DON BOSCO

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"BUENOS CRISTIANOS Y HONRADOS CIUDADANOS"

Ecología: Críticas con trasfondo ideológico





Reportaje al vicepresidente de la compañía estadounidense Monsanto para América del Sur, Pablo Vaquero


 por Sergio Carreras

–Monsanto afirma que la Argentina es uno de los cinco países clave para el desarrollo agronómico del mundo. ¿Podría explicar por qué?
-Como empresa global que somos, que se dedica a la transferencia tecnológica a los agricultores que producen los alimentos, vemos que el mundo está enfrentando un fuerte crecimiento de su población, que va a pasar de un total de siete mil millones de habitantes a nueve mil millones en los próximos 30 años. La demanda de alimentos se producirá debido a la mejora en el ingreso per cápita de la gente, y el nivel de vida de esa gente hará que coma más, que mejore la dieta de la población y que al mismo tiempo necesitemos mayor cantidad de alimentos. En 2050, vamos a tener que producir casi el doble que hoy. ¿Cómo se logrará eso? Hay que incorporar 300 millones más de hectáreas. Pero esas hectáreas no existen en el mundo; para eso habría que destruir el ecosistema. La única forma es trabajar para incrementar la producción por hectárea y hacerla más sustentable en el tiempo y no destruirlas, porque si usamos más agroquímica, más fertilizante y más presión, el recurso se destruye. La forma es la incorporación tecnológica, para duplicar la cantidad de alimento y reducir la cantidad de insumos que uno agrega a la tierra. Monsanto tiene un compromiso por delante, que es duplicar la producción por hectárea desde 2000 hasta 2030 en los cultivos principales, que son soja, maíz y algodón. Lo haremos usando un tercio menos de agroquímicos, fertilizantes y agua. Esto va a ayudar a mejorar la calidad de vida en las comunidades donde se logre; habrá un derrame social. Cuando Monsanto ve qué lugares del mundo pueden lograr esos objetivos, concluye que son cinco países: Estados Unidos, India, China, Brasil y la Argentina, donde las posibilidades que dan el recurso tierra y el ecosistema permitirán hacer que eso sea una realidad.

–¿Qué implicará esto para esos cinco países?
 Para nosotros, implica más inversión en estos países, pero será también más inversión de otras compañías. Decimos que Argentina hoy produce cerca de 100 millones de toneladas de grano. Cálculos privados y del Gobierno hablan de 125 a 160 millones de toneladas para 2020. Soy presidente de la Fundación Producir Conservando y estimamos llegar a 135 millones de toneladas. Hay una oportunidad de crecimiento muy grande. Estoy convencido de que se va a dar no sólo porque hay tecnología para que se dé, sino porque la demanda de alimentos de otras partes del mundo nos empujará a producir esa cantidad de granos. Va a ser conveniente para Argentina ser productor de alimentos, y ojalá estos sean con valor agregado. Que el maíz se transforme en carne, en etanol; que la soja se transforme en harina, en alimento para animales. Creo que en el valor agregado está la oportunidad para Argentina.

–El anuncio de la nueva planta en Córdoba coincidió con el juicio por las fumigaciones en el barrio Ituzaingó de la capital provincial, en el cual, indirectamente, también se cuestionó el papel de empresas como Monsanto.
-Sabemos que es un juicio por un tema de mala praxis en la aplicación de agroquímicos. No conozco los detalles. Sí estamos al tanto del proceso judicial y conocemos todo lo que ha hecho la Asociación de Madres de Barrio Ituzaingó. Hay que ser claro en esto: una cosa es el uso del producto y otra cumplir la ley en lo que se refiere a productos fitosanitarios. Muchas veces uno piensa que los agroquímicos son todos iguales y no es así. Hay una clasificación toxicológica de uno a cuatro. Todos deben ser usados con precaución, como se usa la lavandina o el repelente de insectos en el hogar. Ahora, los herbicidas para campo son usados a veces en grandes cantidades sin tener precauciones con la distancia de la población, la velocidad del viento, la humedad del suelo. Todo esto nosotros lo comunicamos en cursos que damos a los aplicadores y además está en la información de los productos. Pero a veces se da la mala aplicación; el uso escapa a nuestro control. El glifosato es de nivel toxicológico cuatro, de los menos tóxicos. Un insecticida para cucarachas es más tóxico, clase tres. 

