DON BOSCO

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"BUENOS CRISTIANOS Y HONRADOS CIUDADANOS"

Pobreza e indigencia: la otra gran mentira del Indec



Por Gabriel Conte

Al final del camino, la incredulidad que genera el organismo no permite conocer cuántos son los argentinos que peor están pasando este momento.

El gobierno fija, periódicamente, un valor estimativo para la canasta básica de alimentos y otro para la canasta básica total, que incluye otros aspectos que hacen a la vida cotidiana, más allá de la comida.

Con ese dato, podemos saber desde qué nivel de ingresos un pobre deja de ser indigente y un escalón más arriba, con cuánta plata se sale de la pobreza.

Claro, todavía no decimos quién dice cuánto vale cada cosa que va adentro de esa canasta: el Indec.

A partir de aquí –y desde que el primer militante de este gobierno maneja el área “a la carta”- sobreviene la duda en torno de la veracidad de estos datos.

Una aclaración necesaria es que la conformación de las canastas obedece a una construcción científica, sin posibilidades de que el diablo meta la cola.

Para lograr la conformación estimativa de qué es lo que come un argentino promedio se recurre a una tabla que equilibra una serie de elementos que no pueden ser alterados por decreto.

Por ejemplo, la canasta básica mensual de alimentos de una persona adulta que es considerada por el gobierno como parámetro, está compuesta por un poco más de 6 kilogramos de pan, un poco menos de medio kilo de galletas saladas, 3 cuartos de galletas dulces, un kilo de harina, 1 kilo 300 de fideos, 7 kilos de papas, 1 kilo y medio de azúcar, casi 700 gramos de camote, un cuarto kilo de dulce de algún tipo (leche, batata o mermelada), un cuarto de legumbres (porotos, lentejas o arvejas), casi 4 kilos de hortalizas, un poco más de 4 kilos de frutas, 8 kilos de leche, más de medio kilo de huevos, aceite, gaseosas, sal fina y gruesa, vinagre, café, té y más de medio kilo de yerba.

El daño y el engaño

Sin embargo, es la manipulación de los precios de cada uno de esos productos lo que genera un efecto dominó sobre las políticas públicas del país.

¿Tanto así? Sí. Porque si el cálculo de la canasta aparece como bien conformada, pero mucho más barata de lo que en realidad le cuesta a cualquier argentino a la vuelta de su casa, una consecuencia obvia es que los registros oficiales de la pobreza demostrarán –como de hecho ocurre- una disminución.

El gobierno calcula, cree y quiere hacer creer que los pobres son menos de los que son. Por lo tanto, vivimos en medio de un gran engaño.

El abismo que hay entre las estadísticas oficiales de disminución de la pobreza y lo que uno ve en la calle tiene fundamento: no estamos locos ni nos hemos vuelto todos unos incurables incrédulos, sino que la pobreza y la indigencia están allí. Tal vez en menor escala, comparando la situación con, por ejemplo, el año 2001. Pero siguen allí. Y hay más que los que el gobierno dice que hay.

Esta falta de criterio del gobierno nacional al manipular cifras de precios de alimentos en una institución que, antes de Moreno, gozaba de prestigio internacional, genera un efecto paradojal, ya que, lejos de convencernos de que todo está mejor, ocurre “la gran Pastorcito Mentiroso”, minando de cuajo con su credibilidad.

Argentinos, ¡a las cifras!

Hay muchas cifras disponibles en el portal oficial del Indec, pero no todas están lo suficientemente actualizadas.

En lo que respecta a los valores de la canasta básica de alimentos que tomamos como ejemplo, hay que decir que lo disponible es tan sólo un botón de una gran prenda. Pero para muestra, sirven.

En enero de 2007 para no adscribirse a la lista de indigentes un argentino adulto debía consumir alimentos por 137, 62 pesos. Una familia –entendida como un núcleo de 3 adultos Indec, o dos adultos y dos niños normales- necesitaba para no ser un excluido de la sociedad comprar alimentos por la suma de 412,92 pesos. Sólo en alimentos, sin contar vivienda, escuela, esparcimiento, transporte, etc.

Los cálculos más optimistas de inflación real entre 2007 y 2008 hablan de un 25% de crecimiento de los precios. Sin embargo, para el gobierno, en enero de 2008 esa misma canasta sólo se había incrementado a 144,21 pesos, con el increíble dato alentador de que en Julio, mes del conflicto entre campo y gobierno que hicieron subir los precios y escasear los principales productos, la cifra ¡cayó! A 143,43, siguiendo en caída libre hasta Agosto en que se valoró en 142,04 pesos por persona adulta. Es decir, que un año después del primer cálculo, para que una familia no fuera considerada indigente debía comprar comida por 432,63 pesos, centavos más o menos, 20 pesos inferior a la un año antes.

Ya en noviembre de 2008 no era una familia menesterosa la que accediera a comprar 430,77 pesos de comida.

Y más aun: para no ser pobre (recordemos: un escalón más arriba de la indigencia), cada adulto debía invertir en este menester vital en noviembre 316,69 pesos, lo que representa unos 950 pesos por grupo familiar tipo.

Y entonces, ¿cuántos pobres hay?

Para saber cuánta es la cantidad de gente pobre e indigente, no sirven los datos que difunde el gobierno.

Pero cualquier gobierno, ya sea aquí en cualquier municipio o en la China, necesita saber a quién destina sus acciones, para poder redistribuir, igualar y desarrollar, algo a lo que se le llama (también en todo el mundo y bajo cualquier régimen, gobernar).

El área oficial del gobierno de la que puede requerirse la información sobre pobreza nos informa que en el país hay un 17,8 por ciento de la población bajo la línea de pobreza y un 5,1 por ciento, bajo la línea de la indigencia (establecidos, ambos límites, por los ingresos que contamos más arriba).

Pero claro, el cálculo está hecho sobre la base distorsionada de cuánto vale un kilo de papas o una bolsa de pan.

Parece increíble (y lo es, por cierto) pero para poder establecer políticas públicas el Estado argentino se autoengañó. Si éste es el diagnóstico que se hace, la programación de las inversiones sociales del Estado serán equivocadas. Y la fábrica de pobres será la última en cerrarse.


www.politicaydesarrollo.com.ar, 31-Dec-2008

Desde 2001, el poder de compra de los jubilados cayó hasta 40 %


Silvia Stang
LA NACION, 28-12-08


El último año sin ley de movilidad de haberes jubilatorios (el nuevo régimen regirá desde 2009) llega a su fin con una pérdida acumulada para muchos jubilados y pensionados de hasta un 40% en el valor real de los ingresos mensuales, si la comparación se establece con los últimos meses de 2001. Quienes en aquel entonces cobraban $ 1000 mensuales o más -el segmento de pasivos con menores ajustes en los últimos años- pueden hacer frente, en promedio, a sólo un 60% del gasto que cubrían siete años atrás.

Pese a las especulaciones que existieron cuando el Poder Ejecutivo decidió tomar los ahorros acumulados por los 9,5 millones de afiliados a las AFJP, no hubo finalmente un alza de haberes antes de finalizar 2008, aunque sí una asignación de pago único por fin de año, de $ 200, que fue presentada por la presidenta Cristina Kirchner como un "reconocimiento" para las personas mayores.

La falta de una actualización de los ingresos jubilatorios que acompañe la evolución de precios (respetando el poder de compra) o el alza de los salarios activos es el principal motivo del incremento inédito de causas judiciales que hubo durante 2008 contra la Anses: llegaron a presentarse en promedio 125 demandas diarias y, según fuentes del fuero de la Seguridad Social, hay 221.000 causas tramitándose en las distintas instancias de la Justicia. En esos expedientes podrían estar representados casi medio millón de jubilados, ya que muchos juicios tienen más de un reclamante.

Estimaciones de las caídas
Para la franja de ingresos más altos, el primer ajuste llegó en junio de 2006, cuando el alza de precios acumulada desde 2001 era del 82,6 por ciento. Este grupo suma un aumento del 63,07% frente a una inflación cercana al 170% (según los datos del Indec hasta diciembre de 2006 y estimaciones de economistas desde enero de 2007, cuando la intervención política en el instituto minó la confiabilidad de los datos).

Si hace ocho años un jubilado percibía $ 1500, su haber es ahora de 2445. Pero, según el aumento promedio de precios (el efecto varía según el consumo de cada hogar), los bienes y servicios que en esa época valían $ 1500, hoy obligarían a desembolsar $ 4050. Y así, lo que ahora esta persona retira de la ventanilla del banco equivale al 60% del valor de esta canasta.




Tres ex oficiales condenados a cadena perpetuo por el genocidio ruandés


Tres ex oficiales, entre ellos el coronel Theoneste Bagosora, presentado como el organizador del genocidio ruandés de 1994, fueron condenados este jueves a cadena perpetua por el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR).

"La cámara ha condenado a Bagosora, a Ntabakuze y a Nsengiyumva a cadena perpetua", declaró el presidente del Tribunal apadrinado por la ONU y con sede en Arusha (Tanzania), el noruego Erik Mose. Los tres ex oficiales del ejército ruandés fueron condenados por "genocidio, crímenes contra la Humanidad y crímenes de guerra".

Bagosora "decidió apelar" la decisión de la justicia, declaró su abogado Raphaël Constant, que consideró que el fallo "es una decepción".

El tribunal absolvió al cuarto acusado del proceso, el general de brigada Gratien Kabiligi, y ha "ordenado su inmediata puesta en libertad".

El coronel Bagosora, un hutu de 67 años y ex director de gabinete del ministerio de Defensa en la época del genocidio, fue presentado por la fiscalía durante todo el proceso como el "cerebro" de las matanzas, que según la ONU se saldaron con unos 800.000 muertos, entre la minoría tutsi y los hutus moderados.

En sus considerandos, el Tribunal concluyó que Bagosora era responsable del asesinato de la entonces primera ministra, Agathe Uwilingiyimana, de los diez cascos azules belgas encargados de protegerla y de varios dirigentes políticos, así como de las masacres de tutsis en la ciudad de Kigali y en la región de Gisenyi (norte). La primera ministra Uwilingiyimana, considerada como una moderada por el ala extremista del régimen hutu de la época, fue asesinada por elementos del ejército ruandés el 7 de abril de 1994.

El día anterior, el presidente ruandés Juvenal Habyarimana, un hutu, había muerto en un atentado contra su avión.

Para el fiscal del tribunal, Hasan Bubacar Jallow, el asesinato de los diez cascos azules belgas pretendía forzar la retirada de la fuerza de la ONU, para dejar libre el camino a los genocidas. El 13 de abril, Bélgica, cuyo contingente era el mejor equipado y el más eficaz de la misión de la ONU en Ruanda, anunció al Consejo de Seguridad su retirada.

El TPIR desestimó sin embargo el cargo de "acuerdo para cometer un genocidio". Por el momento, ningún acusado del TPIR ha sido juzgado culpable de ese cargo, que ha salido a colación en casi todos los casos. "Constato que, con todo, el cargo de acuerdo para cometer el genocidio no ha prosperado . Es importante. El hecho de no mantener el (cargo de) acuerdo pone en cuestión toda la historiografía de Ruanda", dijo el abogado de Bagosora.

Según la acusación, el coronel anunció en 1993, al retirarse de las negociaciones con la rebelión tutsi del Frente Patriótico Ruandés (hoy al poder en Kigali), que iba a "preparar el apocalipsis", es decir, el genocidio. Bagosora, que siempre defendió su inocencia, rehusó en todo momento calificar de genocidio las matanzas de 1994, y niega haber pronunciado las palabras que se le atribuyen.

El gobierno ruandés está "satisfecho" con la condena a cadena perpetua dictada contra Bagosora, declaró a la AFP el representante de Kigali ante el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR).

Por otro lado, el TPIR condenó también este jueves a 20 años de cárcel a Protais Zigiranyirazo, un cuñado del ex presidente Juvenal Habyarimana, por genocidio y exterminio, constató un periodista de la AFP.

AFP, 19-12-08

"Conozco católicos admirables en la vida pública"



Santiago Arellano, Director General de Educación del Gobierno de Navarra

¿Se puede ser cristiano y político? ¿Cómo?

Se puede; y el creyente debe serlo, de la misma manera que el médico, el profesor, el labrador, el fontanero o el albañil, el esposo y la esposa los padres y los hijos. La fe no atañe a un aspecto parcial de la personalidad, sino que impregna la totalidad de nuestro ser hasta en nuestras debilidades y pecados, pues de lo contrario serán vistos como comportamientos ordinarios de la condición humana y no como fracturas de nuestra posibilidad de bien y de mejora, aunque apoyados y confiados en un Dios rico en misericordia. No tengo por coherente a quien se siente piadoso en el templo y no enriquece en frutos de bien la vida de la ciudad.

¿Impera generalmente en la vida pública del político cristiano la doctrina del «mal menor»?

Lamentándolo profundamente debo contestarle que sí, al menos así me lo parece. Sin embargo no considero acertado hablar del mal menor. Ningún mal, por sí mismo, puede ser apoyado ni propiciado por el creyente. Prefiero hablar de que el creyente ha de buscar el mayor bien posible. No es un juego de palabras. Al menos doctrinalmente el fin de obrar es el bien, por pequeño que sea. De lo contrario podríamos sicológicamente terminar por considerar el mal como un bien y lo que es más grave podríamos confundir a los menos formados. El amor al bien nos permite tolerar el mal, comprendiendo, ayudando a cada persona y amándola, pero no llamando bien al mal y al mal bien. La tolerancia sólo es posible en la diferencia, no en la confusión ni en la indiferencia. Conozco católicos admirables en la vida política.


