JULIO FAESLER
México, 22-2-16
Entre los muchos públicos a los que el papa Francisco
se dirigió esta semana, se destacaron las reuniones con las cúpulas
empresariales y con la juventud. En ellas, el Papa se refirió a la doctrina
social de la Iglesia como respuesta a la brecha que en todo el mundo se
ensancha entre ricos y pobres y que está minando la eficacia de los programas
públicos y privados para mejorar las condiciones de vida de los pueblos.
Las metas de crecimiento socioeconómico no podrán
realizarse, sin embargo, si se agudizan esas diferencias. Mientras las
estrategias de desarrollo sigan enmarcadas dentro del principio de que cada
actor económico ha de perseguir su propio provecho sin considerar a los demás,
habrá insensibilidad y estancamiento.
La posición expresada por Francisco es clara: los
intereses de la comunidad deben prevalecer sobre los intereses particulares.
“Desgraciadamente —ha dicho— el tiempo que vivimos ha puesto la utilidad como
paradigma de las relaciones personales y sociales… la mentalidad reinante
propugna por la mayor utilidad posible a cualquier costo y de manera inmediata…
provocando la pérdida de la dimensión ética en las empresas y la explotación de
las personas como si fueran objetos para usar, tirar y descartar…”.
El problema es hondo. Hoy en día, todo el tinglado de
la comunicación social está orientado, precisamente, a medir el mérito de
nuestras acciones en términos monetizables. Esta visión racionalista pretende
reducir el campo de las decisiones sólo al buen éxito económico. La intención
de Adam Smith, el fundador en 1776 de la teoría clásica de la economía, no fue
esa. Una sana decisión económica significa simplemente la combinación óptima de
los recursos disponibles para su máximo aprovechamiento.
Hay muchas decisiones que escapan del criterio
utilitario de la economía, como las que pertenecen a campos no cuantificables
de índole social, cultural o el terreno de los valores morales, de cuyo
estudio, por cierto, partió el propio Adam Smith.
La ciencia económica no pretende ser guía para toda
clase de decisiones. La doctrina social de la Iglesia sostiene precisamente que
el ser humano es el elemento más importante en cualquier sociedad. Nada hay en
ello que contradiga las precisiones de la escuela clásica de la economía cuando
el papa Francisco declara que “cada sector tiene la obligación de velar por el
bien del todo social…”.
La empresa es el escenario más común en el cual se
descartan los valores sociales para imponer simples criterios económicos. Es
ahí donde el factor capital supedita al del trabajo. Las relaciones entre
ambos, para ser exitosas, tienen que consensarse bajo un principio superior al
de simples utilidades. “Tenemos que hacer del trabajo una instancia de humanización
y del futuro, que sea un espacio para construir la sociedad y la ciudadanía…”.
Lo anterior significa que los dueños de las empresas deben estar dispuestos a
ajustar sus utilidades para dar paso a salarios y prestaciones dignos a sus
trabajadores y sus familias. Los accionistas de una sociedad anónima deben
entender que querer reducir salarios lo más posible es criar una fuerza de
trabajo débil, de bajos ingresos, que obviamente debilita al mercado del que
necesariamente ella misma vive.
Ante el argumento de que la competencia mercantil
impide realizar metas idealistas, el Papa responde: “…es peor dejar que el
mundo competitivo termine determinando el destino del mundo… el lucro y el
capital no son un bien por encima del hombre, están al servicio del bien
común…”.
En cuanto a la juventud de México, el Papa declaró que
“uno de los flagelos que padecen los jóvenes es la falta de oportunidades de
estudio y de trabajo sostenible y redituable que les permita proyectarse… esto
genera situaciones de pobreza y marginación, que son el caldo de cultivo para
que caigan en el círculo del narcotráfico y de la violencia… es un lujo que no
nos podemos dar… no se puede dejar solo al presente y futuro de México”. Fue un
potente llamado a impulsar programas de escuelas-industrias en combinación con
las numerosas universidades técnicas con que contamos.
No hay que tener miedo a los cambios, fue uno de los
mensajes más repetidos en todos los discursos que el papa Francisco nos dirigió
durante los cinco días de visita a nuestro país. “No hay que conformarnos y
dejarnos vencer por la resignación”, sentenció.
Se trata de que respondamos a la invitación que nos
hizo a “forjar al México que su pueblo y sus hijos se merecen”.