Digo esto para separar el producto en sí de cómo se lo usa; si no, se confunde a la gente. El tema no es parar la producción de la agricultura porque el glifosato es tóxico, sino tomar medidas para que las aplicaciones sean correctas.

–Igual se señala que este nuevo esquema favorecido por la biotecnología de Monsanto requiere un uso mayor de agrotóxicos.
-Eso no es verdad. Lo que ha permitido la biotecnología es que se usen herbicidas de baja calificación toxicológica; le hablo del Roundup (nota de la Redacción: herbicida de Monsanto), que son menos agresivos para el medio ambiente que los que se usaban antes. Sin esta tecnología, el cóctel sería más tóxico que el glifosato.

–Monsanto es criticado por organizaciones ambientalistas en buena parte del mundo. ¿Cómo asimilan esas críticas?
-Tratamos de presentar la información con base científica. Es lo que hemos hecho con la planta para Malvinas Argentinas, en Córdoba: luego de hablar con las autoridades, invitamos al intendente y a concejales de todos los partidos de la localidad, a las fuerzas vivas, a las Madres de Malvinas Argentinas, jóvenes, docentes, a que vengan a la planta de Rojas y que vean que es igual a la que se construirá allá. El problema es cuando se trata de derivar la conversación hacia historias muy viejas y a generar temor sobre verdades no basadas en la ciencia sino, más que nada, para generar temor en la gente.

–Pero son críticas que a veces obtienen grandes respaldos. Quizá la más potente a la compañía sean el libro y la película “El mundo según Monsanto”, de la investigadora francesa Marie-Monique Robin, quien la acusa de haber producido cientos de miles de muertes. ¿Los ha visto? ¿Qué opinión tiene?
-Está muy bueno que me pregunte eso. Monsanto es una compañía que hace décadas cotiza en la Bolsa, es una compañía pública en la que los dueños son inversores de largo plazo, fundaciones que invierten en estas compañías. Si hablamos de la historia, creo que uno podría dar explicaciones a cada una de las historias de los periodistas. Es muy difícil situarse varias décadas atrás, cuando había una guerra y cuando empresas de todo tipo se transformaban, en definitiva, en fábricas militares. Yo no había nacido; no puedo hablar de eso. Puedo hablar como argentino, como involucrado en la producción agrícola y empleado de una empresa que ha hecho muchísimo en el mundo por mejorar las condiciones de vida de un montón de productores chicos, medianos y grandes, que ha hecho un aporte importante para el país. Hoy los empleados de Monsanto somos otros, la empresa pasó por un proceso de absorción. Primero fuimos una empresa farmacéutica, hace sólo 15 años que somos una empresa dedicada a la agricultura. Este golpe bajo tiene más que ver con Europa y el proteccionismo de ciertos países, muy fuera de lo que es la realidad de la empresa hoy. La demostración cabal es lo que ha hecho Monsanto en la Argentina en los últimos años. El último año fuimos una de las tres mejores empresas para trabajar en Argentina. No es justo mancillar el nombre de los que hoy somos empleados de Monsanto por historias de las que no nos corresponde asumir las respuestas, aunque sí las tenemos, pero que hoy no tienen sentido. La biotecnología va a ayudar a acabar con el hambre en el mundo, eso es seguro.

–La crítica por la expansión de la biotecnología de Monsanto en los campos argentinos también va dirigida contra los políticos que permitieron introducir la soja transgénica.
-Hay que ver cómo se hizo la aprobación y si fue en forma correcta. Llevamos aprobados 27 eventos biotecnológicos (nota de la Redacción: modificaciones transgénicas) en Argentina. Los últimos 14 fueron aprobados por los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Si hubiese algo raro, ¿por qué ella seguiría con esto, por qué hoy la biotecnología es política de Estado y por qué el Gobierno argentino festeja que una científica argentina haya aislado el gen resistente a la sequía y que se siga investigando? En estas críticas, hay un tema ideológico de trasfondo.

