DON BOSCO

DON BOSCO
"BUENOS CRISTIANOS Y HONRADOS CIUDADANOS"

Del homenaje a la propaganda


Claudio Fantini (Director del Departamento de Ciencia Política de la UES 21)

En un momento futuro, cuando este puñado de meses constituya un pasado remoto, algún historiador se preguntará por qué aquellos argentinos homenajeaban a sus muertos de manera tan extraña. Seguramente, cuando este tiempo sea un capítulo en la historia, se percibirá como anómalo el desequilibrio entre los homenajes póstumos a un ex presidente, a una compositora y a un escritor.

Antes de que el cuerpo del político se hubiese enfriado en la tumba, su nombre ya denominaba calles, plazas, escuelas, aeropuertos y estadios. Hasta campeonatos de fútbol fueron bautizados con la identidad del líder muerto, mucho antes de que la historia sea haya pronunciado sobre su legado.

Se construyó un mausoleo faraónico mientras se componían y difundían canciones y elegías, además de filmarse películas y documentales, todo financiado de manera directa o indirecta con fondos públicos; ergo, aportados también por una inmensidad de personas que no creían ni remotamente en la figura que le imponía la beatificación forzosa.

Por el contrario, silencio y olvido cayeron rápidamente sobre la compositora y el escritor.

Imprescindibles. Cicerón escribió que “la vida de los muertos consiste en estar presente en el espíritu de los vivos”. Para el orador romano, perviven en los demás aquellos que enriquecieron el espíritu de esos otros.

Los gobernantes pueden mejorar la vida del pueblo, que es importantísimo, pero al espíritu lo enriquecen más bien quienes, desde la creatividad, aportan al crecimiento interior de las personas.

Indudablemente, María Elena Walsh aportó enriquecimiento a la vida de los argentinos. En su obra no hay un lado oscuro y su legado no tiene contraindicaciones. Su cancionero infantil nos acarició en la niñez, igual que la trompa de Dailan Kifki, el personaje de la novela que escribió para los chicos. Además, sus canciones para todas las edades muestran la vida con una calidez humana, sensible y profunda.

Su creatividad confirma que María Elena Walsh pertenecía a la estirpe de los imprescindibles: aquellos pocos que aportan inmunidad contra las vilezas y ruindades que acechan la condición humana.

Incluso si fuera como el que describen sus apologistas, en la lista de imprescindibles argentinos no figuraría Néstor Kirchner. Aun aceptando que haya sido un gran político, cuya osadía y determinación forjaron cambios altamente positivos para el país, su historia personal y su acción política están lejos de no tener tinieblas y densidades.

Si aceptamos también como entendible que una significativa cantidad de argentinos lo considere el mejor presidente en mucho tiempo, no cabe en la lista donde figuran María Elena Walsh, Quino, Eladia Blázquez, Mercedes Sosa y otros cuyos aportes no tienen absolutamente nada que no haya sido enriquecer las vidas ajenas.

Tampoco entra en esa lista Ernesto Sábato, porque su historia puede tener algunas tinieblas, aunque infinitamente menos que sus novelas. No obstante, como lo señaló en un lúcido ensayo el periodista Jorge Fernández Díaz, su trilogía llegó a jóvenes y adolescentes tan sugestivamente como la obra de Hermann Hesse.

Es difícil explicar por qué novelas que bucean las viscosas penumbras de la naturaleza humana accedieron a la adolescencia, igual que lo hicieron Demián y El lobo estepario . Pero está claro que El túnel , Sobre héroes y tumbas y Abaddón, el exterminador empujaron nuestra curiosidad hasta esos confines donde merodea la literatura de Franz Kafka y Fedor Dostoievski.

Por otra parte, el escritor irradió la ejemplaridad de una vida vivida en la honradez y en la austeridad.

Está claro que es absurdo comparar a Kirchner con Walsh y con Sábato, pero es más absurda la desproporción entre las modestas y expeditivas despedidas a dos creadores entrañables y los homenajes con que Gobierno y oficialismo fabrican e imponen un mito omnipresente.

Ocultadores. “El rol de los intelectuales no es construir mitos, sino desmitificar”, le recordó al país el filósofo Tomás Abraham. Ese historiador futuro que se asome a la Argentina de estos días se preguntará por qué había que subrayar algo tan obvio. La razón siempre ha sido el más letal enemigo del mito, mientras que el mito fue siempre el más oscuro enemigo de la razón.

Los antiguos griegos, obligados por la inteligencia a la honestidad intelectual, construyeron creencias en el período micénico para justificar orden y poder, pero las llamaron mitología, cuya raíz etimológica viene de “mentira”.

Por cierto, construyeron mitos convencidos de que eran necesarios para el pueblo.

Un autoconvencimiento similar se ve en los constructores del mito de Kirchner. De otro modo, no podrían soslayar, sin ruborizarse, una inmensa fortuna originada en la apropiación de inmuebles mediante ese engendro rapaz de la dictadura que fue la circular 1.050. Tampoco la participación electoral en todas las listas que encabezó Carlos Menem en la década de 1990 y aquel voto estratégico de Santa Cruz que posibilitó la privatización de YPF, paradigma del desguace estatal en ese período.

Es más larga la lista de cuestiones insoslayables si se tratara de reflejar de modo fiel a Kirchner, pero alcanza para la estupefacción del historiador futuro que ose explorar estos días inquietantes.

La Voz del Interior, 18-6-11