BJØRN LOMBORG
EXPERTO EN CAMBIO
CLIMATICO, PROFESOR DE LA ESCUELA DE NEGOCIOS DE COPENHAGUE
Muchas veces
escuchamos decir que el mundo tal como lo conocemos un día terminará, por lo
general como consecuencia de un colapso ecológico.
De hecho, más de 40
años después de que el Club de Roma difundió la madre de todos los pronósticos
apocalípticos, Los límites del crecimiento, sus ideas básicas siguen vigentes.
Pero el tiempo no ha sido amable con ese documento.
Los límites del
crecimiento advertía a la humanidad en 1972 que un colapso devastador estaba a
punto de ocurrir. Pero, si bien hemos visto pánicos financieros desde entonces,
no se han registrado ni escaseces ni colapsos productivos reales.
Más bien, los
recursos generados por el ingenio humano le siguen sacando mucha ventaja al
consumo. Sin embargo, el legado fundamental del informe sigue en pie: hemos
heredado una tendencia a obsesionarnos por los remedios equivocados para
problemas esencialmente triviales, mientras que solemos ignorar los grandes
problemas y los remedios apropiados.
La genialidad de Los
límites del crecimiento fue reunir todos los temores a quedarnos sin recursos.
Estábamos condenados, porque demasiadas personas consumirían demasiado. Aun si
nuestro ingenio nos servía para ganar tiempo, con la contaminación
terminaríamos matando al planeta y a nosotros mismos.
La única esperanza
era frenar el crecimiento económico, reducir el consumo, reciclar y obligar a
la gente a tener menos hijos, estabilizando a la sociedad en un nivel
significativamente más pobre.
Hoy sigue resonando
ese mensaje, aunque fue espectacularmente errado. Un solo ejemplo: el petróleo
y el gas natural iban a acabarse en 1990 y 1992, respectivamente; hoy, las
reservas de ambos son más grandes que en 1970, aunque consumimos muchísimo más.
Los límites del
crecimiento se equivocó tanto porque sus autores pasaron por alto el mayor
recurso de todos: nuestra propia iniciativa.
El crecimiento
demográfico se ha ido desacelerando desde fines de los años 1960. La oferta de
alimentos no ha colapsado. La desnutrición ha caído más de la mitad, de 35% de
la población mundial a menos del 16%.
Tampoco estamos
agonizando en medio de la contaminación. Mientras que el Club de Roma describía
un pasado idílico sin contaminación y agricultores felices, y un futuro ahogado
por chimeneas en erupción, la realidad es distinta. En 1900, cuando la
población humana global era de 1.500 millones de habitantes, casi tres millones
de personas -alrededor de 1 cada 500- moría cada año por causa de la
contaminación ambiental, principalmente como consecuencia de la pésima calidad
del aire en los espacios cerrados.
Hoy, el riesgo se ha
reducido a una muerte cada 2.000 personas. L a contaminación sigue matando a
más personas que la malaria, pero la tasa de mortalidad está cayendo, no
subiendo. Es una pena que las ideas de las que surgió Los límites del
crecimientos sigan dando forma tanto al pensamiento popular como al de las
elites.
Clarín, 23-6-2013