¿Qué hace un político cristiano cuando sus convicciones religiosas chocan con alguna de las ideas de su propio partido?

La clave de la respuesta como principio general se encuentra en la doctrina del bien mayor posible y de su complementario el mal menor. La barrera se alza cuando el choque surge ante asuntos o criterios nucleares. Personalmente acato el principio de que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. En los demás casos se puede optar por ese bien que en tu ausencia podría encontrar más dificultades de alcanzarlo.

¿Cree usted que debería haber algún partido político confesional? ¿Es lo óptimo o es algo contraproducente?

No sé si hoy la palabra confesional es el término más adecuado para dar respuesta pública a lo que considero que los católicos necesitamos. Quizás se ha cargado de demasiadas adherencias negativas, como de algo meramente institucional y pasivo. Yo creo que los creyentes tenemos el derecho y la obligación de propiciar una organización social y familiar coherente con nuestra fe. Debemos perder complejos, y con un talante de máxima tolerancia, benevolencia, cercanía, comprensión y benignidad, defender los derechos que como ciudadanos nos corresponden. Considero que esta opción es la óptima, aunque estoy convencido que de momento no posibilitaría ni el poder ni el gobierno. Estoy contestando en un plano meramente doctrinal. Si que serviría al menos para que las gentes sencillas disciernan entre una disposición legal y una disposición justa, normalmente correcta. De todas maneras me estoy refiriendo a la necesidad de unidad en lo esencial. Sin olvidar que en lo demás es legítimo la pluralidad.


En su opinión, ¿deben los políticos cristianos declararse como tales o no? ¿Les pasa factura el hacerlo? ¿Ser cristiano o declararse cristiano es una tara en la vida pública de cara a la opinión pública o a los propios colegas?

Yo personalmente no he ocultado nunca mi condición de creyente más aún he confesado sentirme orgulloso de ser hijo de la Iglesia. No recuerdo haber actuado nunca ante mis compañeros con ese talante que despectivamente llaman dogmático ni autoritario, sino como colaborador que en condiciones de igualdad busca el conocimiento y el orden que a cada cosa le corresponde. Creo que los católicos españoles tenemos como asignatura pendiente ahondar en las claves cristianas del hombre de la historia, de cada sociedad concreta para ponerlas al servicio de la comunidad, desde la experiencia y conocimiento de cada uno de nuestros saberes y profesiones, con cordialidad y humanidad y aún con nuestras contradicciones

¿Es coherente la postura del Papa con la de algunos políticos católicos respecto a la guerra de Irak?

La postura del Papa es absolutamente coherente con su misión de Vicario de Cristo, y Pastor de la Iglesia. Su voz ha clamado a lo largo de su pontificado en pro de la Paz y en contra de la cultura de la muerte. La ha clamado y proclamado contra viento y marea, sin tener en cuenta ni acepción de personas ni ideología, ni intereses, ni coyunturas. La paz como un bien que debe rechazar la violencia, las muertes y las guerras hasta no agotar las vías de la diplomacia y del dialogo. No puedo entrar a enjuiciar las decisiones que supongo que en conciencia y aun a riesgo de equivocarse, adoptan los gobernantes. El propio Papa les ha recordado su responsabilidad ante Dios, su propia conciencia y la historia. Sin embargo me parece bochornoso que, quienes en sus planteamientos doctrinales y en sus actuaciones con la Iglesia y sus ministros, hacen gala de su rechazo y enfrentamiento, hoy aprovechan la voz del Pontífice para atacar, con afán puramente electoralista, al partido gobernante.

Publicado en LA VERDAD, el 05-04-2003



Falun Gong, ¿culto perseguido o secta peligrosa?


ÁNGEL MAESTRO

¿Qué es Falun Gong?, ¿qué hay detrás de dicho grupo?, ¿cómo nació? En 1988, Li Hongzhi, un empleado en una empresa nacional de víveres y aceite de la ciudad de Changchun, capital de la provincia china de Jilin, aprendió sucesivamente dos qigongs, un sistema especial que combina suaves ejercicios gimnásticos, concentración mental y control respiratorio. Más tarde los combinó con pasos de baile de procedencia tailandesa y así surgió el Falun Gong.

Así, de esta forma similar a la publicidad para occidentales de tantos autoproclamados maestros orientalistas en el control de la mente, comenzó lo que podría ser uno de tantas mezclas de orientalismo y de vividores, unos que fracasan y otros que se enriquecen. Li atendía a los enfermos con su propia energía mágica con lo que conseguía remuneraciones considerables. A sus decenas clientes cobraba entre 30 y 50 yuanes (entre tres y cinco euros), cifra considerable en la China de hace veinte años. Li tuvo varias denuncias por estafa y varias veces que devolver el importe de sus consultas, por algunos fracasos espectaculares en las curaciones, con casos a veces de fallecimiento.

En diciembre de 1994, Li no se contentó con su auto definición de maestro de qigong, sino que añadió la de Buda Supremo del Universo. Alteró su nada espectacular biografía de dependiente de almacén para presentar la de un ser predestinado desde los ocho años de edad, dotado de poderes mágicos, con capacidad de mover e inmovilizar objetos sin tocarlos, poseedor de control mental y de la facultad de hacer invisible su cuerpo. Al llegar a su madurez comprendía completamente las verdades de la vida y del universo, conocía el pasado de los humanos y predecía el futuro. Pedía a sus adeptos que comprasen su foto sagrada, ante la que deberían hacer reverencias todas las mañanas y noches.

Un enviado que fue dependiente de almacén

Explotadas hábilmente todas esas particularidades de un ser superior, Li dejó de enseñar el Falun Gong a los practicantes y de tratar él mismo a los enfermos para concentrarse en la explicación y transmisión de la gran doctrina para la liberación del planeta Tierra, definida como “estación de basura en el Universo”, y alcanzar así el “estado perfecto” del budismo: el buda que trascendía la materia, el no ser. Li pronosticó que sus adeptos alcanzarían la perfección en 2002. Sin embargo, al llegar la fecha prometida Li Hongzhi se retractó, explicando entonces que no sería hasta 2012, e incluso más tarde, cuando se alcanzaría el estado perfecto. El truco recuerda a los Testigos de Jehová, y a sus impulsores, el juez Russell y Ruteford, cuando anunciaron el fin del mundo por primera vez para 1911 y a partir de entonces ellos y sus seguidores cambiaron varias veces el año.

Li Hongzhi fue acusado de impulsar a sus seguidores a considerar que el suicidio era el atajo para llegar al “estado perfecto”. Según su doctrina: “Serás un dios si puedes despojarte de la vida. Si no puedes serás sólo un ser humano”. Li incitaba a sus seguidores a la agresividad contra quienes rechazaban públicamente su doctrina, pues eran seguidores del diablo. Numerosos crímenes y agresiones se produjeron en China, de los que alcanzó especial notoriedad el caso de Wu Deqiao, ciudadano de Wujiang, provincia de Jiangsu. Cuando su esposa quería persuadirle de que abandonase sus prácticas de Falun Gong, consideró que ésta era el demonio y la cortó en pedazos con un cuchillo de cocina.

Más de veinte diarios y emisoras fueron asediados por militantes en protesta por haber revelado la nocividad de Falun Gong. El punto culminante fue el asedio por miles de manifestantes de Televisión de Pekín por miles de manifestantes. Las sedes de los gobiernos provinciales de Henan, Hubei y Guizhou fueron también rodeados por seguidores enfurecidos.

En julio de 1999, ante el estado de alarma causado por el fallecimiento de más de 1.400 seguidores del Falun Gong que, al encontrarse gravemente enfermos, rechazaban cualquier tratamiento médico (de nuevo encontramos cierta similitud con los testigos de Jehová, quienes prohíben las transfusiones de sangre), intervino el gobierno chino. En ese momento, se prohibieron sus actividades. Para entonces, los ingresos del Seminario de la Gran Doctrina de Falun habían crecido fabulosamente en millones de yuanes. A comienzos del siglo XXI los seguidores habían alcanzado en China la cifra de dos millones.

La riqueza del Buda

Li se exilió a los Estados Unidos alardeando de su espiritualidad y de su afán no lucrativo, pero un periodista del Wall Street Journal, Craig S. Smith, reveló que había comprado una vivienda con una superficie de 600 m2. cercana a la Universidad de Princenton (Nueva Jersey), valorada en un millón de dólares.

Los principales seguidores del buda que permanecían en China, Li Chang, Wang Zhiwen y Ji Liewu, fueron detenidos y sentenciados a muerte, con el rigor característico de las leyes comunistas chinas.

Pero Li trasladó el órgano central de China a Estados Unidos donde, naturalmente, podía desarrollar sus actividades casi sin peligro alguno, mientras siete miembros de su organización, entre ellos cinco mujeres y una niña de 12 años se inmolaron prendiéndose fuego en la famosa Plaza Tiananmen de Pekín.

La actividad de Falun Gong siguió desarrollándose vivamente, y así en junio de 2002 el satélite chino de Xinnuo I, encargado de la transmisión de señales de decenas de televisiones chinas fue objeto del ataque de una señal de Falun Gong, lo que pone de relieve una tecnología de ataque avanzada y la disposición de importantes recursos económicos. Con un considerable coste, la secta moviliza grupos a través de los países donde miembros del gobierno chino realizan vistas oficiales para protestar por lo que ellos califican de represión contra el “movimiento espiritual antiguo”. Cuando el presidente chino y secretario general del partido comunista, Hu Jintao visitó Madrid, hace algún tiempo, pudimos ver a un grupo de manifestantes de Falun Gong, sujetados por la Policía Nacional a las puertas del Palacio de Exposiciones en el Paseo de la Castellana.

Algo que parece antitético con el pacifismo, y ciertamente demostrativo de su capacidad económica y tecnológica, son los 252 ataques hasta 2008 contra satélites chinos, y también otros ataques a sistemas de comunicación, por ejemplo en la ciudad de Yangzhou.

En los últimos años Falun Gong está procediendo a cambios en su actuación. Con una reconocida habilidad propagandística carga las tintas en la exposición de pinturas, canto y baile, cinematografía, para que se destierre la idea de presentarla como una secta. Internet juega un papel importante en la actividad de Falun Gong. Pero si es preciso se emplea la agresividad con listas de nombres que no acepten al Falun Gong, o lo critiquen. Así, a mediados de 2008, se investigó y acusó al presidente del Comité Olímpico Internacional, el belga Jaques Rogge, por haberse opuesto a relacionar los Juegos Olímpicos con la política.


http://www.elmanifiesto.com, 17-12-08

Nueva York: récord de homeless

Alberto Armendariz
Para LA NACION, 14-12-08


NUEVA YORK.- Se los ve durmiendo en las estaciones de subte, arrinconados en las entradas de los edificios, cubiertos de cartones y plásticos en los bancos de las paradas de ómnibus. Empujados por la crisis económica, cada vez hay más gente viviendo en las calles de Nueva York, que, apenas comenzado el invierno, ha visto crecer en números récord el ingreso de familias enteras a los refugios de la ciudad.

Tan sólo el mes pasado, 1446 nuevas familias acudieron a las autoridades en busca de techo y comida, la mayor alza en un mes de que se tenga registro en los últimos 25 años. Ya hay 35.042 personas viviendo en los refugios de la ciudad; 15.153 de ellas son niños, de acuerdo con el Departamento de Servicios para la Gente Sin Techo, la agencia de la alcaldía que se encarga de los más desvalidos. Estas cifras no tienen en cuenta otros varios miles de personas que no buscan ayuda y permanecen a la intemperie, con lo que se estima que actualmente hay unos 50.000 homeless en la Gran Manzana.

"Vemos un incremento notable en el número de personas que quedan en la calle, y lo que más nos preocupa es que estamos tan sólo en las primeras etapas de la recesión. Todo indica que la situación se volverá más grave en los próximos meses", señaló a LA NACION Patrick Markee, de la Coalition for the Homeless, una organización no gubernamental que desde 1981 brinda asistencia a quienes viven en la calle.

Para la organización, el fuerte aumento en el número de homeless se debe a una combinación de la crisis económica, que ha dejado a muchas familias pobres sin empleo y sin recursos para pagar un alquiler, y a los recortes presupuestarios en los programas de prevención del desamparo que tiene la ciudad.

"El mayor aumento lo hemos notado en trabajadores de bajos salarios, relacionados con los sectores de servicios, empleados en empresas de limpieza, mensajeros en el distrito financiero o repartidores de comida, además de obreros de la construcción, una actividad que ha sufrido mucho en el último año", explicó Markee.

A Adrian Mink, 46, todavía le da vergüenza decir que hace cinco meses que vive en el refugio The Open Door, de la calle 41, detrás de la terminal de ómnibus. Hasta principios de año trabajaba haciendo changas en construcción, que apenas le permitían pagar el alquiler de un pequeño departamento en Staten Island, donde vivía con su esposa, Mariam, y su hija, Sarah, de un año. Pero tuvo un accidente de trabajo en su pierna derecha que lo dejó inmovilizado por dos meses, con costosos gastos médicos y un retraso en el pago de su renta que lo llevó a que fuera echado de su hogar.

