Por Fernando María Bargalló - Obispo de Merlo-Moreno
Presidente de Cáritas Argentina y de Cáritas Región América Latina y El Caribe
Cuando se aborda el tema de la pobreza suelen utilizarse indicadores, cifras, porcentajes que, elaborados estadísticamente desde estudios macroeconómicos, pretenden dar cuenta fehaciente de las variaciones positivas o negativas en la vida de un pueblo o nación. Es frecuente que dichos “guarismos” susciten intensos debates, discusiones y análisis de todo tipo, en orden a determinar si efectivamente aumentó o disminuyó la cantidad de pobres... ¡como si allí estuviera el nudo del problema!
Sin restar importancia a dichas discusiones y análisis, es imprescindible que, individual y socialmente, superemos la perspectiva de las mediciones numéricas. Pues aunque sea lícito disentir en cuanto a la cantidad de personas que viven en la pobreza, no sería ético quedarnos en la discusión y, mucho menos, permanecer indiferentes.
En consecuencia, para comprender el drama de la pobreza y trabajar en su superación es prioritario acercarnos a los pobres, reconocerlos. Urge recordar y asumir que detrás de los porcentajes hay siempre personas que sufren, historias de vida, de lucha cotidiana y también de esperanza.
Nuestra misión en Cáritas, como discípulos de Jesús, nos lleva a ubicar a los pobres en el centro de nuestra vida y, desde sus propias necesidades y capacidades, descubrir juntos los pasos que debemos dar para transformar las situaciones de inequidad que aún se viven en nuestro país. Este desafío nos convoca diariamente.
En este sentido, las palabras del Cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga, presidente de Caritas Internationalis fueron más que elocuentes, cuando expresó recientemente en la sede de la Organización de las Naciones Unidas que “es necesario que nos veamos nosotros mismos no en un “Tercer Mundo" y en un “Primer Mundo”, sino en un mundo en el que nuestra obligación para con los pobres sea compartida”.
En el documento de la V Conferencia General (“Aparecida”) los obispos latinoamericanos recordamos que los dones que Dios nos regala “requieren una disposición adecuada para que puedan producir frutos de cambio. Especialmente nos exigen un espíritu comunitario, abrir los ojos para reconocerlo y servirlo en los más pobres” (354). Jesús “no nos exige que renunciemos a nuestros anhelos de plenitud vital, porque Él ama nuestra felicidad también en esta tierra” (355), pero “también nos previene sobre la obsesión por acumular: No amontonen tesoros en esta tierra (Mt 6,19)” (357), ya que “las condiciones de vida de muchos abandonados, excluidos e ignorados en su miseria y su dolor, contradicen este proyecto del Padre e interpelan a los creyentes a un mayor compromiso a favor de la cultura de la vida ”. Y así, reconociendo “la inseparable relación entre amor a Dios y al prójimo” todos quedamos invitados “a suprimir las graves desigualdades sociales y las enormes diferencias en el acceso a los bienes” (358).
El próximo 17 de octubre se conmemora el Día Internacional de la Erradicación de la Pobreza. Que esta fecha nos ayude a tomar mayor conciencia del dolor de los pobres y, haciéndolo propio, como Cristo hizo propias suyas nuestra fragilidad y pequeñez, se transforme en nuestro corazón en un firme compromiso de trabajo y servicio por el bien común de todos y de todas.
http://www.diario7.com.ar/, 17-Oct-2008