(Catholic
Culture/InfoCatólica) 6-9-22
Por primera vez en
la historia, el número de las personas mayores de 65 años supera al de los
niños menores de 5 años: en el mundo hay más ancianos que niños pequeños. Este dato estadístico ha llevado a Phil Lawler,
periodista y director del portal informativo Catholic Culture, a hablar de que
se avecina una «implosión demográfica».
La desproporción
es especialmente dramática en los países más desarrollados, cuyas tasas de
natalidad se han reducido al mínimo, mientras los avances de la ciencia
permiten que avance la esperanza de vida y, por lo tanto, que haya una mayor
proporción de ancianos. La mayoría de los países europeos, por ejemplo, están
por debajo del nivel de natalidad necesario para que la población se mantenga
estable. De forma casi unánime, este desequilibrio se ha intentado compensar
mediante la afluencia de inmigrantes, con miras a evitar un envejecimiento aún
más rápido de la población, que, de otro modo, sería económicamente inviable.
Otras zonas del
mundo que anteriormente registraban una tendencia contraria han ido pasando
poco a poco al campo de los países que envejecen. Hace tres años, según datos
de la CEPAL, la natalidad en Hispanoamérica cayó bajo el nivel de 2,1 hijos por
mujer, que es el necesario para que la población no disminuya. Asia está más o
menos en ese nivel (entre 2,1 y 2,2 hijos por mujer) y Oceanía se acerca mucho
(2,4 hijos por mujer). Solo África mantiene una natalidad pujante.
El director de
Catholic Culture señala que «no es probable que esta tendencia cambie en un
futuro próximo», como consecuencia de diversos factores. Uno de ellos es que
las parejas cada vez se casan más tarde, si es que lo hacen en algún momento, y
tienden a posponer los embarazos, por criterios profesionales o de calidad de
vida. En Estados Unidos, que tradicionalmente tenía una sociedad menos
envejecida que Europa, la edad media a la que las mujeres contraen matrimonio
ha pasado de los 25 a los 28 años desde el año 2000.
Si bien la
población mundial ha disminuido algunas veces a lo largo de la historia como
consecuencia de guerras o plagas, la tendencia actual es diferente, porque no
se debe tanto a factores externos sino internos de la sociedad y su mentalidad.
Al hedonismo, el declive de la familia y del matrimonio, la banalización de la
sexualidad, la profesionalización de la mujer y el costo de la vida, se han
sumado en los últimos años tendencias ideológicas que llevan a considerar al
ser humano en sí mismo como una amenaza para el planeta. Multitud de jóvenes,
convencidos por la propaganda de la superpoblación y otras obsesiones modernas,
creen firmemente que tener hijos, de alguna forma, es antiecológico. Todo esto,
en conjunto, hace que «no haya forma de evitar una contracción masiva» de la
población, según Lawler.
Cabe concluir, por
lo tanto, que «los profetas de desdichas que nos advirtieron contra las
terribles consecuencias de la superpoblación se equivocaron». En particular, ha quedado claro que estaba equivocado
Paul Ehrlich, el famoso autor de La bomba demográfica, que en los años setenta
predijo hambrunas generalizadas por todo el mundo causadas por el aumento de la
población. Sus opiniones y las de pensadores afines desataron un pánico muy
similar al existente en la actualidad con respecto al cambio climático, al
afirmar que las catástrofes eran inevitables aunque se tomaran medidas
drásticas para reducir la población, pero, a la vez, exigiendo que se tomaran
esas medidas. Nos amenazaron con que se iba a producir una explosión
demográfica y lo que está teniendo lugar es justo lo contrario: una «implosión
demográfica», el descenso rápido y generalizado de los nacimientos, que parece
muy difícil de evitar.