"Mi mujer y mi hija se fueron a vivir a lo de una hermana suya en Nueva Jersey, a dos horas de aquí, y yo pedí techo en el refugio mientras buscaba otro empleo", contó a LA NACION, abrigándose con dos suéteres y un buzo antes de ir a su nuevo trabajo en la cocina de un restaurante, que aún no le da ingresos suficientes como para pagar un alquiler. Pero al menos recibe comida caliente todos los días.

Drásticos recortes
Aunque el alcalde Michael Bloomberg había logrado reducir hasta este año en un 19% el número de personas sin techo, la crisis económica lo llevó a tomar drásticas medidas de ahorro que incluyeron recortes de 3 millones de dólares en los programas de prevención del desamparo. Estos programas ofrecían viviendas económicas para familias de bajos recursos, préstamos para pagar alquileres y asesoría legal gratuita para quienes enfrentaban órdenes de desalojo. Y aunque se esperan nuevos ajustes para el presupuesto que se presentará en enero, las autoridades confían en que podrán manejar el flujo de nuevos homeless .

"No importa qué cantidades tengamos en la puerta de entrada, seguiremos brindando servicios efectivos y humanitarios a los individuos más vulnerables de la ciudad", subrayó el comisionado de Servicios para la Gente Sin Techo, Robert Hess, al anunciar un plan de camas y refugios temporales para el invierno en iglesias, sinagogas y mezquitas.

Se trata de parte de la iniciativa Código Azul, como se llama al plan de emergencia para resguardar a los desamparados frente al frío. La ciudad ha sumado no sólo a varias organizaciones religiosas, sino también a un ejército de voluntarios que los días en que el termómetro marca temperaturas por debajo de cero salen a las calles con bebidas calientes y mantas donadas para buscar a las personas que viven a la intemperie y ofrecerles acudir a los refugios.

El año pasado, cuatro homeless murieron a causa del frío. Este año, que se espera uno de los inviernos más crudos de la década, se teme que la cifra aumente considerablemente.


Los cristianos y la política


Mons. Fernando Sebastián - CARTAS DESDE LA FE Diario de Navarra 3.06.03

En noviembre del año pasado la Congregación para la Doctrina de la Fe, con expresa aprobación del Papa, publicó una Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas a la intervención de los católicos en la vida política. El texto de la Santa Sede se centra en la clarificación de algunas cuestiones de orden general.


Las convicciones
-1º. La fe cristiana extiende su influencia a todas las áreas de la vida, también a las actividades políticas. Éstas, en la medida en que son acciones humanas, tienen que estar reguladas y justificadas por unos criterios morales. Cuanto se pueda hacer en política, tiene una dimensión moral, arraigada en la naturaleza misma de las cosas y regida por la ley suprema del respeto a la dignidad y a los derechos de las personas. La vida política de un país no puede fundarse únicamente en el consenso de los diferentes grupos, sin ninguna referencia moral superior y objetiva. Un pueblo sin convicciones morales absolutas es un barco a la deriva.

Deben garantizar
-2º. Cualquier actividad política, concebida desde una visión cristiana de la vida, ha de entenderse y realizarse como un servicio efectivo a la comunidad, con el fin de proteger y favorecer el bien común de todos los ciudadanos. La búsqueda sincera del bien común es la indispensable justificación de cualquier institución o iniciativa política. Este bien común consiste en la promoción y garantía de las condiciones necesarias para que los ciudadanos puedan desarrollar su vida y disfrutar de los bienes comunes en las mejores condiciones posibles. En cualquier situación, las instituciones políticas deben garantizar a todos los ciudadanos el derecho a la vida y a la educación, a la sanidad, al trabajo y a la vivienda; la libertad de expresión, la capacidad de iniciativa y responsabilidad en el proyecto y realización de su propia vida.

Católicos consecuentes en cualquier partido
-3º. La fidelidad a las exigencias de la moral social cristiana suscita unas características y obligaciones comunes en la acción política de los católicos, independientemente de las preferencias políticas que tengan o de los partidos en que militen. En el momento presente, las principales exigencias éticas para el voto y la actividad política de los católicos son: la defensa de la vida humana desde el momento de su concepción hasta la muerte natural; la defensa y protección de la familia en todas sus implicaciones económicas, sociales, culturales y morales, sin equipararla a otras formas de vida posibles; la defensa de los menores y de los más débiles o necesitados, como pueden ser los inmigrantes, los sin trabajo, las mujeres amenazadas, los enfermos crónicos y terminales; la defensa de la libertad, de la convivencia y de la paz contra todas las agresiones, discriminaciones y amenazas; la protección de la libertad religiosa; la promoción de la justicia y la solidaridad entre los pueblos, las religiones y las diferentes culturas; el respeto y la defensa de las enseñanzas morales de la ley natural y de la fe cristiana en la inspiración de las relaciones y actividades sociales en los diferentes órdenes de la vida. Los católicos tenemos derecho a promover una política que esté de acuerdo con nuestras convicciones antropológicas, sociales y morales, siempre por métodos democráticos y de acuerdo con las exigencias del bien común y de las libertades civiles. Negarnos este derecho sería tanto como querer instaurar una política restrictiva y discriminatoria. Los políticos católicos tienen obligación de favorecer sincera y eficazmente estos objetivos. Dejar de hacerlo voluntariamente sería una grave omisión. Criticarlos por hacerlo sería intolerancia y discriminación.

Las convicciones y las medidas a tomar
-4º. A partir de unas convicciones morales comunes, los católicos tienen verdadera libertad para actuar en política según su mejor saber y entender y bajo su estricta responsabilidad personal. En estos asuntos, aun respetando las mismas normas morales, hay situaciones diversas y no pocos elementos opinables que dan lugar a opiniones distintas y a proyectos diferentes, todos legítimos, aunque no todos tengan el mismo valor. No conviene confundir la libertad y diferencia de opiniones y proyectos con el relativismo o indiferentismo moral. En el orden moral, como en el técnico y profesional, no todo es igual. Hay unas referencias objetivas y comunes, y las diversas iniciativas valen más o menos según respondan mejor o peor a los valores morales comúnmente reconocidos como garantía del bien personal y social. La idea de que la democracia necesita desarrollarse en un clima laicista y moralmente relativista no tiene un fundamento intelectualmente serio y esconde graves peligros prácticos. La política y los políticos tienen que sentirse guiados y regidos por unas referencias morales objetivas, superiores a ellos y respetadas por todos. Lo contrario abre el camino a la arbitrariedad y al autoritarismo civil, cultural y moral.

Los ciudadanos votantes
-5º. Estos criterios no valen sólo para los dirigentes políticos, sino que iluminan también la intervención de los ciudadanos en la vida política y en la gestión de los asuntos comunes mediante el ejercicio del voto y su intervención en la opinión pública. Los votantes tienen que apoyar con su voto a quienes mejor garanticen los diferentes elementos del bien común, en sus dimensiones materiales, culturales, morales y religiosas, según su propia importancia y las urgencias de cada lugar y de cada momento. Al votar, cada uno podemos defender nuestros derechos y buscar nuestros legítimos intereses, pero teniendo también en cuenta el bien de los demás y de todo el conjunto de la sociedad. El respeto a la verdad, la voluntad sincera de favorecer el bien general, la defensa decidida de la libertad, la justicia y la convivencia, en el marco del Estado de derecho, valen más que las agrias polémicas. Cuando la política se enreda en discusiones partidistas, dejando en segundo lugar las verdaderas necesidades de los ciudadanos, entramos en un proceso de deterioro que desprestigia las instituciones políticas y empobrece la vida de la comunidad social.

La Iglesia estimula a los cristianos a serlo en política
-6º. La Iglesia tiene la obligación y el derecho de instruir y animar a los cristianos para que ejerzan sus derechos y actúen en los diferentes momentos y niveles de la vida política en conformidad con las exigencias sociales y morales de la fe cristiana, sin perjuicio de la libertad y del legítimo pluralismo de los cristianos en materia política, en colaboración con los demás ciudadanos y sin instrumentar en ningún momento las instituciones o realidades eclesiales y cristianas a favor de sus ideas o intereses políticos. A la vista de estas consideraciones, cada uno tiene que ver qué ideas, qué líderes y qué instituciones políticas se acercan más y atienden mejor al bien común de todos los ciudadanos según la moral social de la Iglesia católica. Hay valores de orden moral que afectan al bien de las personas, de las familias y de los diferentes sectores de la vida social, cultural y económica, en donde los católicos tenemos que hacernos escuchar sin miedos ni titubeos, como puede hacer cualquier otro grupo. Y todo ello, no para provecho propio sino para el bien integral de nuestra sociedad. Estos mismos valores tienen que aparecer en la gestión de todos los políticos cristianos. En definitiva, la fe y la moral cristianas tienen que ser operantes en todas las esferas de la vida, también en las opiniones y actuaciones políticas.























Denunció la FAO un dramático aumento del hambre en el mundo


Elisabetta Piqué
Corresponsal en Roma


ROMA.- Aumenta dramáticamente el hambre en el mundo, que golpea a 963 millones de personas, 40 millones más que el año pasado y 115 millones más que en el bienio 2003-2005. Y la actual crisis financiera internacional podría agravar aún más la situación, según advirtió ayer la FAO, la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas, que presentó su informe anual sobre El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo .

Culpable de este "dramático así como rápido" aumento del número de "hambrientos crónicos" ha sido el fuerte incremento de los precios de los alimentos. Esto profundizó la inseguridad alimentaria en millones de pobres y redujo drásticamente la cantidad y la calidad de alimentos a su disposición.

"Los precios de los principales cereales han bajado en más del 50 por ciento respecto del pico de principios de 2008, pero siguen siendo 20% más altos con referencia a octubre de 2006", destacó el estudio de la FAO.

"Niños y mujeres embarazadas que están amamantando se encuentran en riesgo", advirtió el director general del organismo de la ONU, Jacques Diouf, que recordó que "los desórdenes registrados en países en vías de desarrollo son la señal de la desesperación causada por el aumento de los precios alimentarios".

Además, advirtió que "los efectos de la crisis serán más devastadores entre los pobres de las áreas urbanas y entre las mujeres que son jefas de familia".

La gran mayoría de las personas víctimas del hambre -907 millones- vive en países en desarrollo. De ellas, el 65% se concentra en siete países: la India, China, la República Democrática del Congo, Bangladesh, Indonesia, Paquistán y Etiopía.

Casi dos tercios -583 millones en 2007- viven en Asia, el continente más poblado, mientras que en el Africa subsahariana una de cada tres personas (236 millones en 2007) sufre de desnutrición crónica.

La mayor parte del incremento de hambrientos tuvo lugar en un único país: la República Democrática del Congo, como resultado de un conflicto generalizado y persistente. Este país africano pasó de 11 millones de desnutridos (en 2003-05) a 43 millones, con una proporción sobre la población total del 29 al 76%.

Récord inquietante
También en América latina y en el Caribe, que en 2007 habían logrado reducir el hambre, el alza del precio de los alimentos significó un aumento de personas hambrientas, estimadas en 51 millones el año pasado.

Con 963 millones de personas desnutridas en el mundo, un nuevo récord, el objetivo del Milenio de reducir a la mitad el hambre antes de 2015 parece inalcanzable.

"Hace falta voluntad política", dijo al respecto Diouf, que indicó que se necesitan 30.000 millones de dólares anuales para poder duplicar la producción agrícola mundial y eliminar así la crisis alimentaria.

"Invito a la comunidad internacional a no interrumpir sus donaciones", urgió el director de la FAO, que recordó que en la cumbre de junio último -a la que asistió la presidenta Kirchner- se había logrado cosechar un fondo de US$ 11.000 millones.

"Yo todavía no los vi -agregó-, pero fueron prometidos y son solamente una gota con respecto a lo que el mundo gasta cada año en armamento o en agricultura en los países desarrollados."

La Nación, 10-12-08


Mueren 8 niños por día por desnutrición


Paula Soler
LA NACION, 10-12-08


Ocho niños menores de cinco años mueren por día en la Argentina por desnutrición. La cifra fue denunciada ayer por Juan Carr, líder de la Red Solidaria e integrante del Centro de Lucha contra el Hambre, dependiente de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

El preocupante dato fue lanzado ayer en coincidencia con el anuncio de un estudio sobre desnutrición en el mundo, donde casi mil millones de personas la padecen. De ellas, 40 millones engrosaron la estadística este año. Este informe corresponde a la Federación de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), sobre lo que se informa por separado.

Carr dijo, además, que en la Argentina hay 2.100.000 personas que no tienen garantizado el acceso a una alimentación básica. Eso equivale a unas 330.000 familias.

Las cifras locales surgen de un entrecruzamiento de datos que realiza el Centro de Lucha contra el Hambre, de la UBA, a partir de informes de Unicef Argentina, del Ministerio de Salud de la Nación y de gobiernos provinciales.

Según ese organismo, el número de muertes por desnutrición en niños menores de cinco años, no obstante mantenerse alto, ha bajado entre 2003 y 2008, ya que hace cinco años 12 niños morían por día víctimas del hambre .

"Es bueno decir que en los últimos cinco años hay menos chicos que mueren por desnutrición, pero ocho es una cifra muy alta para que estemos conformes con esa baja", dijo Carr en diálogo con LA NACION.

