Dr. Juan Yaría
El Ojo Digital, 9 de Febrero de 2018
En las organizaciones de magnitud, el CEO (del inglés,
Chief Executive Officer) es el líder que enlaza, crea, organiza, negocia,
explora consensos, y confronta -entre otras responsabilidades relacionadas. En
su capacidad de gerente general o director ejecutivo, su pensamiento -toda vez
que exhiba claridad- ejecuta líneas en el presente y diseña estrategias para el
futuro de la organización; cuenta, además, con una remarcable capacidad de
asociatividad con el resto de la organización empresarial cuyo destino dirige.
E.
Goldberg * llama al lóbulo frontal el 'CEO' de nuestra organización mental y
psicológica, y si acaso sabemos hoy con certeza, es que las drogas lesionan el
funcionamiento íntegro del cerebro humano. Parafraseando a Goldberg, las
sustancias nos dejan sin nuestro CEO o director de orquesta. Si el director se
comporta erráticamente, pues entonces perdemos la cordura, y todo desafina. A
la postre, nos transformarmos en 'nadies' que vagan por el mundo.
[*Elkhonon Goldberg: neurocientífico cognitivista,
nacido en 1946]
Neurociencias
Un joven llega a terapia, no precisamente tocando el
timbre -señal inequívoca de que su conducta ha perdido la capacidad de liderar
los impulsos más primitivos. Una ambulancia traslada, orden judicial mediante,
a una persona que, tras varios días de consumo, me comparte la siguiente
introducción: 'No comprende; ha perdido la parte central de su ser, pero él no
lo sabe. Esa parte ha desaparecido sin él saberlo; no sufre ni lamenta su
pérdida. Es un ausente ante mí'. En nuestra comunidad terapéutica, nuestro
primer contacto con el paciente me recuerda aquellas citas del notorio
psiquiatra. El paciente de referencia exhibe una enfermedad neurológica
relacionada con el consumo inveterado de sustancias, conocido como anosognosia.
Y existen centenares como él en las guardias de los hospitales de nuestra República
Argentina, que demandan ayuda aunque no lo hagan por propia cuenta: son
acercados por magistrados, agentes de policía, padres, amigos, delegados
gremiales, etcétera.
Para llegar a ese estadío, normalmente es preciso que
el paciente acuse no pocos años de consumo -o bien un consumo intenso de
sustancias, registrado en un corto tiempo.
Los padres se acercan a nuestra consulta, sin entender
tanta 'locura' -así le dicen ellos. Nos relatan los caracteres de la
disociación entre un joven treintañero, estudiante universitario y empresario
que, con la sobreexposición a las drogas, en pocos años terminó vendiendo
sustancias. Al final del relato, robando cubiertas de vehículos estacionados en
la vía pública. Lo que él no comprendía, a mi parecer, se explicaba a partir de
registrarse la usurpación de funciones cerebrales y psíquicas necesarias para
la supervivencia, y una fragilidad absoluta.
Las familias de estos pacientes transitan distintas
instancias, que van desde sentimientos de culpa, permisividad ligada a una
'billetera fácil', y un cúmulo de negligencias, escasez de orientación en lo
que hace al problema de las drogas, abandonos tempranos, padres ausentes,
etcétera. En definitiva, dificultades de la existencia que no han sabido
administrarse de otra manera. Diagnóstico intrafamiliar coincidente con el
fenómeno de la pérdida de protagonismo de la familia en la postmodernidad; los
límites y la cercanía afectiva fallan, y máxime en la Generación Q (química)
que nos rodea, y la Generación Y (tecnológica) que hoy asume un rol
protagónico. Sobran química y aparatos -en muchos casos, combinados con la
cocaína o paco, marihuana y alcohol. Aquí reposa la explicación para muchos de
los actuales cuadros que presentan los pacientes en crisis, hoy en tratamiento.
El lóbulo frontal
El cerebro es sumamente dependiente del medioambiente;
esto es, que somos individuos cerebro-dependientes, desde una perspectiva
ambiental. El ambiente se sintetiza en los afectos, la cultura vigente, la
escuela y la educación -que, o bien nos protege, o bien nos condena-, el amor
familiar (esa gran vacuna), la oferta recurrente de sustancias sin que medien
políticas preventivas. El lóbulo frontal se construye en base a palabras,
por cuanto representa el logro definitivo de la civilización aunque, en
simultáneo, la civilización hace al lóbulo frontal, influenciándolo por vía de
sus estructuras de transmisión cultural o subcultural.