–Usted realizó un posgrado en Harvard sobre protección de la propiedad intelectual de semillas, algo por lo que pelea Monsanto. ¿Es ético patentar la introducción de genes que existen en la naturaleza y cobrar por eso?
-Básicamente lo que hacen las empresas de biotecnología es la búsqueda de caracteres que, si bien se encuentran en la naturaleza, se los incorpora en las plantas donde uno quiere producir más.

Perfil
Historia. Hace 17 años que el argentino Pablo Vaquero trabaja para la empresa Monsanto. Antes se desempeñó en la fábrica de tractores y maquinaria John Deere. Este ingeniero en producción agropecuaria, actual vicepresidente de la compañía para América del Sur, trabajó antes como gerente de Semillas y Agroquímicos, gerente de Marketing Maíz y Sorgo y director del negocio de semillas para Latinoamérica Sur, entre otros cargos.

Estudios. Ha realizado diversos posgrados en agronegocios y uno sobre protección de la propiedad intelectual en la escuela de negocios de Harvard. Está casado, tiene dos hijos, es hincha de Independiente de Avellaneda y además trabaja sobre la actividad agrícola desde otras perspectivas, a través de entidades como la Fundación Producir Conservando, la Asociación Semilleros Argentinos y la Asociación Argentina de Protección de las Obtenciones Vegetales, entre otras.

El trasfondo ideológico
“Es un trabajo que requiere muchísima inversión, un tema que involucra no sólo a las empresas agropecuarias sino también a las farmacéuticas. Toda la biotecnología que se usa para encontrar mejoras significa muchísima inversión para lograrlas. Por más que se trate de componentes que estén en la naturaleza, no significan nada si no se tiene la capacidad para incorporar esos genes en el lugar adecuado. Lo que se patenta no son seres vivos, sino la tecnología que se usa para incorporar esos genes en un lugar del ADN para que produzcan beneficios. Lo que se busca patentar muchas veces son componentes, no organismos vivos en sí. Esta protección permite inferir que la empresa reciba una compensación y el resto queda en manos del productor”.

–Muchos productores argentinos consideran que ese cobro de regalías atenta contra sus márgenes de ganancia y beneficia sobremanera a Monsanto.
–Argentina dio un vuelco grande en los últimos cuatro años. Durante la semana pasada, el Gobierno nacional aprobó nuestra tecnología, de nombre comercial Intacta, que al mismo tiempo tiene protección contra los insectos y el herbicida, en la misma planta de soja.
Existe un entendimiento para que se produzca un retorno de la inversión y observamos un claro apoyo oficial hacia la investigación y la protección a través de la ley de patentes, para que esa investigación tenga un rédito. Estamos en comunicación con los productores agropecuarios para explicarles que del valor incorporado en la semilla siempre la mayor parte queda en manos del productor. No se trata de tecnología para hacer más rica a la empresa que la lanza sino que va a aumentar el margen del productor, el país va a exportar más y tendrá más ingresos por impuestos. Todo adelanto tecnológico redunda (en beneficios).

–¿Monsanto busca que Argentina modifique su ley de semillas?
–En forma directa, no. Venimos trabajando desde hace muchos años con distintas organizaciones para la definición más clara de lo que es el uso propio gratuito para pequeños productores, lo que está incluido en la ley. El productor de subsistencia, al que intenta proteger la norma jurídica, no está definido con claridad. Es una ley de 1973 y queremos definir cuál es el pequeño productor que necesita hacer un uso propio gratuito de la semilla que compra. Queremos definir eso y que el resto de los productores de alguna manera compensen el esfuerzo que hacen las empresas que usan biotecnología.

La Voz del Interior, 19-8-12