Carr advirtió que se corre el peligro de que esa cifra se amesete y no siga bajando. Y, lo que es peor, que se incremente como consecuencia de la crisis global desatada este año.

"En los últimos tiempos el Gobierno trabajó muy bien en lo que son políticas sociales y el campo generó alimentos como nunca en su historia, además de trabajo. Pero el conflicto en el que están entrando nuevamente ambos actores, sumada la crisis económica mundial, son una amenaza", dijo.

En el país hay quienes creen que el dato de ocho muertes diarias está subvaluado. "Las cifras oficiales son un subregistro de la desnutrición. La desnutrición no se diagnostica al momento de morirse un niño. Se muere de un paro cardiorrespiratorio, de un broncoespasmo. La desnutrición es el telón de fondo y eso no se indica en las estadísticas", dijo a LA NACION Abel Albino, director de la Cooperadora de Nutrición Infantil (Conin).

"Nosotros profesionalizamos la lucha contra el hambre, tenemos 20 centros en todo el país y atendemos a más de 2000 chicos por día y educamos a sus madres. La única forma de sacarlos de esa miseria no es internándolos, sino enseñándoles la importancia de una buena nutrición. Por supuesto que al Estado le toca garantizar que esas personas tengan sus necesidades básicas satisfechas", opinó Albino.

Sergio Britos, nutricionista y director del Centro de Estudios Sobre Nutrición Infantil (Cesni), una ONG consultora de la Organización Mundial de la Salud (OMS), optó por marcar la destacar la baja en el número de muertes: "La desnutrición en el país está en franco descenso. En la década del ´80 la cantidad de chicos menores de 5 años que moría por desnutrición aguda era del 6%. Hoy hay 40.000 chicos con desnutrición aguda, por la cual muere el 1% según la encuesta nacional de nutrición realizada en 2005".

La desnutrición está vinculada directamente con la pobreza. Las últimas cifras oficiales al respecto son las recabadas en la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud, realizada por el Ministerio de Salud entre octubre de 2004 y enero de 2006. Según esos datos, en el país el 15% de los niños padecía entonces desnutrición crónica; el 5%, desnutrición aguda y, el 2%, desnutrición grave.

Los especialistas consultados coincidieron en que un mapa de la desnutrición servirá para aplicar políticas efectivas en lo nutricional, lo social y educacional. En el Centro de Lucha contra el Hambre se creó un mapa (http:// www.rutassolidarias.org.ar/site/index.html ) que ya relevó 1422 lugares, afectados por la desnutrición. Desde esa página la gente puede contribuir con trabajo voluntario.

Riesgo en la crianza de los niños

Bicéfalas

Dos tercios de los chicos del país se están "criando" con personas que no son sus madres, dice el informe sobre maternidad que publica el Clarín. Pero criar no significa solamente cuidar. Las madres que trabajan no deben recurrir al diccionario de sinónimos para saber que criar es también educar, dirigir, motivar, nutrir. Eso es lo que hacen miles de mujeres que dejan a sus hijos al cuidado de otras personas, mientras sus cabezas se parten en dos: la mitad queda en casa y la otra en el trabajo.

Ateos en busca de una Argentina secular


"Los ateos no podemos negar que la mayoría de la humanidad es creyente, y si bien preferiríamos un mundo libre de pensamiento mágico, vivimos en uno que no lo es y cada quien tiene derecho a conducir su vida basado en el argumento que prefiera. Es por eso que es fundamental la tolerancia y, aunque nuestra actitud frente a la vida es todavía minoritaria, tenemos derecho a pensar y expresarnos en voz alta, sin que esto se sienta como un ataque."

La reflexión forma parte de los fundamentos que llevaron a la realización del denominado 1º Congreso Nacional de Ateísmo que hoy tendrá su jornada de cierre en esta ciudad, y del que participaron más de 150 personas, entre ellos representantes religiosos e integrantes de entidades nacionales e internacionales que "comulgan" con el pensamiento agnóstico, como el Center for Inquiry, American Atheist, Club de la Razón y la Asociación para la Difusión del Pensamiento Racional.

El lema del encuentro, "Construyendo una ciudadanía tolerante y racional", ofrece pistas para entender las motivaciones de fondo: respetar las convicciones de todos, pero, al mismo tiempo, demandar que las convicciones religiosas no definan políticas públicas. ¿Por qué no tener, entonces, un protagonismo más fuerte, más activo, para alcanzar esas metas?, se preguntan.

Inquietudes con sabor a desafíos que, entre otras, se venían trabajando puertas adentro de las distintas entidades de ateos y agnósticos que encontraron un espacio común en este congreso.

"Hay prejuicios para con los ateos", anticipa Alberto de la Torre, físico doctorado en Alemania y hoy investigador del Conicet y profesor titular de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de Mar del Plata.

El congreso, que incluye un panel con participación de referentes de distintas religiones, fue concebido como una apertura al debate, al diálogo y a la tolerancia. Pero también como un punto de partida para organizaciones del ateísmo que aspiran a trabajar en conjunto sobre una base de objetivos comunes.

Uno de los más importantes: terminar con el vínculo que existe en el país entre el Estado y la Iglesia. "Es esencial la separación total", reclama Alejandro Borgo, presidente del Center for Inquiry, una organización internacional con sede en Colorado, Estados Unidos, y filiales en todo el mundo. "¿Por qué tenemos que mantener con nuestros impuestos a una determinada religión?", insiste. Una relación que está afianzada desde el artículo 2º de la Constitución Nacional de la República Argentina. "Hay que modificarlo", plantea Fernando Lozada, ingeniero mecánico, especialista en biotecnología y organizador de este congreso.

De la Torre habla entonces de la necesidad de una reforma de la carta magna para dar forma a una "Argentina secular". "No puede ser que esta Nación adhiera a una religión, hay que buscar que el Estado no tenga ningún compromiso con las religiones", destaca el físico.

Cristina Ferreira, presidenta de ArgAtea, una entidad de nivel nacional que tiene casi 300 representantes en sus filiales de todo el país, advierte que el planteo se debe ver desde el laicismo. "No queremos un representante de los ateos en la toma de decisiones sino que todos tengamos igualdad civil y todos nos sintamos representados por el Estado", reclama en su charla con LA NACION.

Atentos a las diversas expresiones del ateísmo militante en Europa, los organizadores confían en que esa ola llegará hasta aquí, más tarde o más temprano, pero con similar intensidad. De la Torre entiende que el nivel de conocimiento tiene vital incidencia en las creencias. "Hay una relación clarísima entre religión e ignorancia", asegura. Y cita una encuesta entre la población general en la que confirman que el 90% de los consultados cree en Dios. Pero como contracara, cita otra que se hizo en Estados Unidos entre miembros de un organismo similar al Conicet local y los resultados fueron exactamente inversos: sólo el 10% creía en Dios. "Y entre los biólogos se llegó al 95% de ateos", insiste.

Críticas y autocríticas
Los ateos sienten que los avances de la ciencia han acorralado a la religión y sus explicaciones de un universo creado por Dios. Y en ese sentido, De la Torre destaca el crecimiento de la física en los últimos años, que tomó la posta de los logros que tuvo la biología en décadas anteriores. Y recuerda también la famosa "máquina de Dios", el experimento con el que se intentó este año recrear los orígenes del universo. "En realidad -dice convencido- debería llamarse la máquina que demuestra que Dios no es necesario."

Para quienes participan de la organización del encuentro, la posibilidad de discutir estos temas incluso con referentes religiosos es una forma de enriquecer un debate que, en ocasiones, puede dar lugar a las ofensas. "Cuando la discusión sobre el pensamiento religioso no se da de manera racional -consideran- puede caerse fácilmente en la intolerancia".

Pero también se plantea una crítica puertas adentro. Los organizadores cuestionan a algunos ateos que ofenden, en particular desde la alternativa que ofrecen los blogs para comunicar ideas. "El activismo ateo no es para insultar al creyente sino para llevar argumentos para que el creyente se enfrente con su propia racionalidad", explica De la Torre.

Y Lozada recuerda a aquellos ateos que terminan haciendo dogmas de determinados conceptos y transitan así por un sendero peligroso porque tampoco admiten la posibilidad de un diálogo.

Sin duda, la presencia de los representantes de las distintas religiones -fueron invitados para hablar sobre "¿Qué piensan las religiones del ateísmo?" el padre Hugo Segovia, de la Iglesia Católica; Daniel Somerstein, en representación del judaísmo; el dirigente musulmán Kamel Gómez y el pastor metodista Jaime Wheeler- contribuye a darle consistencia al declarado objetivo de fomentar el pensamiento crítico y la tolerancia.

Así lo siente uno de ellos, el padre Hugo Segovia, al frente de la parroquia San Carlos Borromeo. "Es un encuentro impensado hace 30 o 40 años atrás y ofrece un aporte a un debate positivo, sin confrontaciones, sin buscar en el otro a un enemigo", dice Segovia que ni siquiera consideró necesario solicitar autorización al obispado. "La Iglesia -destacó en diálogo con LA NACION el viernes, día en que se inauguró el congreso- dialoga con todos, con sus cristianos y también con quienes profesan otra fe o directamente dicen que no la tienen."

Fiel a sus convicciones y con ánimo amigablemente provocador, De la Torre desafía: "Estamos convencidos de que si se nos presenta una prueba irrefutable de la existencia de Dios, nadie lo dude, dejaremos de ser ateos".

Darío Palavecino
© LA NACION, 7-12-08




La Política: obligación moral del cristiano (1)


Mario Meneghini

El libro que se presenta, procura sistematizar la doctrina aplicable en la participación política de los católicos, según el Magisterio de la Iglesia. Ante la ausencia pertinaz de muchos laicos católicos en la vida cívica, es necesario tener en cuenta que en política, como en la física, no existe el vacío. Cuando los buenos ciudadanos no se ocupan de la cosa pública –decía Sarmiento- son los delincuentes y aventureros quienes acceden al gobierno.
El catolicismo posee una doctrina política, que integra la Doctrina Social de la Iglesia, y, como ésta, es obligatoria para los bautizados. Nos preocupa, por eso, que, desde hace tiempo, importantes intelectuales que profesan nuestra misma fe, difundan criterios que conducen a abstenerse de participar en la vida cívica, poniendo en duda la ortodoxia de quienes sostenemos lo contrario. La polémica no se limita a las cuestiones operativas, opinables por definición, sino que incluyen la interpretación de los principios, sobre los cuales no puede haber discrepancia.

En 2002, la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida entonces por el Cardenal Ratzinger, promulgó una Nota Doctrinal sobre la responsabilidad de los católicos en la vida pública. Es el último documento de la Iglesia sobre esta materia, pero el mismo no hace más que actualizar el magisterio anterior; baste señalar que cita expresamente (Ref. 11) las principales encíclicas anteriores al Concilio Vaticano II:

-De León XIII: Diuturnum illud
Immortale Dei
Libertas

-De Pío XI: Quadragesimo anno
Mit Brennender sorge
Divini Redemporis

-De Pío XII: Summi Pontificatus

Es cierto que una encíclica puede contener en su texto alguna frase confusa o ambigua, que justifique la duda o la discrepancia, pero, cuando sobre un mismo tema se expiden del mismo modo docenas de documentos, de varios Papas, no puede quedar dudas de que se trata de la doctrina auténtica. En la Nota Doctrinal no existe ninguna contradicción con las encíclicas citadas, ni con ninguno de los 59 documentos que integran la compilación de la Biblioteca de Autores Católicos (tomo “Doctrina Política”).

En esta oportunidad, voy a resumir el tema enfocando el análisis en dos párrafos de la Nota Doctrinal:

“(en) las actuales sociedades democráticas todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes” (p. 1).

“generalmente puede darse una pluralidad de partidos en los cuales pueden militar los católicos para ejercer su derecho-deber de participar en la construcción de la vida de su país” (3).

Estas dos frases incluyen los tres ejes de la polémica actual: la democracia – los partidos – el voto. Uno de las causas de la discrepancia radica en no distinguir entre lo doctrinal y lo prudencial, lo que conduce a asignarle a las propias preferencias sobre temas instrumentales la categoría de principios. La posición rigorista llega a extremos insólitos; el Profesor Stan Popescu, prestigioso autor, sostiene: “Durante dos mil años, la humanidad se desarrolló y evolucionó sin política”; “La filosofía de la política va ligada estrechamente a la teología del infierno” (2).
El enfoque realista de la política, queda expuesto en una frase de Ratzinger: ser sobrios y realizar lo que es posible, en vez de exigir con ardor lo imposible. Analicemos la posición oficial de la Iglesia con respecto a los tres ejes mencionados.

Democracia

Distinguidos intelectuales católicos sostienen que la democracia conduce inevitablemente a la perversión, utilizando dicho vocablo como si fuera unívoco, cuando es polisémico. El magisterio condenó el liberalismo político y sus derivados, el mito de la soberanía del pueblo y la democracia como forma de gobierno. Sin embargo, desde Pío XII consideró conveniente referirse a la democracia como forma de Estado o régimen político, que se opone al totalitarismo y procura el bien común, siendo compatible con cualquier forma lícita de gobierno. Es una manera de designar la legitimidad de ejercicio, y resulta aceptable, si cumple determinados requisitos. La última formulación se encuentra en la encíclica Centesimus Annus:

“La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que:
-asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas
-y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes,
-o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica”.

