Y LA GLOBALIZACION EN EL PENSAMIENTO DE JOSEPH
RATZINGER
por Jorge Castro
1. “No hay fe sin
conciencia histórica”, dice Ratzinger. Una fe privada, ajena al desarrollo
histórico tiene todos los rasgos de la irracionalidad y de los saberes
privados, pero no de la fe cristiana. El concepto fundamental de la fe
cristiana es el de la Encarnación. La fe se hace Hombre, se encarna en la
Historia. El mundo es el Hombre en la medida en que el Hombre es una persona que
vive en sociedad y que es acción. Esto último significa que es actividad
histórica, trabajo, ciencia, cultura. En otros términos, que el hombre en tanto
acción, es un estilo de vida estructurado alrededor de algunos valores.
Ahora lo que
siempre sucede en el diálogo, entre la Iglesia y el mundo, es que ese diálogo
nada tiene que ver con el sincretismo, sino que es precisamente la creación de
un espacio para afirmar y desplegar diferencias. En el momento en que se
realizaba el Concilio Vaticano II, precisamente comenzaban a manifestarse los
primeros síntomas de agotamiento del pleno despliegue de la actividad
productiva de la etapa industrial del sistema capitalista. Al mismo tiempo
comenzaba a mostrar su creciente pérdida de sentido una civilización basada en
la técnica. Y es por eso que esta idea de que el mundo es el Hombre es
analizado con posterioridad por Juan Pablo II quién plantea la necesidad de
establecer el concepto de una crisis de la modernidad entendida precisamente
como el fundamento de la postmodernidad, porque el núcleo de la idea o de la
concepción de la postmodernidad no es otra cosa que la comprobación de la
crisis profunda del mundo moderno.
Juan Pablo II
siguió en este aspecto a Romano Guardini en su obra extraordinariamente
relevante sobre el ocaso de la edad moderna. Y lo que aparece ahí es los
últimos 30 años han revelado en su forma más extrema la inseguridad del mundo
de hoy, fruto de un estilo de vida que ha mostrado acabadamente su agotamiento,
porque lo que hay es una sociedad super civilizada que al mismo tiempo cultiva
la soledad de los individuos, y en donde junto con un extraordinario dominio de
la técnica hay una notoria incapacidad del ser humano para convivir con los
frutos de su saber.
Hay una
contradicción cada vez más exacerbada entre la capacidad del poder hacer que
tiene el mundo de la técnica y la incapacidad del poder vivir que es
precisamente la sensación de inseguridad raigal de este hombre moderno en
crisis, de la modernidad en crisis. Por eso es que en esta etapa, al haberse
mostrado señales acabadas de agotamiento en la modernidad del mundo liberal,
capitalista, burgués, que se manifestó como fuerza hegemónica a lo largo de los
últimos tres siglos, aparecen y proliferan los mesianismos profanos. Son los
que revelan hasta qué punto se ha agotado una civilización de extraordinaria
capacidad para dominar la naturaleza como incapacidad para sustentar el sentido
de las cosas. Es cuando la razón instrumental llega a su paroxismo con la
revolución tecnológica de la información, y es donde surge con más fuerza que
nunca el ansia de sentido, la necesidad de encontrar un fundamento a las cosas
que vaya más allá del puro hacer, del dominio del poder hacer, para dar una
respuesta al poder vivir.
En este contexto,
la Iglesia se reencuentra con una doble dimensión, porque en cierta manera, una
civilización termina y otra aún no ha emergido; de ahí la extraordinaria
sensación de incertidumbre porque lo que está claro es que el pasado pertenece
definitivamente a algo que quedó atrás y lo nuevo no ha definido aún ni su
forma ni mucho menos su sentido. La prioridad de la Iglesia está en el campo de
la evangelización de la cultura, esto es, en la necesidad de despertar un nuevo
sentido misionero, y por el otro lado, en la realización de una praxis continua
con los pobres. Esto implica necesariamente elaborar un pensamiento alrededor
de un continuo cuestionamiento al plano socio-económico en la dimensión de las
estructuras, del crecimiento, de la marginación, de la exclusión. “En este
mundo en crisis, ¿qué viene después de la crisis de la modernidad?”.
Lo contrario de
conservador no es progresista sino misionero. Lo contrario de conservador no
consiste en una reconciliación indiferenciada de carácter sincrético con el
mundo moderno profundamente en crisis, sino al contrario, un esfuerzo de
reconversión, un esfuerzo de convencimiento, de diseminación del mensaje de
Cristo que piense en definitiva esta es la hora de la misión, el papel decisivo
de lo misionero.
