Si por algo se
caracterizaban esos encuentros era por la libertad, incluso a la hora de
publicar las intervenciones. Una libertad que también está relacionada con la
liberación de los corsés de los escritos académicos.
Ahora, no sin
cierta nostalgia percibida, que debiera alentar el presente y el futuro, se ha
publicado un volumen para dejar constancia del trabajo realizado y para animar
los proyectos de futuro.
Entre otras
razones porque creo que no hay iniciativa similar en España, de tan amplio
espectro respecto a los temas que se abordan: bioética, economía, cuestiones
sociales, comunicación, historia educación, antropología, familia y estética,
al margen de los encuentros judeo-cristianos, y los seminarios sobre cuestiones
actuales.
Como decía Herrera
Oria, no hay proyectos sin personas. Y hablar de AEDOS significa hablar de
Fernando Fernández, lo más parecido a un Quijote de la Doctrina Social en
nuestro tiempo.
El libro no solo
levanta acta de los encuentros tenidos a modo de un minucioso catálogo. También
ofrece algunos trabajos, de diverso corte, modo ensayístico, en los que se
abordan cuestiones de fondo.
Si por algo se
caracterizó siempre AEDOS fue por la amplitud de miras, por la oportunidad de
un diálogo entre personas que no procedían de las mismas tradiciones y escuelas
intelectuales, incluso cuando
representaban cosmovisiones antagónicas.
En la órbita de
AEDOS también cayeron, en los últimos años, los encuentros empresarios-obispos,
que eran algo más que encuentros empresarios-obispos. Se podría decir mejor
intelectuales-prescriptores sociales-obispos. Una iniciativa que, entiendo, ya
no se hace y que se echa de menos. Y no sé por qué razón no se celebran ya.
Para que quede
constancia de los autores de este volumen, he aquí sus nombres. Se darán
ustedes cuenta del nivel de esta iniciativa: Donato Barba, Carlos Álvarez
Jiménez, Antonio Argandoña, José Barta, Javier Hernández-Pacheco (+), Santiago
García Echevarría, José Manuel García Ramos, Rafael Gómez Pérez, Agustín
Gonsález Enciso, María Lacalle Noriega, Natalia López Moratalla, Higinio Marín,
Miguel Alfonso Martínez-Echevarría, María Molina León, Antonio del Moral,
Félix-Fernando Muñoz Pérez, Dalmacio Negro Pavón, Luis Núñez Ladevéze, Juan José
Pérez-Soba, Aquilino Polaino, Rafael Rubio de Urquía y Jaime Urcelay.
Tengo que confesar
que no pocas de estas personas han sido para mí, y para mi generación,
referentes de pensamiento y de acción.
En fin, ¡Larga
vida a AEDOS!