Al decir que “aprecia” el sistema de la democracia, queda en claro que no lo considera el único posible, pero sí lícito. Coincidiendo con el enfoque doctrinario, un famoso tratadista de Derecho Constitucional, Bidart Campos, aporta esta definición:
“La democracia es una forma de Estado que, orientada al bien común, respeta los derechos de la persona humana, de las personas morales e instituciones, y realiza la convivencia pacífica de todos en la libertad, dentro del ordenamiento de derecho divino y de derecho natural” (Doctrina del Estado Democrático).

Partido político

Uno de los aspectos más criticados de la política contemporánea es el de la representación, puesto que el sistema de partidos degenera frecuentemente en la partidocracia. Como en tantos campos de la actividad humana, también en éste la legislación tiende a favorecer indebidamente a quienes dictan la ley, que son, precisamente, aquellos que se postulan para los cargos públicos. Pero el instrumento en sí no es necesariamente malo, y por eso la Constitución Gaudium et Spes reconoce que es conforme a la naturaleza humana que se constituyan dichas estructuras para agrupar a los ciudadanos, según sus preferencias.

En el mundo contemporáneo, en la casi totalidad de Estados, existen sistemas pluripartidarios o de partido único; las pocas excepciones consisten en Estados con gobiernos de facto. Pero, aún en esos casos, la experiencia del último siglo indica que, luego de períodos transitorios, se produce el eterno retorno de los partidos. No se ha logrado articular una forma de convivencia que pueda prescindir de los mismos en la actividad política. Procurar el reemplazo de los procedimientos actuales de selección de los gobernantes, constituye un noble esfuerzo, siempre que la alternativa propuesta sea factible y no una fórmula teórica, para ser aplicada en un futuro indefinido.
Sobre esto escribió Pablo VI: “La apelación a la utopía es con frecuencia un cómodo pretexto para quien desea rehuir de las tareas concretas refugiándose en un mundo imaginario. Vivir en un futuro hipotético es una coartada fácil para deponer responsabilidades inmediatas” (O.A., 37).

Debe reflexionarse, además, en que hoy más que nunca la actividad gubernamental es tremendamente compleja y requiere una formación adecuada, que se adquiere luego de muchos años de estudio y experiencia. Precisamente, porque no aceptamos la ilusión populista de que cualquier persona puede desempeñar un cargo público, ni bastan la honestidad y el patriotismo para gobernar con eficacia, es que pensamos que resulta imprescindible constituir grupos de hombres con auténtica vocación política, que se preparen seriamente para gobernar. Y, por ahora, no hay otra vía idónea que la que ofrecen los partidos, que se fundamentan -o deberían hacerlo- en una cosmovisión global y elaboran programas con las soluciones que proponen para cada uno de los problemas que debe afrontar el Estado. De todos modos, aclara el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia que la adhesión de los católicos a un partido nunca será ideológica sino siempre crítica (573). Por consiguiente, con esos recaudos, pueden incorporarse a uno, crear uno nuevo, o simplemente apoyar al que les parezca más confiable.

El voto

Suele mencionarse una frase de Pío IX, para justificar la ausencia en todo proceso electoral: sufragio universal, mentira universal. Pese a las objeciones que puedan hacerse a dicho método –que se aplica actualmente en todos los países-, nunca la Iglesia ha afirmado que votar, estando vigente dicho sistema, implique una falta; por el contrario, exhorta a votar como exigencia moral, según se indica taxativamente en el Catecismo (p. 2240) y en Gaudium et Spes (p. 75). Carece de toda lógica suponer que dichos documentos se refieren al voto en sentido abstracto, y no a la forma de votar que rige en el mundo contemporáneo.
Por otra parte, el sufragio universal se limita a habilitar a todos los ciudadanos a participar en la elección de los gobernantes, en igualdad de condiciones. No es sinónimo de sistema electoral, que es el que suele contener aspectos criticables, que impiden una adecuada representación de la ciudadanía, y que nunca será modificado sin la participación activa de quienes se oponen a él.
Consideramos que no pueden negarse a intervenir en la vida cívica, por defectuosa que sea la forma actual de las instituciones. León XIII enseñó al respecto que: “No acuden ni deben acudir a la vida política para aprobar lo que actualmente puede haber de censurable en las instituciones políticas del Estado, sino para hacer que estas mismas instituciones se pongan, en lo posible, al servicio sincero y verdadero del bien público... “(Immortale Dei, 22).

Hecho el análisis precedente, se advierte que la empresa de reconstruir el orden social no es sencilla ni fácil, y los católicos debemos aceptar la guía de la Iglesia, cuya experiencia milenaria resulta invalorable, sin olvidar que es depositaria de la Verdad. Como expresaba Chesterton, no quiero una religión que tenga razón cuando yo tengo razón, quiero una religión que tenga razón cuando yo me equivoco. Pues bien, la doctrina de la Iglesia en materia de regímenes políticos, nos enseña que, en el terreno de las ideas, los católicos pueden preferir uno u otro, incluso llegar a precisar cuál es el mejor, en abstracto, puesto que la Iglesia no se opone a ninguna forma de gobierno legítimo. Pero, en cada sociedad, las circunstancias históricas van creando una forma política específica, que rige la selección y reemplazo de los gobernantes. Y, como toda autoridad proviene de Dios, cuando se consolida de hecho un régimen político determinado, “su aceptación no solamente es lícita, sino incluso obligatoria, con obligación impuesta por la necesidad del bien común...” (Au Milieu des Sollicitudes; p. 22, 23, 15).

Si en este siglo se ha producido un alejamiento de los católicos de la actividad política, ello se debe a un menosprecio de la misma -la "cenicienta del espíritu", según Irazusta-, y a una cierta pereza mental que impide imaginar soluciones eficaces para enfrentar los problemas espinosos que plantea la época.
Nunca como hoy la Iglesia ha insistido tanto en el deber cristiano de actuar en la vida social y política. Llama la atención la precisión y severidad con que Juan Pablo II advierte que: “...los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política.” (...) Las acusaciones de arribismo, de idolatría del poder, de egoísmo y corrupción que con frecuencia son dirigidas a los hombres del gobierno, del parlamento, de la clase dominante, del partido político, como también la difundida opinión de que la política sea un lugar de necesario peligro moral, no justifican en lo más mínimo ni la ausencia ni el escepticismo de los cristianos en relación con la cosa pública”. (Chistifedelis Laici, 42).

Que no es imposible ni inútil la empresa, lo demuestra la actuación de tantos dirigentes católicos que, sin renegar de su fe, trabajaron en este campo en consonancia con el bien común. Mencionaremos sólo tres casos de políticos del siglo XX, que están en proceso de beatificación:
-Giorgio La Pira (Alcalde de Florencia)
-Robert Schuman (uno de los fundadores de la Unión Europea)
-Julius Nyerere (Presidente de Tanzania, durante 25 años)

Considero inaceptable, entonces, la actitud de algunos distinguidos intelectuales de negarse a participar en la vida cívica, por considerar cuestionable la misma Constitución y el sistema electoral que de ella deriva, y promover la abstención como única conducta válida para quienes rechazan la teoría de la soberanía popular. Por el contrario, la obligación moral de participar será tanto más grave, cuanto más esenciales sean los valores morales que estén en juego.
Estimo que, sostener en vísperas de toda elección, que es inútil y hasta una falta moral ejercer el voto, pues todos los candidatos son malos y todos los programas defectuosos, revela una apreciación equivocada de la actividad política.
Para cada sociedad política, pueden existir, simultáneamente, tres concepciones del régimen político: el ideal, propuesto por los teóricos; el formal, promulgado oficialmente; y el real -o constitución material-, surgida de la convivencia que produce transformaciones o mutaciones en su aplicación concreta. De modo que negarse a reconocer una constitución formal, implica, a menudo, enfrentarse con molinos de viento, limitándose a un debate estéril, porque, además, no se tiene redactada la versión que se desearía que rigiera.

Si, como afirma Aristóteles, es imposible que esté bien ordenada una polis que no esté gobernada por los mejores sino por los malos, resulta imprescindible la participación activa de los ciudadanos para procurar seleccionar a los más aptos y honestos para el desempeño de las funciones públicas. Nos alienta a continuar en el arduo camino de servir al bien común, con los instrumentos disponibles, el consejo de Santo Tomás Moro, Patrono de los Gobernantes y los Políticos:
"La imposibilidad de suprimir en seguida prácticas inmorales y corregir defectos inveterados no vale como razón para renunciar a la función pública. El piloto no abandona su nave en la tempestad, porque no puede dominar los vientos".


Referencias

1) Exposición en el acto de presentación del libro del autor “La Política: obligación moral del cristiano”; Córdoba, Editorial Del Copista, 2008.

2) “Psicología de la política”; Buenos Aires, Euthymia, 1991.

Propuesta de "despenalizar" homosexualidad esconde mucho más



El Vaticano expresó su recelo ante la propuesta que Francia, como presidente de turno de la Unión Europea (UE), plantea presentar ante la ONU para exigir la "despenalización" universal de la homosexualidad.

En unas declaraciones que recoge la prensa romana, el representante permanente del Vaticano ante la ONU, monseñor Celestino Migliore, expresa su recelo ante la iniciativa de Francia, que, según fuentes oficiales francesas, pretende iniciarse el próximo 10 de diciembre. "El catecismo de la Iglesia católica dice, y no desde hoy, que en lo que respecta a las personas homosexuales se debe evitar cualquier muestra de injusta discriminación. Pero aquí la cuestión es otra", dice monseñor Migliore en una entrevista a la agencia de noticias francófona I.Media, especializada en temas vaticanos.

"Con una declaración de valor político, suscrita por un grupo de países, se pide a los Estados y a los mecanismos internacionales de actuación y control de los derechos humanos que añadan nuevas categorías protegidas de la discriminación, sin tener en cuenta que, si se adoptan, éstas mismas crearán nuevas e implacables discriminaciones", añade. Por ejemplo, dice el representante del Vaticano ante la ONU, "los Estados que no reconocen la unión entre personas del mismo sexo como 'matrimonio' serán puestos en la picota y serán objeto de presiones". Monseñor Migliore asegura que todo lo que va en favor del respeto y de la tutela de las personas forma parte del patrimonio humano y espiritual de la Iglesia Católica.

La secretaria de Estado francesa de Derechos Humanos, Rama Yade, anunció el pasado 17 de mayo, con motivo de la Jornada Internacional contra la homofobia, la intención de su Gobierno de llevar la despenalización universal de la homosexualidad ante la ONU durante su periodo de presidencia de la UE, que finaliza el 31 de diciembre.

La Santa Sede contra la discriminación injusta de homosexuales
Por su parte, el portavoz vaticano, padre Federico Lombardi, ante interpretaciones de algunos medios de comunicación, aclaró que la Santa Sede está en contra de las injustas discriminaciones de los homosexuales.

El padre Lombardi emitió una declaración con la que comenta la oposición expresada en una entrevista por monseñor Migliore a la propuesta presentada por Francia de aprobar la despenalización universal de la homosexualidad, que podría incluir al mismo tiempo la imposición del matrimonio homosexual en la legislación de los diferentes países.

Respondiendo a las preguntas de periodistas, el director de la Oficina de Información de la Santa Sede aclaró: "Obviamente nadie quiere defender la pena de muerte para los homosexuales, como alguno quisiera dar a entender".

"Los conocidos principios del respeto de los derechos fundamentales de la persona y del rechazo de toda injusta discriminación -reconocidos claramente por el mismo Catecismo de la Iglesia Católica- excluyen evidentemente no sólo la pena de muerte, sino todas las legislaciones penales violentas o discriminatorias en relación con los homosexuales".

El número 2358 del Catecismo de la Iglesia Católica afirma: "Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. No eligen su condición homosexual; ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba".
"Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta -pide el Catecismo-. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición".

Según el portavoz vaticano, la propuesta francesa no sólo busca "despenalizar la homosexualidad", "sino además introducir una declaración de valor político que puede derivarse en sistemas de control, según los cuales, toda norma -no sólo legal, sino también relativa a la vida de los grupos sociales o religiosos- que no ponga exactamente en el mismo nivel toda orientación sexual podría ser considerada como contraria al respeto de los derechos del hombre".

"Esto puede convertirse claramente en un instrumento de presión o discriminación ante quien, sólo por poner un ejemplo muy claro, considera que el matrimonio entre un hombre y una mujer es la forma fundamental y originaria de la vida social y como tal ha de ser privilegiado", aclaró el padre Lombardi.

"No es casualidad que menos de 50 estados miembros de las Naciones Unidas hayan adherido a esta propuesta, mientras que más de 150 no han adherido. La Santa Sede no es la única", concluyó.


AICA, 3-12-08

Utopía y política


José María Iraburu

El número de los necios es infinito
Resulta duro decirlo, pero es la verdad: «el número de los necios es infinito» (Ecl 1,15). Hoy, quizá por soberbia de especie humana, por democratismo o por lo que sea, esta verdad suele mantenerse silenciada. Sin embargo, no por eso deja de ser verdadera. La descubre fácilmente la razón natural; pero además es Palabra divina: «ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición, y son muchos los que por ella entran» (Mt 7,13).