2. La DSI no es un
conjunto de principios y normas del que se desprenden reglas de conducta ajenas
al proceso histórico. La Rerum novarum de León XIII es inseparable de la
Revolución Industrial. Es la inteligencia, sobre la base de la fe cristiana, de
la nueva estructura de producción y de trabajo creada por el capitalismo
liberal del siglo XIX. La visión de León XIII se ofrecía como interpretación
alternativa de este fenómeno central al marxismo y a la lucha de clases, por un
lado, y al individualismo liberal, por el otro.
2.1 La Populorum
progressio de Paulo VI es inseparable de la emergencia de los países del Tercer
Mundo y de las fuerzas de los pueblos en el proceso mundial. Para este momento
de la historia del mundo (décadas del 60 y 70) el desarrollo integral de los
pueblos es sinónimo de justicia social, entendida con un criterio global.
2.2 Caritas in
veritate (2009) de Benedicto XVI formula la DSI de la era de la globalización y
de la emergencia de la sociedad mundial. Su contenido adquiere toda su
relevancia a partir, sobre todo, de la crisis global 2008/2009, con la
transferencia del eje del sistema mundial de los países avanzados a los
emergentes, sobre todo los asiáticos, africanos y de América Latina.
2.2.1 Caritas in veritate también es la
respuesta de la fe, en términos de Encarnación histórica, a la emergencia de la
sociedad de la técnica, plenamente realizada. Benedicto XVI considera que
nuestra época es la de la globalización plenamente realizada. En ella, la
producción se ha transnacionalizado “por la creciente movilidad de los
capitales financieros y los medios de producción materiales e inmateriales”.
(Caritas in veritate, 24) El Papa tiene una posición favorable al crecimiento
económico: “Los países necesitan crecer económicamente porque es verdad que el
desarrollo ha sido y sigue siendo un factor positivo para sacar de la miseria a
millones de personas”. (CV, 21). “El hombre –dice el Santo Padre– está llamado
al progreso como un imperativo y como una vocación para hacer, conocer, y tener
más para ser más”. (CV, 18) “El objeto de la economía es la formación de la
riqueza y su incremento progresivo”, ha dicho el Pontificio Consejo de Justicia
y Paz (2005). “La idea de un mundo sin desarrollo expresa desconfianza en el
hombre y en Dios (…) Dar de comer a los hambrientos es un imperativo ético para
la Iglesia Universal” (CV, 27)
Ya Juan Pablo II había respaldado la economía
de mercado como herramienta para el crecimiento económico: “Si por capitalismo
se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo
de la empresa, del mercado, de la propiedad privada, y de la consiguiente
responsabilidad con los medios de producción, de la libre creatividad humana en
la economía, la respuesta ciertamente es positiva”. (Centesimus Annus, 42).
Benedicto XVI
formula Caritas in veritate como sustento doctrinario en la etapa de la
globalización plenamente realizada, que marca el nacimiento, por primera vez en
la historia, de una verdadera sociedad mundial. “Toda acción social tiene su
doctrina”, y esa doctrina, basada en las verdades perennes de la Iglesia, tiene
su temporalidad. Benedicto XVI afirma que “la verdad de la globalización no
está tanto en lo económico, ni en lo técnico, sino en la unidad de la familia
humana”. Este es el núcleo de la Doctrina Social de la Iglesia en la etapa de
globalización. (CV, 42) Agrega que “la globalización necesita una autoridad
política basada en el principio de subsidiariedad y solidaridad”. (CV, 57) Por
eso urge la presencia de una verdadera autoridad política mundial. Si Caritas
in veritate es la Doctrina Social de la Iglesia en la etapa de la
globalización, la caridad en la verdad exige ante todo conocer y comprender.
Requiere un esfuerzo sistemático de racionalización en el conocimiento y la
comprensión. La premisa que acompaña esta visión es que la comunidad universal
no puede fundarse sólo en las fuerzas humanas. Así como no hay mercado sin
confianza y no hay intercambio que no se funde en confianza contractual, así
tampoco puede haber comunidad global que no se funde en una visión de orden
trascendente.
“El ser humano
-dice Benedicto XVI-, no es un átomo perdido en un universo casual, sino una
criatura de Dios”. Caritas in veritate es un esfuerzo de racionalización del
núcleo central de la época, pero que no se limita a la razón instrumental (o de
medios), sino que busca establecer los fundamentos de la acción humana en la
verdad trascendente. Agrega el Papa que la lógica económica exige un contrato y
un vínculo de confianza, que tiene como sustento una lógica política de
cohesión y unidad. Confianza, contrato, política, esta es la lógica del don, de
la gratuidad. Y es la premisa fundamental de la gobernabilidad de la
globalización, que requiere una autoridad de alcance mundial basado en el
principio de solidaridad y subsidiariedad.
