El Caribe, 29/02/2016
Por Miguel Guerrero
En su libro “La doctrina social de la Iglesia”, C. Van
Gestel (1961) destaca que la reprobación del capitalismo por el Vaticano se
resume en dos aspectos fundamentales: un poder ilimitado sobre la propiedad sin
subordinación al bien común y la negación o desconocimiento resultante de la
dignidad humana de los trabajadores por parte del jefe o dueño de la propiedad
o del capital.
El tema había sido abordado por los cardenales
franceses en una carta de septiembre de 1949, en la que expresan la necesidad
de que se sepa que “hay en la noción misma del capitalismo, es decir, en el
valor absoluto que confiere a la propiedad sin referencia al bien común y a la
dignidad del trabajo, un materialismo
inadmisible dentro de la enseñanza cristiana”.
Un lustro después, en abril de 1954, la cuestión fue
nuevamente planteada por el episcopado francés, en el que recuerda “las graves
condenas lanzadas por los soberanos pontífices” contra lo que llama “los abusos
del capitalismo liberal”. Otra carta pastoral de 1955 de la jerarquía católica
francesa resalta “la fuerza ilimitada que este sistema (el capitalismo) da al
dinero, el inquietante reparto de bienes que ella representa, la opresión de
las personas por el sistema económico son cosas gravemente contrarias a la ley
de Dios”, concluyendo que “es un deber (cristiano) luchar contra los tales
abusos”.
Una carta pastoral de los obispos estadounidenses de
1986, sobre los conceptos de riqueza y pobreza, dice que “a la preocupación
bíblica por la justicia por los pobres, corresponde una atención omnipresente
hacia los peligros de la riqueza”, añadiendo que los bienes terrenales “son
para ser disfrutados y Dios da abundancia material a un pueblo que le es fiel,
pero grandes riquezas son percibidas como peligrosas”.
Sin duda un debate que a pesar del tiempo apenas
comienza y cuya esencia contradice los favores que a la iglesia dominicana
concede el Concordato.