Los autores espirituales, como Kempis, lo han dicho siempre: «son muchos los que oyen al mundo con más gusto que a Dios; y siguen con más facilidad sus inclinaciones carnales que la voluntad de Dios» (Imitación III,3,3). Y el mismo Santo Tomás, tan bondadoso y sereno, señala la condición defectuosa del género humano como algo excepcional dentro de la armonía general del cosmos:
«Sólo en el hombre parece darse el caso de que lo defectuoso sea lo más frecuente (in solum autem hominibus malum videtur esse ut in pluribus); porque si recordamos que el bien del hombre, en cuanto tal, no es el bien del sentido, sino el bien de la razón, hemos de reconocer también que la mayoría de los hombres se guía por los sentidos, y no por la razón» (STh I,49, 3 ad5m). Todo esto, claro está, tiene consecuencias nefastas para la vida política de la sociedad humana, pues «la sensualidad (fomes) no inclina al bien común, sino al bien particular» (I–II,91, 6 præt.3). Y si la verdadera prudencia es la única capaz de conducir al bien común, reconozcamos que «son muchos los hombres en quienes domina la prudencia de la carne» (I–II,93, 6 præt.2).

Los hombres muy buenos, así como los muy malos, son muy pocos; lo que en uno u otro grado abunda y sobreabunda es la mediocridad. La misma palabra nos hace ver que corresponde al nivel medio de los conjuntos humanos. Y hay que precisar aquí que se trata de una mediocridad mala, maligna, cuya expresión política, por ejemplo, en un régimen democrático, está muy lejos de llevar a la perfección.

Incapacidad política para la perfección
Se equivocan profundamente los hombres idealistas cuando ponen su esperanza de perfección en la política; y se ven necesariamente defraudados. La política no puede conducir a la perfección humana comunitaria. No puede conseguir esto una acción política apoyada, de un modo u otro, en una mayoría en la que predomina la sensualidad y la imprudencia. Los políticos democráticos, concretamente, saben bien que el pueblo es ignorante y egoísta, como suelen serlo ellos mismos; pero le hablan como si fuera esclarecido, infalible y noblemente altruísta… Todos saben que el pueblo, convenientemente manipulado, preferirá a Barrabás antes que a Cristo, y reclamará la muerte del justo «a grandes voces» (Mt 27,23).

Sólamente la comunicación de un espíritu nuevo puede renovar las personas y traer consigo comunidades e incluso sociedades realmente nuevas.
No. La perfección, al menos en términos relativos, puede ser pretendida con esperanza en el empeño personal ascético y en el intento comunitario; pero en la tarea social política, fuera de coyunturas históricas excepcionales, y aún entonces, no puede aspirarse a la perfección, sino a reducir el mal y a acrecentar el bien lo más posible, y a crear un orden de convivencia estable, en el que, eso sí, puedan florecer libremente las perfecciones personales y comunitarias.

La nobilísima actividad política
El cristianismo ha considerado siempre que, entre todas las actividades seculares, la función política es una de las más altas, pues es la más directamente dedicada al bien común de los hombres….En la encíclica Populorum progressio hace Pablo VI una llamada urgente: «Nos conjuramos en primer lugar a todos nuestros hijos. En los países en vías de desarrollo, no menos que en los otros, los seglares deben asumir como tarea propia la renovación del orden temporal [...] Los cambios son necesarios; las reformas profundas, indispensables: deben emplearse resueltamente en infundirles el espíritu evangélico. » (81: 1967). Un cristiano debe en conciencia –es un grave deber– dedicarse a la política cuando Dios le concede estas cuatro condiciones concretas:

1.– Vocación. Todos los cristianos, sin duda, deben colaborar políticamente al bien común, cada uno en su trabajo y profesión, y en cuantos modos les sean posibles en cuanto ciudadanos activos y responsables. Pero es también indudable que para dedicarse más en concreto a la labor política, el cristiano requiere una vocación especial: «No basta decir –escribe Maritain– que la misión temporal del cristiano es de suyo asunto de los laicos. Es preciso decir también que no es asunto de todos los laicos cristianos, ¡ni mucho menos!, sino sólamente de aquéllos que, en razón de las circunstancias, sienten a este respecto eso que se llama una vocación próxima. Y no será necesario añadir todavía que esa llamada próxima no es bastante: que se requiere también una sólida preparación interior» (Le paysan 70).

2.– Virtud. Efectivamente, una sólida preparación interior. Por muchas razones evidentes «el que gobierna debe poseer las virtudes morales en grado perfecto» (Santo Tomás, Política I,10, 7). En efecto, quien se dedica a la vida política necesita, para no causar grandes daños, tener de modo eminente virtudes como abnegación, caridad, sabiduría, veracidad, fortaleza, justicia, prudencia, etc.; porque de sus actos se siguen con frecuencia muy importantes consecuencias para todo el pueblo; y porque en el desempeño de su alta misión ha de resistir tentaciones especialmente graves –de soberbia, falsedad oportunista, enriquecimiento injusto, etc. –.

No pocas veces los políticos cristianos han de ser vistos con mucha compasión. Sirven muchas veces un oficio que les viene grande. Han asumido un ministerio para el que no han sido ni siquiera rudimentariamente preparados –también hay culpas de omisión en quienes no les han dado la doctrina católica sobre su altísimo ministerio–. Y les falta virtud, virtudes personales. Es posible que un zapatero, aunque no sea muy virtuoso, desempeñe su oficio dignamente. Pero un político cristiano, si no es muy virtuoso, ciertamente cumple su oficio de un modo indigno. Algo semejante le ocurre al sacerdote, cuyo ministerio es tan alto que si no se cumple muy bien, probablemente se cumple muy mal, al menos en algunos aspectos. Lo mismo dice San Juan de la Cruz cuando se refiere al director espiritual: «el que temerariamente yerra, estando obligado a acertar, como cada uno lo está en su oficio, no pasará sin castigo, según el daño que hizo» (Llama 3,56). Por eso él aconseja que no ejerza el ministerio de la dirección quien por una u otra razón –no necesariamente culpable– no es idóneo para servirlo dignamente. Todo esto ha de aplicarse al político cristiano.

3.– Conocimientos. Para ser un buen político no bastan las virtudes morales, sino que se requieren una serie de conocimientos históricos y jurídicos, sociales y económicos, así como otras habilidades prácticas, que no pueden darse por supuestos. Aunque muchas veces en la vida política se estime otra cosa, no vale en ella aquella norma de que «la falta de armas se suplirá con valor».
He dicho antes que el político necesita tener en alto grado las virtudes; pero no se olvide aquí que la posesión de un hábito virtuoso no implica necesariamente la facilidad para ejercitarlo, ya que pueden darse factores extrínsecos que impiden ese ejercicio o pueden faltar aquéllos que son necesarios (STh I–II,65, 3). Por muy virtuoso que sea un cristiano, mal podrá servir la acción política si no sabe expresarse bien, si le falla la salud, o sobre todo si carece de la formación suficiente en temas jurídicos, económicos, administrativos, etc. Necesita poseer un nivel suficiente de conocimientos y cualidades personales.

4.– Posibilidad histórica. Para que el cristiano pueda servir en el nobilísimo oficio de político necesita, pues, vocación y virtud; pero necesita también posibilidad histórica concreta. En los primeros siglos de la Iglesia, por ejemplo, apenas era posible que los cristianos, estando proscritos por la ley, pudieran servir en la política al bien común. Se dieron en esto algunas excepciones, pero en niveles políticos modestos y en zonas periféricas del Imperio. Y actualmente estamos en condiciones bastante semejantes.

Doctrina política de la Iglesia
Los políticos cristianos, por otra parte, si han de servir realmente al bien común de la sociedad, impregnándola cuanto sea posible de Evangelio, necesitan conocer y ser fieles a la doctrina política de la Iglesia (+Luis Mª Sandoval).
Y antes de recordar sus principios fundamentales, es preciso recordar que existe una doctrina política de la Iglesia, y que es de altísima calidad, aunque en los últimos decenios venga siendo silenciada e ignorada. En efecto, si consultamos, por ejemplo, los Documentos políticos de la Doctrina Pontificia publicados por la Biblioteca de Autores Cristianos (1958, nº 174), vemos que en un período de unos cien años, entre 1846 y 1955, es decir, entre Pío IX y Pío XII, esta antología, que incluye un buen número de encíclicas, recoge nada menos que 59 documentos. Por el contrario, en la segunda mitad del siglo XX, aunque hay una gran abundancia de documentos sociales, apenas se han producido documentos políticos. Se han hecho, eso sí, en nuestra época muchas llamadas al compromiso político de los cristianos, especialmente en el concilio Vaticano II. Pero aparte de algún discurso ocasional –en la ONU, por ejemplo, y aún en esos casos–, se ha propuesto muy escasamente la doctrina política cristiana. En términos generales, puede decirse que en la segunda mitad del siglo XX el Magisterio apostólico no ha producido ningún documento importante sobre doctrina política. Algunos temas se tocan, por ejemplo, en la encíclica Centesimus Annus (1991: 44–48). Y una de las enseñanzas más notables de la doctrina política de la Iglesia se ha dado, de forma ocasional, en la encíclica Evangelium vitæ (1995: p. ej., 20–24, 69–77). Juan Pablo II recuerda ahí con enérgica claridad unos cuantos principios de la vida política muy olvidados entre los cristianos de hoy –lógicamente, por lo demás, ya que «la fe es por la predicación» (Rm 10,17).

Principios fundamentales de doctrina política cristiana
Recordemos, pues, algunos de los rasgos principales de la doctrina de la Iglesia en materias políticas. Ello nos ayudará a apreciar las posibilidades concretas que los cristianos tienen hoy para introducirse y actuar en el campo de la política.

La autoridad política viene de Dios, sea constituída por herencia dinástica, votación mayoritaria, acuerdo entre clanes o de otros modos lícitos. No hay autoridad que no provenga de Dios, pues cuantas existen por Dios han sido establecidas. Por tanto, deben ser obedecidas «en conciencia» (Rm 13,1–7; 1Pe 2,13–17).

El liberalismo y todos sus derivados –socialismo, comunismo, nazismo, etc.– niegan frontalmente esa verdad. La soberanía del poder político se fundamenta sólamente en el hombre, por encima de la soberanía de Dios y, si llega el caso, contra ella. Es, pues, un ateísmo práctico, con el que hoy la mayoría de los políticos cristianos de Occidente están prácticamente de acuerdo, y algunos, al parecer, teóricamente también. Según el liberalismo vigente, «la razón humana, sin tener para nada en cuenta a Dios, es el único árbitro de lo verdadero y de lo falso, del bien y del mal; es ley de sí misma; y bastan sus fuerzas naturales para procurar el bien de los hombres y de los pueblos» (Pío IX, Syllabus 3: 1864; +Cto.–M 132–137).

Toda alusión a Dios, por consiguiente, debe ser evitada en la vida política, pues es contraria a la unidad y la paz entre los ciudadanos, y causa previsible de separación y enfrentamientos. El bien común político ha de ser, pues, buscado «como si Dios no existiera». Y la fe personal que puedan tener los políticos cristianos debe quedar silenciada y relegada a su vida privada.

Innumerables documentos de la Iglesia, especialmente entre 1850 y 1950, como he dicho, rechazan esa doctrina y anuncian las nefastas consecuencias que con toda seguridad traerá consigo su aplicación práctica. Y también el Vaticano II afirma que es completamente falsa «una autonomía de lo temporal que signifique que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia a Dios» (GS 36d). En efecto, hay que «rechazar la funesta doctrina que pretende construir la sociedad prescindiendo en absoluto de la religión» (LG 36d). En ésas estamos, sin embargo. Sin duda es en esa hipótesis, convertida muchas veces en tesis, como ejercen su actividad de hecho la gran mayoría de los políticos cristianos de Occidente.

Las leyes civiles tienen su fundamento en un orden moral objetivo, instaurado por Dios, Creador y Señor de toda la creación, también de la sociedad humana. De otro modo, se cae en el positivismo jurídico, propio del liberalismo, que conduce a la degradación de las leyes, a la disgregación de los pueblos en trozos contrapuestos, y al bien ganado menosprecio de los gobernantes y de sus leyes. No parecen los políticos pararse mucho a pensar que en no pocas encuestas figuran como los profesionales menos apreciados de todos los gremios.

Juan Pablo II, en la Evangelium vitæ, denuncia que «en la cultura democrática de nuestro tiempo se ha difundido ampliamente la opinión de que el ordenamiento jurídico de una sociedad debería limitarse a percibir y asumir las convicciones de la mayoría y, por tanto, basarse sólo sobre lo que la mayoría misma reconoce y vive como normal», sea ello lo que fuere. «De este modo, la responsabilidad de la persona se delega en la ley civil, abdicando de la propia conciencia moral, al menos en el ámbito de la acción pública» (69). La raíz de este proceso está en el relativismo ético, que algunos consideran «como una condición de la democracia, ya que sólo él garantiza la tolerancia, el respeto recíproco entre las personas y la adhesión a las decisiones de la mayoría; mientras que las normas morales, consideradas objetivas y vinculantes, llevarían al autoritarismo y a la intolerancia» (70). «De este modo [por la vía del relativismo absoluto] la democracia, a pesar de sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental» (20). «En efecto, en los mismos regímenes participativos la regulación de los intereses se produce con frecuencia en beneficio de los más fuertes, que tienen mayor capacidad para maniobrar no sólo las palancas del poder, sino incluso la formación del consenso. En una situación así, la democracia se convierte fácilmente en una palabra vacía» (70).