Complementariamente, el lóbulo frontal consigna la
evolución superior de la escala filogenética (de la especie), y de nuestro
desarrollo individual: ocupa casi un tercio del cerebro (29%), superando a
nuestro antecesor, el chimpancé, en el cual esa cifra queda limitada al 17%. Se
concentran allí el cénit del pensamiento abstracto, el control de impulsos y de
la conducta, la memoria de trabajo, la capacidad de planificación, y enlaza a
la totalidad de las funciones del cerebro, la ideación a largo plazo y, por
último, la cognición social (léase: la empatía, que nos lleva a comprender al
otro y a leernos a nosotros mismos).
Todo lo anterior se conjuga con la conducta moral, y
es por eso que el grueso de las conductas exhibidas por nuestros pacientes
culmina en el concurso de actividades delictivas. En rigor, habrá que subrayar
que no se trata de psicópatas antisociales, sino de individuos
de-frontalizados, que exhiben conductas declaradamente antisociales. Carente de
estas funciones reguladoras, un ser humano se transforma en un 'nadie'. Así es
que muchos de nuestros pacientes rematan en el ejercicio de una vida promiscua,
atentando contra sí mismos o contra terceros. Es que las drogas arriban hoy en
un 'combo'.
Los conocimientos de las funciones del lóbulo frontal
se deben al nutrido aporte del notable científico ruso Alexander Luria
(1902-1977) ya que, hasta compartidos sus estudios, se consideraba que el
lóbulo no comportaba función específica alguna. Goldberg fue discípulo de él en
Rusia pero, en virtud de que rehusó inscribirse en el Partido Comunista,
escaparía luego a los Estados Unidos de América, llegando a convertirse en uno
de los grandes de la neuropsiquiatría.
Desde los años noventa, se asiste -en el terreno de
las adicciones- al daño cerebral producido por el consumo de drogas: en la
actualidad, las neuroimágenes permiten comprender las alteraciones que tienen
lugar, produciendo cambios estructurales de largo plazo. La recuperación
cerebral lleva mucho tiempo, razón que nos lleva a los profesionales de GRADIVA
-nuestra comunidad terapéutica- a afirmar que 'Con tiempo y drogas, todo llega.
Y, con tiempo, sin drogas y con terapia, todo llega también'.
Del mismo modo en que Luria subraya el rol central de
la función frontal y en los Estados Unidos -década del noventa-, se visualiza
la relación entre trastornos de comportamiento por uso de drogas y alteraciones
cerebrales, en la historia se rescata el Caso Phineas Gage -en síntesis, el
caso clínico de un trabajador ferroviario a quien, luego de que una barra de
metal le atravesó el cráneo (zona frontal), al recuperarse el paciente, se
observó que su personalidad había cambiado: pasó a ser irascible, agresivo,
concupiscente y se caracterizó por incurrir en conductas perversas. Así fue
que, por primera vez, se tomó debida nota sobre el rol crítico del lóbulo
frontal en la conducta humana (abarcando incluso a la conducta moral). Ahora,
sabemos con precisión que las drogas atacan estas estructuras.
Nuestra sociedad y las drogas
Transitamos hoy por una época de epidemia, en donde
cada grupo familiar amplio contabiliza al menos un consumidor de sustancias, en
grado de riesgo alto. Infortunadamente, no parecen registrarse reacciones ante
la dimensión que ha adquirido la problemática.
En rigor, el desactivar redes de comercialización y
redes dedicadas al lavado de activos es una noticia positiva, pero el problema
estará llamado a amplificarse, si las políticas preventivas continúan ausentes.
Y así lo ha probado la experiencia internacional.
De lo contrario, nuestra sociedad continuará
replicando los casos de jóvenes portadores del denominado Síndrome de las
Cuatro A: apatía, abulia, anhedonia (falta de placer) y amimia (sin mímica),
con desinhibición impulsiva como secuelas tras años de consumo. El referido
síndrome es, precisamente, consecuencia de alteraciones permanentes en la
función frontal del cerebro, a partir de abuso de sustancias.
Son miles de nuevos discapacitados que habrá que
contabilizar. De nosotros depende el interrumpir esta creciente tendencia.