2.3 Las grandes
transformaciones de nuestra época llevan a considerar que el dato estratégico
central de la nueva situación mundial, luego del punto de inflexión histórico
que fue la crisis global 2008/2009 es que la globalización del sistema mundial
–que es más integración, más interconexión, emergencia de una sociedad global–
es liderada por los países emergentes (China e India) y no EE.UU. El traslado
de poder mundial hacia el mundo emergente (de Occidente a Oriente) implica una
reducción drástica de la pobreza en el mundo y la emergencia de una clase media
global ante todo en los países emergentes. ¿Qué ha surgido de la crisis
financiera mundial de 2008/2009?.
Cuatro son sus
efectos principales. En primer lugar, un nuevo sistema de poder mundial,
caracterizado por el fin de la hegemonía unipolar estadounidense que duró 17
años (1991-2008), y que ha sido sucedida por una plataforma permanente de
gobernabilidad del sistema global constituida por Estados Unidos, China, India,
y Brasil (G-20). En segundo lugar, un nuevo mecanismo de acumulación global,
cuyo eje son los países emergentes (China, India, Brasil), que crecen ahora
sobre la base de su demanda interna y del aumento del consumo masivo y popular,
y ya no sólo a través del aumento incesante de sus exportaciones. En tercer
lugar, una nueva revolución tecnológica, con eje en Estados Unidos,
caracterizada por una interconexión cualitativamente superior de la economía,
la sociedad y las instituciones políticas, y que es un fenómeno tanto técnico
como cultural. Este salto cualitativo de la integración se realiza a través de
una continua y acelerada reestructuración tecnológica y organizativa de todas
las instituciones sociales, políticas y económicas, que produce niveles de
aumento de la productividad hasta ahora nunca alcanzados. La primacía del hacer
ha logrado un nuevo escalón histórico-tecnológico, cualitativamente superior.
Por último, y este es un acontecimiento de
enorme importancia para la Iglesia Católica, la crisis de Europa, sumida en una
profunda depresión estructural, uno de cuyos componentes fundamentales es la
cuestión demográfica, el descenso de la natalidad, hija de una ausencia de
sentido, expresada por el auge del relativismo cultural que constituye la
negación de todo fundamento de la vida. “Todo lo que asciende converge”, dice
Pierre Teilhard de Chardin. Pero en el núcleo de esta convergencia, cuando el
proceso de aumento de la interdependencia –que es la historia humana entendida
como serie sucesivas de integraciones– ha logrado culminar en la nueva sociedad
mundial, se descubre en ella un enorme vacío, que es la subjetividad humana
autosuficiente, el reino del nihilismo, el mundo de la nada.
Al completarse la
globalización, “la cuestión social se ha convertido en cuestión antropológica”,
dijo Benedicto XVI (21/05/2010). “En el imperio planetario del hombre
organizado técnicamente, alcanza el subjetivismo humano su cúspide suprema,
pero también su límite y su crisis”, dice Martin Heidegger.
3. Caritas in
veritate es una crítica a la modernidad realizada a través de la reivindicación
de sus logros (y el mayor de ellos, es el surgimiento de una sociedad global,
creada por la técnica y como su culminación). El Santo Padre advierte que el
crecimiento sostenible y la gobernabilidad del sistema global son dos caras de
un único proceso histórico. Y la Verdad que aporta la Iglesia tiende a asegurar
la sostenibilidad y la gobernabilidad de la globalización, permitiendo así el
pleno despliegue de sus potencialidades. La crisis es global y también la
respuesta. La visión de Benedicto XVI es una concepción “católica” (universal,
unificadora) de la política mundial, alejada de las visiones estrechamente
nacionalistas y de las tentaciones del proteccionismo.
El capitalismo
moderno es un sistema interconectado, densamente contractual, basado en la
confianza; cuando ésta se pierde, el sistema entra en crisis. Por eso la ética
no está afuera de la economía, sino que es su contenido más profundo y
verdadero. El núcleo central de Caritas in veritate es la gratuidad, el don, el
tema de nuestro tiempo, porque “…la ciudad del hombre no se promueve con
relaciones de derechos y deberes, sino, antes y más aún, con relaciones de
gratuidad, de misericordia y comunión”. (p. 6). Por eso “la caridad es la viga
maestra de la Doctrina Social de la Iglesia” (CV, 2). Porque el individuo no
está sólo, ha nacido para vivir en comunidad y permanecer en ella.
(1-9-2011)