Por eso, «urge pues descubrir de nuevo la existencia de valores humanos y morales esenciales y originarios, que derivan de la verdad misma del ser humano y expresan y tutelan la dignidad de la persona. Son valores, por tanto, que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado nunca pueden crear, modificar o destruir, sino que deben sólo reconocer, respetar y promover» (71).

El principio de la tolerancia. No siempre, sin embargo, es posible lograr una coincidencia entre el orden moral y el orden legal de la ciudad secular. «Ciertamente, el cometido de la ley civil es diverso y de ámbito más limitado que el de la ley moral [...]; consiste en garantizar una ordenada convivencia social en la verdadera justicia, para que todos "podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad" (1Tim 2,2)» (Evangelium vitæ 71).

Ante esta realidad inevitable, entre el calvinismo extremo, que pretenden leyes absolutamente cristianas, rechazando hacerse cómplice de cualquier ley imperfecta, y el maquiavelismo extremo, que introduce el amoralismo oportunista en la política, es conveniente una tercera vía, un «sano realismo», como decía Pío XII (Radiomensaje Navidad 1956), que aplique con prudencia el principio de la tolerancia, tal como lo formulaba ya León XIII: «aun concediendo derechos sola y exclusivamente a la verdad y a la virtud, no se opone la Iglesia, sin embargo, a la tolerancia por parte de los poderes públicos de algunas situaciones contrarias a la verdad y a la justicia para evitar un mal mayor o para adquirir o conservar un mayor bien» (Libertas 23: 1888).

Hasta ahí los cristianos liberales –círculos cuadrados–, pasando por alto lo de los derechos exclusivos de la verdad, hacen suyo, no sin dificultades, el texto pontificio. Pero éste continúa: «Cuanto mayor es el mal que a la fuerza debe ser tolerado por un Estado, tanto mayor es la distancia que separa a este Estado del mejor régimen político. De la misma manera, al ser la tolerancia del mal un postulado propio de la prudencia política, debe quedar estrictamente circunscrita a los límites requeridos por la razón de esa tolerancia, esto es, el bien público. Por este motivo, si la tolerancia daña al bien público o causa al Estado mayores males, la consecuencia es su ilicitud, porque en tales circunstancias la tolerancia deja de ser un bien [...]

«En lo tocante a la tolerancia, es sorprendente cuán lejos están de la prudencia y de la justicia de la Iglesia los seguidores del liberalismo. Porque al conceder al ciudadano en todas las materias una libertad ilimitada [leyes, por ejemplo, que legalizan el divorcio, el aborto, las parejas homosexuales, la eutanasia], pierden por completo toda norma y llegan a colocar en un mismo plano de igualdad jurídica la verdad y la virtud con el error y el vicio» (23).

La cuestión, como se ve, está en distinguir entre el sano realismo y el realismo insano; entre la ley imperfecta, y la ley realmente inicua, que «deja de ser ley, y que se convierte en un acto de violencia» (STh I–II,95, 2; +Evangelium vitæ 72). En efecto, las leyes buenas son caminos que ayudan al pueblo a caminar hacia el bien, mientras que las inicuas le llevan a la perdición. Pues bien, muchas de las leyes de los Estados que se mueven en los planteamientos del liberalismo son leyes inicuas, es decir, son caminos de perdición para el pueblo, y están totalmente privadas de auténtica validez jurídica.

Los gobernantes y sus leyes deben ser resistidos cuando actúan contra Dios, contra su verdad y su ley, pues en ese momento se desconectan de la fuente de su autoridad. «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29). La Iglesia primitiva ofrece en su historia un ejemplo impresionante tanto de obediencia cívica, en cuanto ella era debida, como de resistencia pasiva hasta la muerte en el caso de los mártires, cuando la obediencia se hacía iniquidad (Hugo Rahner, L’Église et l’État).

En efecto, son innumerables los ejemplos de los mártires cristianos, que resistieron heroicamente las leyes injustas, arrostrando la cárcel, el destierro, el despojamiento de sus bienes o la muerte. De modo semejante en nuestro tiempo, Gandhi protagonizó, encabezando a veces multitudes, casos semejantes de resistencia pasiva –ayunos, huelgas pacíficas, boicots, etc.– o de cívica desobediencia activa –por ejemplo, contra el monopolio gubernativo sobre la sal–, y fue por ello varias veces condenado a la cárcel, en la que pasó años. No es frecuente hoy que los políticos cristianos vayan a la cárcel por causas análogas.

También a veces los cristianos han de presentar una resistencia activa a los gobiernos perversos. Esta actitud viene hoy proscrita por un pacifismo a ultranza, pero es cristiana y enseñada ciertamente por la doctrina de la Iglesia. Así, por ejemplo, Pío XI, en la encíclica Firmissimam constantiam del año 1937, enseña que «cuando se atacan las libertades originarias del orden religioso y civil, no lo pueden soportar pasivamente los ciudadanos católicos». Ahora bien, las condiciones requeridas para una lícita resistencia activa son muy estrictas y han de ser cuidadosamente consideradas (Denz 2278/3775–3376).

Pueden darse y se han dado circunstancias históricas en las que el pueblo cristiano debe en conciencia levantarse en armas, como los Macabeos, arriesgando con ello sus vidas y sus bienes materiales por la causa de Dios y por la salvación de los hombres. El pacifismo en sus formas extremas es contrario a la tradición y doctrina de la Iglesia.

La Iglesia es neutral en cuanto a la forma de los regímenes políticos. En esta doctrina se fundamenta el legítimo pluralismo político entre los cristianos (Vaticano II: GS 43c, 74f, 75e). Es ésta la doctrina tradicional que expone, por ejemplo, Santo Tomás. En todos los regímenes políticos se dan, en una u otra forma, los tres principios: monarquía –uno–, aristocracia –algunos–, y democracia –todos–. Y los tres pueden degenerar, respectivamente, en tiranía, oligarquía o demagogia. Normalmente el régimen ideal es mixto: «Tal es, en efecto, la óptima política, aquélla en la que se combinan armoniosamente la monarquía, en la que uno preside, la aristocracia, en cuanto que muchos mandan según la virtud, y la democracia, o poder del pueblo, ya que los gobernantes pueden ser elegidos en el pueblo y por el pueblo» (STh I–II,105, 1). En este sentido, como enseña Pío XI, «la Iglesia católica, no estando bajo ningún respecto ligada a una forma de gobierno más que a otra, con tal que queden a salvo los derechos de Dios y de la conciencia cristiana, no encuentra dificultad en avenirse con las diversas instituciones políticas, sean monárquicas o republicanas, aristocráticas o democráticas» (Dilectissima Nobis 6: 1933). Por eso es grave error sacralizar la monarquía y satanizar la república, o adorar la república y considerar ilícita cualquier otra forma de gobierno. Es éste un error que produce enormes daños a la vida de la Iglesia y de los pueblos; pienso, por ejemplo, en el culto presente a la democracia; más aún, a la democracia liberal. Y ese grave error suele implicar otro error también grave: juzgar el gobierno concreto de un país principalmente por las formas de su constitución y ejercicio, y no por los contenidos y resultados efectivos del mismo. Este error ha llevado, lleva y llevará a condenar gobiernos honrados y a aprobar gobiernos inicuos, con gravísimas consecuencias para la vida del pueblo cristiano.

Otra cosa muy distinta es que en unas concretas circunstancias históricas los cristianos, por ejemplo, apoyen la monarquía y combatan la república, si la primera defiende los valores de la fe y la segunda los combate. Opciones históricas como ésa se dan entonces, como debe ser, no por prejuicio favorable a ciertas formas de gobierno –aunque algo de este prejuicio pueda mezclarse a veces–, sino por afirmación o negación de ciertos contenidos de la vida política nacional.

Es, pues, urgente recuperar en esta cuestión la doctrina política tradicional de la Iglesia. Nos la recuerda Desqueyrat: «La Iglesia nunca ha condenado las formas jurídicas del Estado. Sin embargo, ha condenado todos los regímenes que se fundamentan en una filosofía errónea» (I,191).

Posibilidades actuales de la política cristiana
Siempre o casi siempre será hoy posible y conveniente que los cristianos colaboren abnegada y audazmente en la pequeña política de alcaldías, juntas de vecinos, asambleas de padres en las escuelas, ateneos y fundaciones, etc. Vuelvo en seguida sobre esto. Pero son, en cambio, actualmente muy escasas para los cristianos las posibilidades de actuar cristianamente en la gran política, al menos en el Occidente descristianizado. Por dos razones sobre todo:

Primera
Porque no existen grandes partidos políticos de inspiración realmente cristiana. Y sin ellos, no es fácil el acceso a la alta política. Al menos en Occidente todos los grandes partidos están más o menos enfermos de liberalismo –herejía tantas veces condenada por la Iglesia (Cto.–M 132–134)–. Y sus dirigentes, también más o menos, son cómplices activos o pasivos de innumerables leyes inicuas, que han causado y causan enormes daños al pueblo. Para integrarse en tales partidos, al menos en cargos de responsabilidad, un cristiano debe aceptar el acuerdo tácito de que jamás pronunciará el nombre de Dios en sus actividades políticas; jamás argumentará apoyándose en las verdades objetivas de la naturaleza –nunca, por ejemplo, cometerá el horror de afirmar que el matrimonio es lo natural y que la pareja homosexual va contra la naturaleza–; y sobre todo que jamás incordiará con obstinadas campañas para suprimir las leyes inicuas ya vigentes –divorcio, aborto, homosexualidad, asfixia de la enseñanza católica, etc.–, o bien para reducir en todo lo posible su maldad. El cristiano que esté dispuesto a pagar este peaje, que entre en la autopista de un gran partido con gobierno o con esperanza real de conseguirlo.

Segunda
Porque el liberalismo que impera en Occidente ha creado una vida política enteramente cerrada a la acción cristiana de los políticos, tan cerrada o más que lo estuvo el Imperio romano en los tres primeros siglos de la Iglesia. La orientación política implacable hacia el enriquecimiento acelerado, así revienten los países pobres; la dedicación al placer y la evitación del sufrimiento por el medio que fuere, y otras orientaciones anexas semejantes, alzan ídolos que exigen absolutamente el culto de los grandes partidos del Occidente apóstata. Todos los políticos son conscientes de que se quedan sin votos si no pretenden esos objetivos. Todos los políticos saben perfectamente que sin aceptar «el sello [de la Bestia del liberalismo] en la mano derecha y en la frente, nadie puede comprar o vender» nada en ese mundo (Ap 13,16–17).

Hay valores cristianos, es cierto, como los referentes a una mejor justicia distributiva entre los ciudadanos –no tanto en referencia a los pueblos pobres– que sí pueden hoy afirmarse en una labor política realmente cristiana, pues los grandes partidos se comprometen en esa causa de uno u otro modo, por la cuenta que les trae. Sin embargo, es tan fuerte y universal la tendencia hacia los bienes materiales, que la ausencia de los cristianos en los grandes partidos de poder no parece que vaya a comprometer seriamente los adelantos que los más desfavorecidos hagan en esa vía de la justicia distributiva.

Que las posibilidades cristianas de la política son hoy muy escasas en el Occidente descristianizado puede afirmarse también no por una tercera razón, sino más bien por un dato de experiencia histórica:

Tercera
De hecho, el empeño de los políticos cristianos de nuestro tiempo ha dado frutos muy escasos y muy amargos. Cuando se ve que políticos cristianos a veces honestos, con buena formación doctrinal y con no poca habilidad y dedicación –que también los hay–, han prestado tan escasísimos servicios al Reino de Cristo, la piedad más benigna nos lleva a pensar: «es que no será posible».

En otro lugar he señalado que «llevamos medio siglo elaborando la teología de las realidades temporales, hablando del ineludible compromiso político de los laicos, llamando a éstos a impregnar de Evangelio todas las realidades del mundo secular. Y sin embargo, nunca en la historia de la Iglesia el Evangelio ha tenido menos influjo que hoy en la vida del arte y de la cultura, de las leyes y de las instituciones, de la educación, la familia y los medios de comunicación social» (Cto.–M 163). ¿Será, pues, que no es posible?

El éxodo cristiano a partidos de oposición y a servicios políticos privados
Como hemos visto, las posibilidades cristianas son hoy muy escasas en los partidos empeñados en alcanzar o conservar el gobierno político. No significa eso, sin embargo, que los cristianos especialmente llamados por Dios al servicio del bien común deban alejarse de las actividades políticas.

1.– Los cristianos pueden hoy realizar un gran servicio político en pequeños partidos de oposición. Se dirá en seguida que son muy ineficaces estos partidos meramente testimoniales. Pero conviene despojar a esta palabra –que significa partidos martiriales– de toda significación peyorativa. Sirven así honradamente a Cristo Rey, Señor del universo, del único modo que por el momento les es posible. No contribuyen a la confusión mental y a la degradación moral del pueblo. E incluso es posible, cuando ninguno de los grandes partidos tiene mayoría absoluta, que su aportación minoritaria, pero decisiva, para la formación de un gobierno, les permita influir benéficamente en la vida pública en medidas desproporcionadas a su volumen cuantitativo. Habrá que decir, por lo demás, parafraseando a Thoreau, que cuando el bien común del pueblo es duramente agredido por numerosas leyes inicuas y la orientación política general se hace perversa, el lugar de los políticos honestos es la cárcel, o al menos la oposición.

