a favor de la miseria y contra los pobres
Pedro TREVIJANO, sacerdote
catolicos-on-line, 15-3-16
Hace unos días leí indignado, pero no asombrado, que
Podemos (partido español), en varios Ayuntamientos y alguna Comunidad Autónoma, ha decidido
recortar las ayudas que con destino a sus obras sociales realizan tanto Caritas
como Cruz Roja. ¿Qué es lo que mueve a Podemos a actuar así?
El motivo de no asombrarme es que sé que es propio de
la gente y partidos de extrema izquierda razonar así: “No somos partidarios de
la caridad, porque defendemos la justicia”. ¿Tienen razón, o se trata de
demagogia? Y, en todo caso, ¿cuál es la relación que debe haber entre justicia
y caridad?
Lo primero que hay que decir es que entre justicia y
caridad tiene que haber una relación, porque la caridad presupone y trasciende
la justicia, y ya San Gregorio Magno decía: “Cuando damos a los pobres las
cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les
devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos
es cumplir con un deber de justicia”. El Concilio Vaticano II nos recuerda que
debemos “cumplir antes que nada con las exigencias de la justicia, para no dar
como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia” (Apostolicam
actuositatem, nº 8).
Pero es principalmente Benedicto XVI en su Encíclica
Deus Caritas est quien afronta este problema: “Desde el siglo XIX se ha
planteado una objeción contra la actividad caritativa de la Iglesia,
desarrollada después con insistencia sobre todo por el pensamiento marxista.
Los pobres, se dice, no necesitan obras de caridad, sino de justicia. Las obras
de caridad -la limosna- serían en realidad un modo para que los ricos eludan la
instauración de la justicia y acallen su conciencia, conservando su propia
posición social y despojando a los pobres de sus derechos. En vez de contribuir
con obras aisladas de caridad a mantener las condiciones existentes, haría
falta crear un orden justo, en el que todos reciban su parte de los bienes del
mundo y, por lo tanto, no necesiten ya las obras de caridad. Se debe reconocer
que en esta argumentación hay algo de verdad, pero también bastantes errores”
(nº 26).
“El marxismo había presentado la revolución mundial y su preparación como
la panacea para los problemas sociales: mediante la revolución y la
consiguiente colectivización de los medios de producción -se afirmaba en dicha
doctrina- todo iría repentinamente de modo diferente y mejor. Este sueño se ha
desvanecido (nº 27)”.
En efecto, la caída del Muro de Berlín ha mostrado a
nuestra sociedad el estruendoso fracaso de la ideología marxista en todos sus
aspectos, pero especialmente en el económico, aunque algunos, anclados en el
pasado, no quieran enterarse.
Además “el amor -caritas- siempre será necesario,
incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que
haga superfluo el servicio del amor” (nº 28). En efecto, sólo la caridad puede
cambiar completamente al hombre. “Una parte de la estrategia marxista es la
teoría del empobrecimiento: quien en una situación de poder injusto ayuda al
hombre con iniciativas de caridad -afirma- se pone de hecho al servicio de ese
sistema injusto, haciéndolo aparecer soportable, al menos hasta cierto punto.
Se frena así el potencial revolucionario y, por tanto, se paraliza la
insurrección hacia un mundo mejor. De aquí el rechazo y el ataque a la caridad
como un sistema conservador del statu quo. En realidad, ésta es una filosofía
inhumana... La verdad es que no se puede promover la humanización del mundo
renunciando, por el momento, a comportarse de manera humana. A un mundo mejor
se contribuye solamente haciendo el bien ahora y en primera persona” (nº 31).
La actitud revolucionaria de Podemos de adoptar esta
concepción de la vida y del mundo significa por una parte cerrarse a las
necesidades del prójimo y negarse a ayudarle, lo que es ciertamente una postura
rechazable y repugnante, y por otra parte buscar objetivamente el mal de las
personas y sociedades. Lo único que pueden conseguir es proclamar en nuestro
país como ideología dominante la que tiene más asesinatos en la Historia del
siglo XX, más todavía que el nazismo, y la que ha empobrecido a los pueblos que
ha sojuzgado.
De hacer el mal y del odio no se consigue el bien.
Jesucristo es absolutamente nítido en este aspecto: “Guardaos de los falsos
profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son
lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,15-16).