DON BOSCO

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"BUENOS CRISTIANOS Y HONRADOS CIUDADANOS"

Las paradojas del voto retroactivo

Por Natalio Botana


El lugar común es que el mundo padece una incertidumbre derivada de la crisis económica en los países centrales. El otro lugar común es que los nuevos protagonistas de la economía internacional (entre otros, China, Brasil y la Argentina, que está muy lejos de incorporarse al grupo de los BRICS) son, por ahora, inmunes a los efectos de esta crisis.

Con una mezcla de arrogancia y preocupación, los gobernantes sentencian que estamos blindados.

La inmunidad frente al contagio está contenida, al menos, en tres tipos de regímenes políticos. Si observamos los BRIC, en ese conjunto coexisten regímenes autoritarios clásicos de partido único como en China, regímenes de hegemonía personalista como la Rusia de Vladimir Putin; y tres democracias (Brasil, India y Sudáfrica) que, con diferentes grados, persiguen el horizonte valioso del pluralismo y la calidad institucional. Los cinco países crecen.

Según el punto de vista político, el planeta, con las regiones y conflictos que lo componen, es heterogéneo; según la experiencia histórica, que recoge modelos dignos de inspirar a los gobernantes, la situación es mucho más compleja. En especial, cuando advertimos que la locomotora china, que arrastra un crecimiento inducido por factores endógenos, impulsa el renacimiento del paradigma de autoritarismo y mercado en una demografía de inmensas proporciones.

El ascenso de esta potencia consumidora con encuadre autoritario se combina, por otra parte, con la fatiga de las democracias occidentales. El gran proyecto de una democracia instalada sobre los cimientos del crecimiento, de la educación y el conocimiento, de la fiscalidad progresiva y la justicia distributiva, cruje bajo el peso de la deuda, el resurgimiento de los intereses nacionales sobre los compromisos comunitarios y la fractura de un espacio de centro basado en esos presupuestos.

Si la deuda y los déficits erosionan por igual a esas democracias, el temor a pegar un salto hacia mayores niveles de integración marca el paso de la parálisis europea . Al mismo tiempo, el impacto de un conservadurismo cerril, que condena cualquier reforma en línea con la progresividad fiscal, socava el consenso político de los Estados Unidos.

Un congreso dividido y una presidencia débil no son buenos consejeros para dar vuelta la página de la crisis.

Occidente se interroga ante tanta novedad, los indignados hacen oír un reclamo de pura negación, pero unos y otros -los establecidos y los contestatarios- no aciertan en la respuesta.

La gran ausente es la política constructiva y los liderazgos capaces de encarnar ese esquivo atributo.

A grandes rasgos, este es el marco externo de la elecciones del próximo 23 de octubre: un mundo incierto que, pese a tantos condicionamientos, abrió camino al oficialismo para acumular poder merced a la formidable asistencia del crecimiento económico . Los dos factores se realimentaron mutuamente en estos largos ocho años, salvo el brusco descenso del 2008-2009, muy pronto recuperado.

Esto también fue producto del contexto externo.

A juicio de políticos y observadores, este “cambio civilizatorio, de gran calado histórico”, en palabras de Felipe González, es tan inesperado como el súbito colapso del Imperio soviético. Sin embargo, las diferencias son obvias: mientras la caída del Muro de Berlín fue un hecho definitorio que dejó atrás la Guerra Fría, no está claro que la tendencia favorable hacia el crecimiento, inducido por los precios de las exportaciones agropecuarias, se prolongue con índices semejantes en el curso de la segunda década del siglo XXI. Viene a cuento el retrato venturoso de la belle époque, cien años atrás, cuando nadie previó las consecuencias catastróficas de la Gran Guerra de 1914-1918.

Aunque felizmente no se nos venga encima un escenario de tales características, es bueno tener en cuenta que el juicio político descansa, sobre circunstancias siempre cambiantes, en el arte de la previsión.

La incertidumbre acerca de lo que vendrá sobrevuela pues el comportamiento de gobernantes y opositores.

La paradoja ínsita en este vínculo opaco entre acciones y consecuencias es que, aun cuando la política deba mirar hacia adelante, los electorados emiten su voto mirando por lo general hacia atrás.

Desde el presente, evalúan lo que pasó con la ayuda de un espejo retrovisor, en lugar de hacerlo con programas deseables volcados al porvenir.

Esta última dimensión sólo funciona en el caso de que las cosas anden mal. Cuando vemos que las cosas andan bien o mejoran, entonces impera el voto retroactivo .

No interesa tanto saber si corremos el riesgo de repetir la historia conocida de un crecimiento que desacelera su marcha y no puede satisfacer, con recursos fiscales genuinos, el propósito de mejorar la condiciones de vida de la sociedad (lo que el oficialismo denomina “un modelo de acumulación con inclusión social”).

Argentina conoce de sobra estos vaivenes: si la acumulación se resiente, entonces los sujetos relativamente satisfechos pasan a ser ciudadanos demandantes y rebeldes . En una tradición de fuerte contestación social como la nuestra, estos actores se van dando cuenta de que el gobierno de protección social, de empleos y subsidios que habían votado es, en suma, insuficiente. Y, por ser tal, tampoco sirve para tapar corruptelas e impunidades.

Desde luego, estas son especulaciones basadas en algunas lecciones del pasado, pero sería interesante que, en estos escasos quince días, desde los rangos de la oposición se asuma con vigor la cuestión del futuro . No valen, en este sentido, estilos proclives al catastrofismo en los que ya nadie cree. Valen, en cambio, los perfiles de coraje que pongan en la agenda las debilidades de una democracia, tan diligente para proveer esos recursos de bienestar, como para desconocer la sustentabilidad económica de esas mejoras en el mediano y en el largo plazo.

Clarín, 9-10-11