El Vaticano II quiere que «los laicos [sobre todo los políticos, es de creer] coordinen sus fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando éstos inciten al pecado, de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes» (LG 36c). Pues bien, la orientación general de la vida política de los Estados liberales no sólamente no favorece la virtud del pueblo, sino que es la causa principal de su degradación moral.

Podrá alegarse que si los políticos cristianos, manteniéndose en la verdad y la justicia, se ven marginados de las opciones de gobierno, el poder quedará en manos de los enemigos de la Iglesia, y el resultado será peor para el pueblo cristiano. Pero esta última suposición no parecer verse confirmada por la experiencia histórica. Si mirando nuestro siglo, pensamos en casos como Polonia o México, y consideramos la suerte de otros pueblos contemporáneos de su entorno, podemos concluir que la vida espiritual de los ciudadanos sufre agresiones mucho más insidiosas y eficaces bajo regímenes específicamente liberales –colaborados tantas veces por políticos cristianos– que bajo otros regímenes derivados del liberalismo, como los marxistas o socialistas, más explícitamente antirreligiosos. Tal como está el mundo apóstata del Occidente, si los políticos cristianos se obstinan en ofrecer programas que tengan posibilidades próximas de poder gubernativo, es decir, de un apoyo mayoritario, tendrán que abjurar del santo nombre de Dios en la vida pública, de toda referencia al orden natural, de la defensa a ultranza del derecho a la vida y de muchos otros valores fundamentales. Y el cáncer de este silencio ominoso acabará extendiéndose, como una metástasis, a todo el pueblo cristiano, pastores y fieles. Es hora, pues, de recordar las palabras de Cristo: «¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?» (Mc 8,36).

2.– Fuera de los partidos políticos, las posibilidades cristianas de trabajar por el bien común del pueblo son muy grandes. El mundo de los diarios y revistas, de las escuelas y universidades, de los ateneos y fundaciones privadas, de las campañas públicas, de las asociaciones u organizaciones no gubernamentales existentes o posibles, ofrece un campo muy amplio para procurar cristianamente el bien común de los conciudadanos. Ahí es donde, sin cortapisa alguna, los políticos cristianos han de organizar campañas acérrimas en favor de la vida o de la enseñanza católica, y contra el aborto y todo otro modo de perversión social pública. Ahí es donde podrán actuar sin ningún temor a perder votos o a ser marginados en el partido. Ahí, por el camino evangélico único, es decir, «perdiendo la propia vida», es como de verdad podrán «ganarla» para sí y para sus conciudadanos (+Lc 9,24). Ahí es donde los cristianos han de recuperar hoy la posibilidad de invocar en la vida pública el santo nombre de Dios, imprescindible para el verdadero bien del pueblo.

La exclusión semipelagiana del martirio
En el Occidente de antigua tradición cristiana, la descristianización ha tenido una de sus raíces principales en el semipelagianismo que durante siglos se ha generalizado entre los católicos. Durante los primeros siglos de la Iglesia y en el milenio medieval prevalece, en cambio, la doctrina católica de la gracia: sólo Cristo puede salvar al mundo, y para ello Él prefiere usar medios pobres y crucificados (Cto.–M 136–137). La ignorancia o el olvido de esta doctrina de la fe es quizá la explicación principal de que normalmente los políticos cristianos excluyan el martirio, y por tanto el testimonio de la verdad, en cualquiera de sus planteamientos. Y es que hacen sus cuentas, y concluyen: «si propugnáramos tal causa verdadera, quedaríamos descalificados y perderíamos el poder político o la esperanza de conseguirlo. Y esto no puede quererlo Dios, ya que entonces no podríamos servirle eficazmente en el campo de la política. Por tanto, en conciencia, debemos callarnos en ese asunto y mirar hacia otro lado». Esta piadosa exclusión semipelagiana del martirio, que provoca la ruina espiritual del Occidente cristiano, ha sido ya señalada por mí en otro lugar:

«El cristianismo semipelagiano entiende que la introducción del Reino en el mundo se hace en parte por la fuerza de Dios y en parte por la fuerza del hombre. Y así estima que los cristianos, lógicamente, habrán de evitar por todos los medios aquellas actitudes ante el mundo que pudieran debilitar o suprimir su parte humana activa –marginación o desprestigio social, cárcel o muerte–. Y por este camino tan razonable se va llegando poco a poco, casi insensiblemente, a silencios y complicidades con el mundo cada vez mayores, de tal modo que cesa por completo la evangelización de las personas y de los pueblos, de las instituciones y de la cultura. ¡Y así actúan quienes decían estar empeñados en impregnar de Evangelio todas las realidades temporales!» (Cto.–M 137).

La acción política cristiana que, en un mundo hostil a Dios y a su Cristo, rehuye en forma sistemática todo enfrentamiento martirial con el mundo –concretamente, todo aquello que pueda implicar una seria pérdida de votos–, cesa de ser acción política cristiana y queda necesariamente sin fruto alguno. ¿Dónde el cristianismo, en el área de la política o en cualquier otra, ha dado frutos históricos abundantes apartando a un lado la Cruz de Cristo, que tan completamente destruye la parte humana de la obra salvadora del mundo?

Recuperar la posibilidad de pensar y decir la verdad
Mientras los políticos cristianos, en el gobierno o en la oposición, no recuperen un discurso libre del mundo, libre del secularismo inmanentista, en el que puedan afirmar a Dios y a los valores morales como fundamentos indispensables para el bien común del pueblo, será mejor que renuncien al calificativo de cristianos. Aunque, generalmente, ya lo han hecho.

Más arriba he recordado que los políticos, para poder gobernar dignamente, necesitan poseer en alto grado las virtudes morales. Pues bien, en el supuesto de que contemos con laicos cristianos realmente virtuosos, competentes, y concretamente llamados a la política, ¿qué atractivo tendrá para ellos aquel partido de presunta «inspiración cristiana» que obliga a silenciar sistemáticamente en la acción pública el nombre de Dios y la afirmación de los valores morales naturales? Si se parte de esta premisa abominable, ¿qué posibilidades tiene la política cristiana de ejercitarse dignamente?

Un ejemplo reciente. Un partido mayoritario, que dice seguir el humanismo cristiano, ante el acoso de aquellos partidos abiertamente agnósticos o ateos, que reclaman la ampliación de los supuestos legales para el aborto como «un derecho inalienable de la mujer», fundamenta su negativa sólamente en que «no hay para ello demanda social». Increíble. ¿Eso significa que ese partido de presunta inspiración cristiana aceptará el aborto libre y gratuito «cuando haya para ello suficiente demanda social»?... Sencillamente, ese partido no se atreve a decir en el debate público de tan grave cuestión que el aborto no es en absoluto un derecho de la mujer, y que el derecho a la vida sí es «un derecho inalienable del niño».

Convendrá decirlo con claridad: los políticos cristianos no tienen razón de existir si en el ejercicio de su ministerio público prescinden sistemáticamente de Dios y del orden natural. Aquí sí que habría que decir como Trotsky, aunque por razones muy distintas, que están condenados «al basurero de la historia». Para existir y para tener fuerza en la acción, los políticos cristianos necesitan absolutamente recuperar la posibilidad de pensar y decir al pueblo la verdad, la verdad de Dios, la verdad de la naturaleza. Ahora están atados. Pues bien, sólo «la verdad les hará libres» (Jn 8,32). Tengamos en cuenta, por otra parte, que el silenciamiento sistemático de la doctrina política verdadera es una miseria relativamente reciente. Todavía, por ejemplo, a mediados de nuestro siglo un historiador de la filosofía, como Chevalier, podía expresar la verdad con toda franqueza: «En la aurora de los tiempos modernos, son los dominicos y los jesuitas [Vitoria, Suárez, etc.] de España, vieja tierra de fueros y libertades, los que afirmaron, contra el absolutismo de los príncipes, de sus legistas y de la Reforma, el fundamento verdadero de la sociedad o de la comunidad humana, mostrando que debe ser buscado en una ley natural que no es de invención humana, sino que tiene a Dios por autor. Esta idea será puesta en práctica en la edad siguiente por Altusio y por Grocio, pero con un peligroso debilitamiento de la base metafísica o divina, que se procura sustituir por el acuerdo de las voluntades humanas, es decir, por un principio antropocéntrico, contractual, artificial, y, por consiguiente, revocable, que no tardará en perder su carácter objetivo, con Rousseau y sus sucesores, para abocar en un individualismo o en un estatismo igualmente ruinosos, una vez privados de su regla transcendente. Para volver a encontrar el equilibrio perdido, no hay más que un camino: es necesario retornar a los principios de los grandes doctores de la Edad Media, principios a los que los teólogos españoles de la edad de oro dieron su forma definitiva, echando las bases de la fraternidad de los pueblos y de la paz de la humanidad, fundada en el respeto y el amor al Autor del derecho vivo y de la ley eterna, el Creador Dios» (II,646–647).

Hace unos decenios, en efecto, todavía era posible afirmar en Occidente la doctrina política de la Iglesia sin verse obligado a asumir actitudes extremadamente heroicas. Esa doctrina, por otra parte, no puede hoy ser otra que la enseñada por la Biblia y por la tradición católica, especialmente entre mediados del siglo XIX y mediados del XX, reiterada en el Vaticano II y reafirmada en el Catecismo de la Iglesia Católica. Pero por eso, justamente, porque no puede ser otra, apenas puede ser hoy propuesta sin ocasionar graves conflictos, que escandalizan a los católicos liberales aún más que a los agnósticos o ateos.

Uno de estos escándalos fue provocado a ciencia y conciencia por Irene Pivetti, presidenta del Parlamento italiano en 1994. Dada la extrema rareza del caso, merece la pena recordarlo: «Cuando preparé mi discurso de toma de posesión de la presidencia de la Cámara sabía con certeza que una referencia explícita a Dios me iba a acarrear críticas y protestas. No por ello desistí en mi deber de decir la verdad [...] Esa alusión significa también confesar la soberanía de Cristo Rey, al que verdaderamente pertenecen los destinos de todos los Estados y de la historia, como siempre enseñó todo catecismo católico; lo cual no impide, naturalmente, con el permiso del Omnipotente, que estos Estados se den una legislación laica, como nuestro país, o incluso antirreligiosa, como en algunos casos ha ocurrido y todavía ocurre en el mundo» («30 Días» 1994, nº 80, 11).

Ascética, utópica y política
No es infrecuente la sospecha de que los hombres utópicos, al pretender la perfección comunitaria, aunque sea en una comunidad reducida, se incapacitan para la acción política, pues ésta se mueve siempre en el campo del bien posible, y llevada de un sano realismo, no tiende hacia lo perfecto. Tal cosa puede darse, en efecto, al menos como tentación.

Podrá darse, pero como un error o como una vocación especial, que un hombre ascético, buscando con empeño su perfección personal, se retraiga de la vida comunitaria y no quiera implicarse en servicios políticos. Como también podrá darse que algunos, dedicados intensamente a conseguir la perfección utópica de una pequeña comunidad, se desinteresen de la vida política, llena de mediocridades, oportunismos y trampas. Todo esto, sin duda, puede darse; pero no tiene por qué darse. Las tentaciones existen en todas las situaciones posibles; y aunque es bueno conocerlas bien, para estar alertas, no es necesario caer en ellas.

Esa cuestión, vista en la perspectiva contraria, mucho más realista, es muy simple: ¿qué clase de política hará el hombre sujeto a las pasiones en su vida personal? ¿O cómo buscará el perfeccionamiento de la sociedad aquél que no busca su propia perfección personal? ¿Qué sinceridad tendrán los proyectos políticos para una mayor justicia que no son anticipados en la vida concreta del político y de su familia, sin esperar a que se produzcan en la sociedad? ¿Es creíble, por ejemplo, el político que pretende trabajar por una más justa igualdad económica, si en tanto ésta se logra, se resigna a vivir como los más ricos?...

El testimonio de la vida de grandes políticos honestos de la historia –como un San Luis de Francia– da respuesta elocuente a esas preguntas….Gabriel García Moreno (1821–1875), eminente político católico del Ecuador, unió de modo admirable ascetismo y política. Después de dos períodos presidenciales, y elegido para un tercero, fue asesinado por el liberalismo masónico cuando salía de rezar, del modo acostumbrado, en la Catedral de Quito (Iraburu, Hechos 550–557). El Reino de los Cielos «es semejante a un grano de mostaza», que siendo tan pequeño, llega a hacerse un gran arbusto, «y echa ramas tan grandes, que a su sombra pueden abrigarse las aves del cielo» (Mc 4,31–32).

La vida ascética, consumada en la mística, puede llevar a la persona a la perfección. Y la vida utópica, aunque más precariamente, puede alcanzar también en la comunidad una cierta perfección. La vida política, en cambio, para ser digna, debe pretender cuanta perfección sea posible en la sociedad; pero hasta que venga el Reino de Cristo en plenitud, ésta se mantiene siempre sumamente imperfecta.

En fin, cualquier hombre de buena voluntad, que no tenga la mente oscurecida por ideologías falsas, comprende fácilmente que entre ascética, utópica y política no hay contradicción alguna, sino mutua exigencia y potenciación.

José María Iraburu

El último Alcázar, 26 de junio de 2006