El Liberal (Santiago del Estero), 08/12/2015 -
Queridos Devotos y Peregrinos:
Una vez más el Señor en su Providencia nos da la
gracia de celebrar el misterio de la Concepción sin pecado de la Mujer que Dios
se eligió como la Madre de su Verbo Encarnado para la salvación de toda la
especie humana… ¡Qué podemos decir ante este inmerecido regalo, sino
‘Magnificat’! ¡Gracias, Señor, por tanta Misericordia, por tanto Amor, por tanta
Ternura y Cercanía! ¡Gracias!
Jubileo de la Misericordia. Hace un par de horas, el
Papa Francisco acaba de abrir la Puerta Santa de la Basílica de san Pedro dando
comienzo al Jubileo extraordinario de la Misericordia, eligiendo este día por
su estrecha relación con el inicio de la nueva creación fruto, no ya de la
omnipotencia, sino de la Misericordia divina por la humanidad sumida en el
pecado y la muerte, dando cumplimiento a lo prometido en el paraíso cuando
nuestros primeros padres, llevados por la presunción, desobedecieron a su
Creador.
María, la Inmaculada. Siendo la Virgen María una mujer
de nuestra misma especie, nuestra historia de pecado no pudo herirla ni
mancharla. La piedad cristiana encontró pronto los símbolos para distinguir a
la Inmaculada de cualquier otra creatura, sobre todo, en su victoria sobre el
mal, figurada en la serpiente que se humilla a sus pies.
La vida nueva, vida de gracia y de perdón, que Jesús
vino a anunciarnos y a traernos, fue en Ella realidad plena desde su concepción
y llenó cada momento de su existencia terrena. La teología se esforzó durante
siglos por expresar la fe del pueblo en coherencia con el conjunto de la
doctrina cristiana. Al fin la halló con una formulación que hoy nos recuerda
varias veces la liturgia y que sintetiza el núcleo de lo que creemos como
verdad de fe: en María actuó una gracia divina singular que la preservó de toda
mancha de pecado. Fue preservada de todo mal, en atención a los méritos de
Cristo.
Este privilegio exclusivo de la Virgen no la aleja de
nosotros, no la coloca fuera del mundo y de la Iglesia. Así lo ha entendido
siempre la fe del pueblo creyente, que la invoca como Madre y Mediadora, como
aquella que “guía y sostiene la fe de su pueblo”.
En efecto, la vida terrena de María, entregada a Dios
en todo momento en el dolor, en la angustia y en el sufrimiento, mereció oír la
alabanza que proclama bienaventurados a los que escuchan la Palabra de Dios y
la practican. Su fe y su entrega la llevaron a abandonarse sin reservas a Dios.
También nosotros quisiéramos imitarla en la aceptación de su destino y de su
suerte, y poder decir con un mínimo de veracidad de nuestra vida: “he aquí la
esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.
La presencia materna de la Virgen nos recuerda siempre
que la vida sólo vale la pena como don, si a la vez es tarea y entrega a
alguien y para algo. Ella supo darse totalmente, posponiéndose a sí misma, y
ponerse al servicio de los designios de Dios para así servir también a la
salvación de todos los hombres. En medio de la opacidad de la vida, ante la que
tantas veces sentimos la tentación de rendirnos, María es como un susurro que
nos recuerda a los seres humanos: Dios, el amor, la verdad, la misericordia, la
bondad, la belleza, el perdón existen. Yo los he vivido, por mis entrañas han
pasado, y ahora pueden ser también realidad en ustedes.
María, Madre de la Esperanza. La solemnidad de la
Inmaculada Concepción, celebrada en pleno Adviento, nos propone a María como
madre de la esperanza.
La esperanza es una cualidad esencial de la vida
cristiana, y en este tiempo se nos invita a que impregne con más fuerza nuestra
vida de creyentes. En un plano personal, desde luego, pero también haciendo
nuestros los gritos de los pueblos que buscan y claman por verse liberados y
redimidos en su miseria y en sus desgracias.
En María, la humanidad se mira a sí misma y se
mantiene abierta ante el misterio del Dios que viene hacia nosotros, y en Ella
converge el caminar de todos los pueblos que buscan la verdad. Por eso la
Virgen Madre se convierte en la figura por excelencia del Adviento, en signo de
la presencia de Dios entre los hombres... Más que Juan el Bautista, más que
todos los profetas, más que los justos, Ella es resumen de la humanidad que ama
y espera, que busca y acepta a Dios, confiando poder escuchar su Palabra,
guardarla en el corazón, enseñarla con humildad y practicarla con caridad.
Hoy experimentamos que nos dejamos corromper
fácilmente. El mal nos acosa de mil formas y muchas veces sucumbimos. La
memoria de María Inmaculada nos estimula a reconocer que es voluntad de Dios,
también para nosotros, que seamos “santos e inmaculados en su presencia”.
También nosotros –si no ponemos obstáculos- podemos estar envueltos en la
Gracia y en el Amor de Dios, que nos capacita para luchar contra todo tipo de
corrupción. El poder del Altísimo nos puede, y nos quiere cubrir con su sombra
para vencer. Basta que digamos, como ella: ¡Hágase en mí según tu palabra!
Año del Compromiso Cívico y Ciudadano. En este
contexto, cada año, les comparto una carta pastoral con la que introduzco la
prioridad pastoral de inspirará toda nuestra vida diocesana.
Siguiendo el cronograma establecido, corresponde vivir
el Año del Compromiso Cívico y Ciudadano, en atención a que nuestra Patria
celebra los doscientos años de su Independencia. Lo que nos compromete, como
discípulos – misioneros de Jesucristo, a impregnar la vida personal y social
con los valores del Evangelio, particularmente desarrollados en nuestra rica
Doctrina Social de la Iglesia.
En la carta destaco dos temas. Primero, incentivarlos
a profundizar las enseñanzas sociales de la Iglesia, para ello les ofrezco un
apretado y quizás irreverente resumen de los valiosos documentos del magisterio
eclesial desde Rerum Novarum hasta el Compendio de Doctrina Social de la
Iglesia. Segundo, y es el que más desarrollo, porque considero que es de suma
importancia, la constitución de los Equipos de Pastoral Social en cada
parroquia, coordinados por la Pastoral Social Diocesana.
Además, les propongo cuatro metas con sus respectivas
actividades, para ir alcanzando en este quinquenio que tenemos por delante,
hasta la celebración de los 400 años del hallazgo de la sagrada imagen de la
Virgen del Valle en las estribaciones de Choya, con la ilusión que, éste, pueda
ser uno de los regalos que le ofrezcamos a la Madre Celestial en nuestro gran
Jubileo del 2020.
En las manos de María. Por tanto, querida Madre del
Valle, hoy deposito, como pastor de esta Diócesis, en tu Corazón Inmaculado
todos los deseos y necesidades de cada uno de tus hijos devotos y peregrinos.
Las súplicas y clamores de todos los argentinos por nuestra Patria y sus
autoridades. Los proyectos y tareas pastorales de nuestra Iglesia de Catamarca.
Los esfuerzos y frutos que esperamos recibir en este Jubileo de la
Misericordia, tan necesario para nuestro mundo transido de dolor, angustias,
injusticias, inequidades, violencia, adicciones, impenitencia y corrupción. La
participación festiva y comprometedora en el 11° Congreso Eucarístico Nacional,
en Tucumán, para que la Eucaristía sea el alimento habitual de todos los
bautizados, que los fortalezca en su misión evangelizadora. Y el empeño tenaz y
creativo de laicos, sacerdotes y consagrados en la concientización del
compromiso para construir civismo y ciudadanía.