DON BOSCO

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"BUENOS CRISTIANOS Y HONRADOS CIUDADANOS"

CANNABIS MEDICINAL

 el debate que falta

La Voz del Interior, 12 de mayo de 2017 

Por Alejandra Beresovsky

El contrapunto de perspectivas morales y la lucha contra el tráfico de drogas de abuso frenó en la Argentina la investigación sobre los compuestos derivados del cannabis, cuya utilidad terapéutica ha generado expectativa en la sociedad y en instituciones científicas. A eso se suma la inquietud por la carencia de estudios suficientes sobre sus posibles efectos adversos y porque se teme que el mal uso y la mala administración pasen por alto interacciones peligrosas con otros remedios o, incluso, sugieran su total reemplazo.

La flamante legalización en la Argentina no incluye su uso recreativo, sino su uso medicinal, que tiene presentación y formulación diferente, con un porcentaje mucho menor del componente psicotrópico o psicoactivo que altera las funciones psíquicas.

El cannabis ha sido siempre defendido por no tener una dosis letal –a diferencia de otras drogas también prohibidas–. Sin embargo, en algunas patologías, abandonar un tratamiento para experimentar con otro puede ser causa de daño permanente y hasta de muerte. Por caso, en la epilepsia, interrumpir una medicación puede ocasionar un status (una o una sucesión de crisis largas), que es causa de deterioro neurológico y deceso, por lo que el seguimiento continuo cuando se introduce un cambio es fundamental.


La Anmat, autoridad nacional de medicamentos, realizó una revisión y selección de trabajos para reunir pruebas sobre su eficacia y posibles efectos adversos para el tratamiento de epilepsia refractaria, dolor neuropático, espasticidad en esclerosis múltiple, anorexia y náuseas por quimioterapia o medicamentos contra VIH, entre otros. Recabar esos estudios, y luego seleccionar los más pertinentes, no fue fácil por la heterogeneidad que exhiben. Además, en mayor o menor medida, tienen limitaciones en cuanto a la representación de grupos poblacionales y la comparación de eficacia con otros tratamientos. “Que la evidencia clínica no es robusta, es cierto. Porque la prohibición es muy perversa: nos pide evidencia científica, ensayos clínicos, fase tres, y no nos dan los permisos para hacerlos”, admitió Raquel Peyraube, médica asesora e impulsora en Uruguay de la reforma de la política pública de drogas durante el evento Cannabis Sapiens, que organizó el Conicet en marzo.

Aunque se hable en singular, el cannabis de uso terapéutico no es un producto, sino múltiples y con diferentes orígenes. Los medicamentos producidos a partir de la planta de cannabis sativa –llamada también cáñamo o marihuana– se denominan “cannabinoides”. Pueden obtenerse mediante su extracción de la planta o fabricarse sintéticamente, y se administran por distintas vías: oral, nasal, sublingual o tópica, ya que pueden ser fumados, inhalados o mezclados con alimentos e infusiones.

En Córdoba y en el país, lo que más se conoce y explora son los aceites, los cuales contienen distintas combinaciones de dos compuestos clave: delta-9-tetrahidrocannabinol (THC) y cannabidiol (CBD). El THC es el componente psicoactivo y es por eso que las graduaciones –dicen algunos especialistas– requieren de un conocimiento científico y una responsabilidad que no se puede dejar sólo en manos de los pacientes.

Es por eso que uno de los primeros mitos a erradicar es que el aceite de cannabis es uno y que un mismo producto, en iguales dosis y presentaciones, puede tener el mismo potencial benéfico para distintas enfermedades y pacientes.


Esta complejidad –siempre tan atrayente para la ciencia– es lo que alienta a los especialistas a pedir prudencia y paciencia, replantear prácticas de producción propia y la compra en lugares no autorizados. “Indicios positivos de algunas experiencias y por la historia de la planta, habilitan el uso terapéutico, pero casi no hay una sustancia que uno tome como medicamento que se produzca en forma doméstica”, opina en ese sentido Juan Carlos Mansilla, psicólogo especialista en consumo problemático de sustancias.

“Si hablamos de cannabis medicinal, como cualquier otra sustancia medicinal, implica controlar proceso, calidad, dosis. Por ejemplo, el 29 de abril México aprobó el uso de marihuana medicinal, pero sólo productos con una concentración de un máximo de uno por ciento del componente psicotrópico”, ilustró.

En la charla Cannabis Sapiens, Peyraube, quien expresó su solidaridad con Adriana Funaro, miembro de la organización Mamá Cultiva y en ese momento con prisión domiciliaria, aclaró: “(el cannabis medicinal) No tiene por qué ser una molécula de la farmaindustria, pero sí tiene que ser producido sin agrotóxicos, sí debe estar estandarizado y sí cada partida debe tener la misma dosis porque, de lo contrario, no se puede ni siquiera evaluar la evolución. Tenemos que poder monitorear”.

La médica recordó que, además de los contaminantes biológicos que pueden perjudicar un cultivo (como microorganismos y residuos biológicos), hay contaminantes y adulterantes químicos, como solventes, pesticidas, fungicidas, metales pesados, metaloides (como el arsénico) y “otras sustancias que pueden ser perjudiciales para la salud humana”.

De todas formas, hoy en la Argentina la repentina apertura que significó la aprobación de su uso para investigación y la autorización de la importación controlada dejaron en evidencia que quienes tienen más camino recorrido –aunque sin estándares científicos– son los pacientes.


Experiencia decisiva

Carlos Magdalena, neurólogo pediatra del Hospital de Niños Gutiérrez de Buenos Aires, probó su uso por una circunstancia especial: la madre de una bebé con epilepsia refractaria confesó habérselo dado a su hija luego de que esta salió de una internación prolongada y tiempo después presentara una gran mejoría. El médico tenía un dilema, pero decidió acompañar y en algunos casos explorar su uso, y señaló a La Voz que “fue útil en algunos pacientes”.

Magdalena destacó que una de las limitaciones que hoy continúan es que la importación aprobada es sólo de una de las fórmulas medicinales existentes, que es el aceite de Charlotte (de Colorado, Estados Unidos), llamado así por Charlotte Figi, una niña que sufría hasta 300 convulsiones a la semana y a la que se le suministró con éxito el aceite de una variedad de cannabis con alta concentración de CBD y muy baja de THC.

Para Magdalena, el Estado debería aprobar el cultivo que realizan algunos pacientes y regularlo, ya que no existen en el país plantaciones bajo pautas estandarizadas.

Marcelo Rubinstein, investigador superior del Conicet, destacó que lo primero que hay que saber para perder el miedo es que el ser humano produce sus propios cannabinoides, llamados endocannabinoides.

Especialistas explican que el uso de cannabis medicinal consiste en modular el sistema endocannabinoide. Pero Rubinstein fue taxativo en la inviabilidad de que haya clínicas o médicos “de cannabis” que lo administren para todo tipo de uso terapéutico y por fuera de su especialidad. En esa línea, durante las jornadas Cannabis Sapiens, Peyraube señaló que “no existe la medicina cannábica, la medicina es una sola”.